4- "Noche En La Casa De Los Cullen"

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Cuando salí del trabajo, Edward
me esperaba con el reluciente
Volvo estacionado a solo unos
pasos del local de los Weber. En el
momento en que entré al
automóvil, me di cuenta que su
actitud no había cambiado para
nada desde su última advertencia.
Por ese mismo motivo, nos
dirigimos a mi casa en un incómodo
y pesado silencio, que yo no tenía
intención de romper. Apenas
estacionó en frente de mi
vivienda, bajé torpe y
apresuradamente del auto. Subí
dando trompicones a mi cuarto y
comencé a meter algunas de las
prendas que Alice me había
comprado en una vieja mochila.
Corrí al baño y guardé algunas
cosas personales como el cepillo de
dientes y mi peine. Me miré al
espejo y me pasé rápidamente los
dedos por el cabello para
emparejar un poco mi extraño
peinado. Luego me colgué la
mochila al hombro y comencé a
andar escaleras abajo. Cuando
volví a salir al jardín, Edward
seguía frente al volante, aunque
con la cabeza levemente echada
hacia atrás. Entré al auto, y se
irguió rápidamente. Sus ojos
verdes ni siquiera me miraron
cuando arrancó el vehículo con un
leve rugido del motor.
El camino transcurrió en el mismo
silencio sepulcral que antes, sólo
que ahora podía sentir las miradas
furtivas de Edward sobre mi
persona. Estaba tan incómoda, que
me sentí totalmente agradecida
cuando vi la imponente casa de los
Cullen erguida frente a mí. A
medida que Edward avanzaba con
el Volvo , veía de más cerca las
inmaculadas paredes blancas,
reluciendo contra la espesa
vegetación que adornaba la casa.
Pronto viró hacia la derecha del
camino y estacionó el auto en un
amplio garage , donde ya se
encontraban otros tres vehículos
que me dejaron con la boca
abierta.
Cuando salí de mi sorpresa, vi que
Edward ya estaba de pie a mi lado,
con la puerta abierta, en aquella
actitud de caballero tan propia de
él. Me bajé y pronto me sentí
insignificante frente a tan
magnánima vivienda. Edward pasó
con su elegante andar a mi lado
pero, antes de que siquiera
llegara a la puerta, Alice ya la
había abierto y nos esperaba con
una sonrisa en el pie de las
pequeñas escaleras de mármol.
¿Cómo sabía que estábamos allí?
Pronto se acercó a nosotros dando
pequeños saltitos. Debe haber
visto mi cara de confusión, porque
enseguida soltó una risita.
-Os vi llegar desde la ventana -
comentó con una sonrisa, y se
puso bien derecha para pasarme
un brazo por los hombros y
guiarme dentro de la casa.
Si la casa de los Cullen me había
impresionado por fuera, por dentro
me había dejado sin habla. Los
muebles de roble contrastaban con
las inmaculadas paredes blancas
iguales a las del exterior y el piso
de brillante mármol. Grandes
ventanales de cristal -que
incluso llegaban a cubrir toda una
pared- permitían que la luz se
filtrara por las habitaciones,
dándole una luz cálida a cada
rincón del hogar. Todo se veía
extremadamente bello y
reluciente, como los rostros de los
dos muchachos que ahora iban a mi
lado.
Alice volvió a soltar otra risita,
supongo que de mi expresión de
sorpresa.
-Ven a dejar tus cosas, Bella -
me pidió con una alegre sonrisa.
Seguí a Alice, que con su grácil
andar se dirigió al segundo piso,
tan hermoso como la planta baja.
Caminó por el largo pasillo, y me
quedé sumida en la decoración
elaboradísima de cada rincón. Casi
no me di cuenta cuando empujó
una de las tantas puertas que
parecían multiplicarse a lo largo
del pasillo. Cuando ingresamos,
otra vez me volví a sorprender por
lo que veía. La habitación era un
conjunto de colores y pequeños
adornos brillantes por doquier
que, sin embargo, combinaban en
una alegre armonía. Sin dudas,
todo aquello me recordaba a la
pequeña muchacha que se
encontraba a mi lado. La cama
poseía un colorido acolchado, y lo
que más se distinguía era el
enorme placard con afiches,
adornos y dibujos rodeándolo. Un
moderno televisor, un ordenador
sobre un escritorio y un llamativo
sofá completaban la elaborada
decoración.
-¿Te gusta? -me preguntó
animadamente, mientras me
sacaba la mochila de las manos y
la dejaba sobre el pequeño sofá.
Asentí energéticamente con una
sonrisa.
Escuché un golpe en la puerta, y
luego vi una cabellera algo
despeinada asomarse por la
puerta.
La sonrisa burlona de Emmett
apareció en su rostro cuando me
vio.
-¡Pero si es mi damisela
preferida! -exclamó y yo puse los
ojos en blanco, aunque con una
sonrisa bailando por mi rostro.
-Me alegro de verte, Emmett -
respondí, sacándole la lengua y
haciéndolo soltar una de sus
graves risotadas.
-¿Alice va a someterte a una
noche de piyamas? -habló de
forma confidente, sabiendo que su
hermana lo escuchaba a la
perfección.
-Oh, sí, ¿alguna idea para que
pueda escaparme? -pregunté yo
divertida, siguiéndole el juego.
-Puedo planear un secuestro, si
quieres -me comentó guiñándome
un ojo, haciendo que tanto Alice
como yo riéramos.
-Encantada -respondí.
Inesperadamente, sentí como
Emmett me tomaba por la cintura
y me alzaba, depositándome en su
hombro como si de un saco de
patatas me tratase. Solté una
risita mientras me tomaba de la
parte trasera de su camiseta, al
tiempo en que él comenzaba a
andar. Con la cabeza hacia abajo,
vi como comenzábamos a bajar las
escaleras, con Alice detrás de
nosotros dando pequeños saltitos.
Estábamos en el amplio living, al
pie de las escaleras, cuando sentí
que Emmett se detenía.
-¿Qué haces, Emmett? -
preguntó la perfecta voz de
Edward.
Emmett soltó una risa.
-Estoy secuestrando a Bella -
comentó despreocupadamente y,
desde mi posición, sentí como se
encogía de hombros-. Te la robé
-agregó-. Ahora es mi
prisionera.
-Déjala, ella es la prisionera de
Edward -comentó Alice y, desde
mi posición, vi su pícara sonrisa.
-Has lo que quieras -escuché la
voz de Edward, y luego lo vi pasar
por nuestro lado.
Me dirigió una extraña mirada
antes de subir las escaleras
elegantemente.
El resto de la tarde y las primeras
horas de la noche pasaron de
forma amena. Edward no volvió a
bajar de su habitación y no volví a
verlo desde que subió. Alice y
Emmett, por su parte, me
mostraron los exteriores de la
casa y, cuando comenzó a
anochecer, me llevaron a la sala a
ver un poco de televisión. Alice
puso una película romántica que,
según había declarado antes de
que empezara, era su favorita. La
película era una trágica historia
de amor, donde una mujer debía
sobrellevar la muerte de su
esposo, de quien solo le quedaban
algunas cartas. Sin embargo, a
pesar de la fatal historia, no pude
parar de reírme durante toda la
película por las imitaciones de
Emmett de cada uno de los
personajes y las situaciones por
las que estos debían pasar.
Finalmente, terminé llorando de
risa sobre el sillón junto con Alice,
dejando de hacerle caso al
argumento de la película.
Estaba aún secándome las
lágrimas, cuando escuchamos la
puerta de calle abrirse y las voces
que provenían del vestíbulo.
Inconcientemente me erguí en mi
lugar, mientras Alice también se
ponía de pie, caminando
alegremente hacia la entrada.
Carlisle hizo acto de presencia en
el living, con una hermosa mujer
caminando a su lado.
-Isabella, que bueno tenerte
aquí -me saludó el doctor Cullen
cuando reparó de mi presencia.
-Muchas gracias, señor Cullen
-repliqué.
-Oh, llámame Carlisle, por favor
-pidió con una sonrisa, haciendo
un gesto con la mano.
-Sólo si usted me llama Bella -
repliqué yo.
-De acuerdo -aceptó con una
sonrisa-, pero te voy a pedir
también que por favor no me
trates de usted -pidió de forma
cordial.
-Lo hace sentir un viejo
decrépito -me dijo Emmett de
forma confidente, haciendo reír a
todos los presentes, incluyéndome.
-¿Tú eres Isabella Swan? -me
preguntó la mujer que se
encontraba con Carlisle. Poseía el
cabello negro y los ojos de un
brillante color verde que podría
reconocer incluso a metros de
distancia, aunque lucían mucho
más cálidos que los que yo conocía.
Su rostro me resultaba demasiado
parecido al de Alice.
Pero aquellos ojos sólo los poseía
otra persona.
Asentí, suponiendo que ella debía
ser la madre de Edward, Alice y
Emmett.
Me sorprendí muchísimo cuando la
hermosa y esbelta mujer se acercó
a mi lado y me abrazó de forma
casi maternal. Me quedé
petrificada en mi lugar, hasta que
me soltó solo lo suficiente como
para mirarme a los ojos.
-Sabes que puedes contar con
todos nosotros para lo que
necesites, ¿cierto? -aquellas
palabras me recordaron a las de
Alice, y mis sospechas, sin dudas,
quedaron completamente
confirmadas.
Asentí con energía, mostrando una
sonrisa.
-Si, muchísimas gracias... -dejé
la frase inconclusa, ya que no
sabía su nombre.
-Esme -se presentó, con una
radiante y contagiosa sonrisa.
Sin dudas, aquella era la madre de
Alice.
Volvimos al sillón luego de una
breve charla con Carlisle, quien me
dijo que la situación de mis padres
seguía igual que los primeros días,
pero que estaban trabajando
mucho en ellos. Alice y Emmett se
pasaron más de una hora
intentando distraerme con sus
bromas y peleas y, a pesar de que
me sentía mal por mis padres,
lograron arrancarme más de una
pequeña sonrisa con sus tonterías.
Pronto llegó la hora de cenar.
Escuché como Esme, luego de
avisarnos que la comida estaba
lista, se quejaba de algo y subía
las escaleras murmurando para sí,
con cierto gesto de preocupación
surcando su rostro. Confundida
por su actitud, me dirigí hacia el
lujoso comedor de los Cullen,
donde Carlisle se encontraba ya
sentado en la cabecera de la
enorme mesa de roble. Alice ocupó
su puesto y yo me senté a su lado.
Emmett, por su parte, se ubicó
frente a su hermana, quien se
puso de pie para comenzar a
servirnos. Me extrañó bastante el
hecho de que no tuvieran ningún
tipo de sirvientes merodeando por
la casa.
Sin darme tiempo para seguir con
mis cavilaciones, pronto Alice se
puso a comentarle a Carlisle sobre
nuestros primeros días en el
instituto, en una conversación en
la que también mi incluyó a mi, a
sus hermanos y a los Hale. Pocos
minutos después llegó Esme con el
rostro un poco ensombrecido, pero
rápidamente, cuando me vio que la
observaba, adornó su cara con una
sonrisa que me pareció un tanto
forzada. Unos pasos detrás de ella
apareció Edward que, con su
siempre inescrutable rostro, se
sentó elegantemente en la mesa,
al lado de Emmett y en frente mío.
Comenzó a comer en silencio,
mientras Alice seguía con su
perorata sobre los profesores
nuevos, los compañeros y las
tareas que ya nos habían asignado
para la semana siguiente.
Cuando terminamos la cena, insistí
en ayudar a Alice y Esme a
levantar los platos, aún
sorprendida por el hecho de que no
tuvieran ningún tipo de servicio
doméstico con semejante casa.
-A Esme le parece algo
innecesario tener alguien que
haga cosas que ella puede hacer
-comentó Alice, como si supiera
que tenía pensado preguntarle
aquello-. Es una persona muy
hiperactiva.
-Ya sé a quien sales, entonces
-comenté en voz alta, haciendo
que Alice soltara una suave risita,
mientras llegábamos con algunos
platos en la cocina.
Terminamos rápido con todo y
pronto la más pequeña de la
familia me llevó arrastrando hasta
su colorido cuarto. Allí me armó
una cama para que pasara la
noche y me permitió la entrada a
su baño personal para que me
cambiara. Me puse mi piyama -
una blusa de mangas cortas y un
short de color verde claro, ya que
eran mi ropa de dormir de verano
más presentable- y me lavé los
dientes. Luego salí a la
habitación, donde Alice ya me
esperaba, con su camisón rosa,
sentada en medio de la cama y con
una gran sonrisa pícara. Me hizo
un gesto con la mano para que me
sentara a su lado.
Ambas nos quedamos largo rato
hablando sobre nuestros gustos,
nuestra vida y algunas otras
nimiedades. Alice era una chica
muy divertida y llena de vida, que
me hacía sonreír con solo escuchar
su cantarina vocecita. Cuándo ya
eran alrededor de las doce de la
noche, puso un poco de música
suave, para no despertar a los
demás, y comenzó a acomodar
algunas prendas que quería que
me probara. Rodé los ojos y le pedí
que me esperara, ya que tenía
algo de sed. Alice me permitió la
huida a la cocina, aunque me temo
que solo había sido para darle más
tiempo para preparar todo el
vestuario.
Intentando hacer el menor ruido
posible y guiar mis pies con cuidado
en la espesa oscuridad, bajé las
escaleras tanteando los escalones
con los dedos de los pies y
tratando de no tropezar con mis
propios pasos, como usualmente me
sucedía. Suspiré con alivio cuando
llegué a la planta baja y comencé
a andar en puntas de pie hacia la
cocina. Cuando llegué abrí el
refrigerador y tomé un poco de
gaseosa. Me la bebí de un largo
trago y, luego de lavar el vaso,
comencé a subir las escaleras con
muchísima cautela otra vez. Aún
con cuidado de no hacer ningún
ruido, me dirigí al baño del pasillo,
para volver a enjuagarme los
dientes. Ingresé en el cuarto -
cuya ubicación recordaba solo por
el hecho de que era la primera
puerta luego de subir las
escaleras- y creo que me puse
pálida cuando vi una figura en el
interior, inclinada sobre el
lavamanos. Todo sucedió
demasiado rápido. Quería gritar,
pero ningún sonido salía de mi
boca. Di unos pasos hacia atrás,
haciendo que sólo se cerrara la
puerta con violencia por el
contacto brusco, cuando apoyé
todo el peso de mi cuerpo sobre
ella. El otro ocupante del baño
alzó la cabeza y me encontré los
ojos verdes de Edward mirarme con
confusión.
Seguramente estaba pálida como
un papel.
-¿Estás bien? -me preguntó
confundido.
¿Siempre iba a preguntarme lo
mismo?
Asentí.
-Sí, aunque me he dado un buen
susto -comenté, llevándome una
mano al pecho.
-Deberías llamar a la puerta
antes de entrar -replicó
seriamente y yo fruncí el ceño.
-¡Cómo sabía que tú ibas a estar
en el baño a las doce de la noche!
-exclamé, haciendo grandes
esfuerzos por no alzar demasiado
mi tono de voz.
Sonrió de lado.
Aquella sonrisa torcida que me
dejaba sin respiración.
Me recordé a mi misma que
necesitaba tomar aire si quería
seguir con vida.
-Bueno, te dejo tranquilo -dije
por fin, aunque con bastante
dificultad-. Usaré el baño de
Alice.
Giré antes de que Edward tuviera
alguna posibilidad de replicar; mas,
cuando intenté abrir la puerta, la
manilla dio un giro completo y
quedó en mi mano, separada de la
puerta. Miré a Edward con horror,
aunque él solo suspiró con
resignación, murmurando para sí:
-Parece que Emmett tenía razón
con eso de que había que
arreglarla...
-¿Qué vamos a hacer? -
pregunté, moviendo
frenéticamente la manecilla en mi
mano.
-¿Tienes claustrofobia? -
inquirió seriamente.
Lo miré alzando una ceja y
poniendo las manos en mi cintura.
-No, ¿por qué?
-No es algo tan grave, entonces
-murmuró, apoyándose en la
pared con los brazos cruzados
sobre su pecho y desviando su
mirada.
Fue en aquél instante en el que
reparé que traía una camisa y
unos pantalones largos azules
como piyama. Los dos últimos
botones de la prenda de arriba
dejaban ver una porción de piel
marmórea. Nuevamente, tuve que
recordarme a mi misma que
necesitaba respirar si no quería
morir encerrada en un baño.
Desvié mi mirada, algo sonrojada,
hasta que sentí que era él quien
me observaba.
-¿Qué? -pregunté a la
defensiva.
-Nada -murmuró él, clavando su
mirada en la pequeña ventanita
del cuarto de baño, que daba al
exterior de la casa, ubicada en la
pared opuesta.
¿Y ahora que le pasaba?
Apoyé mi espalda contra la puerta
y me dejé deslizar hasta terminar
sentada en el frío piso del baño,
aún con la manilla en mi mano.
Eché la cabeza hacia atrás y traté
de luchar contra el sueño que
tenía. Los ojos se me cerraban
solos, pero, a duras penas, logré
volver a abrirlos. Vi que los orbes
verdes de Edward me miraban con
aquél semblante inescrutable que
tanto me incomodaba. En silencio,
él también se sentó en el piso, con
las piernas flexionadas frente a
su pecho a cierta distancia y los
brazos apoyados en sus rodillas,
en una pose despreocupada que me
pareció muy poco propia de él.
Pasamos algunos minutos en
silencio, hasta que escuchamos
unos sonidos en el pasillo. Luego,
unos suaves golpecitos se oyeron
en la puerta.
- ¿Bella? ¿Estás ahí? -preguntó
suavemente la voz de Alice, del
otro lado de la puerta.
Giré en mi puesto, sin levantarme
del piso y gimoteé:
-Sí, Alice, aquí estoy -suspiré
-. Estoy encerrada.
- ¿Cómo? -preguntó con notable
confusión.
-Emmett tenía razón con lo de la
manilla -habló Edward con tono
fatigado. Giré mi cabeza para
mirarlo.
- ¿¡Edward!? -chilló Alice del
otro lado-. ¿¡Qué haces tú ahí!?
-No saques conclusiones
apresuradas, Alice -pidió Edward
con su voz suave como el
terciopelo, poniendo los ojos en
blanco-. Fue un accidente.
- ¡Voy a llamar a Emmett! -
chilló Alice-. ¡Se ha salido la
manilla! -la escuché gritar
intentando controlar su tono,
mientras su voz se iba apagando
por el pasillo-. ¡Se ha salido la
manilla! ¡Se ha salido la manilla!
Volví a suspirar y me preparé para
lo que venía.
Cuando Alice volvió, traía a
Emmett con ella. Luego de hacer
algunos comentarios nada
puritanos sobre por qué podíamos
habernos quedado encerrados,
estuvo largo rato estudiado la
puerta. Finalmente, sentenció que
necesitábamos un cerrajero que
reparara la manilla para que
pudiéramos salir.
-¡Que brillante! -comentó
Edward desde adentro, con
sarcasmo, luego de la veredicto de
su hermano.
Giré mi rostro y asomé una
pequeña sonrisa que él no pudo
llegar a ver.
Emmett y Alice descendieron al
living para llamar a algún
cerrajero. Igualmente, yo ya
había perdido todas mis
esperanzas de salir esa misma
noche, y creo que Edward también.
Después de todo, solo a Alice y
Emmett podía ocurrírseles llamar a
un cerrajero a la una de la
madrugada
Sentí como los párpados
comenzaban a pesarme y,
corriéndome un poco de la puerta,
en caso de que se les ocurriera
hacer algo extraño para abrirla,
me recosté sobre la misma pared
que Edward, aunque con una
distancia prudencial separándonos
a ambos. Eché la cabeza hacía
atrás con cansancio y sentí como
los párpados comenzaban a
pesarme aún más que antes.
Me desperté y sentí que la luz de
la pequeña araña que pendía sobre
el techo me daba en el rostro.
Cerré los ojos nuevamente, sin
poder acostumbrarme a la luz, y,
apenas me moví cuando sentí un
fuerte dolor en el cuello.
Parpadeé, con la cabeza oculta y
pude percibir un fuerte aroma
dulzón cerca de mí. Embriagador.
Esa era la única palabra que venía
a mi mente. Luego, intenté otra
vez abrir los ojos, y lo primero que
vi fue algo azul, demasiado cerca
de mi campo de visión. Confundida
alcé la vista, y todo lo que vi fue
verde. Verde y más verde. Sentí
como el corazón comenzaba a
latirme con violencia dentro de mi
pecho, mientras levantaba la
cabeza del hombro de Edward, que
aún seguía mirándome con sus
intimidantes ojos del color de las
esmeraldas.
¿Cómo demonios había terminado
durmiendo allí?
-Yo... esto...eh... -intenté,
pero creo que ya no quedaban
frases coherentes en mi pobre
cerebro.
-Está bien -me cortó, con
aquella expresión inescrutable.
Nos quedamos en silencio unos
segundos, mientras yo me frotaba
los ojos con molestia. Entonces,
mi mirada se desvió a la ventana y
me di cuenta de que todavía podía
verse el oscuro cielo nocturno.
-¿Cuánto dormí? -pregunté
confusa, evitando la mirada de
Edward.
-Casi unas tres horas -replicó
con su voz aterciopelada.
-¿Y Alice y Emmett? -pregunté.
Temía lo que podían haber hecho.
Dos mentes siniestras como
aquellas, juntas, no podían ser
nada bueno.
-Emmett ha estado probando sus
habilidades como cerrajero, con
resultados nulos -relató,
poniendo los ojos en blanco.
Sonreí por su expresión-. Alice
ha despertado, muy posiblemente,
a todos los cerrajeros de Forks
que, afortunadamente, no son
muchos -explicó con voz solemne.
-Bueno, igualmente no creo que
dejen de atenderlos por eso -
repliqué yo divertida. Él me miró
-. En vuestra casa deben estar,
por lo menos, la mitad de las
puertas de todo Forks.
Vi que por su rostro asomaba otra
vez aquella sonrisa torcida y mi
corazón volvió a retumbar contra
mi pecho, amenazando con salirse
del mismo en cualquier momento.
- ¡Edward! ¿Siguen vivos? -
preguntó la chillona voz de Alice
del otro lado de la puerta,
sacándome de mi estado de
nerviosismo.
Me reí levemente.
-Oh, no, Alice -repliqué yo, con
voz teatral-. Edward se me ha
ido por el retrete, no he logrado
retenerlo.
Del otro lado, escuché la melodiosa
risa de Alice y la socarrona
risotada de Emmett.
- Así que has logrado que mi
hermano se vaya por el retrete,
¿eh, damisela? -preguntó el
mayor de los tres Cullen, con su
grave voz del otro lado-. ¡Yo lo
he intentado durante toda mi
infancia y no lo he logrado!
-Eso es porque no tienes cerebro
-replicó seriamente Edward.
- Oh, ¡estoy herido! -respondió
con tono trágico Emmett-. Me
has roto el corazón... otra vez.
No sabía con exactitud cuanto
tiempo nos habíamos quedamos
hablando idioteces con una puerta
de por medio, pero varias veces
tuve que sujetarme el estómago,
que ya me dolía de escuchar las
cosas estúpidas que decía Emmett.
Sólo fui conciente de que había
transcurrido mucho tiempo, cuando
vi que los primeros rayos de Sol de
la mañana comenzaban a filtrarse
por la pequeña ventana del baño.
Entonces, las risas cesaron y
puede escuchar unos pasos del
otro lado de la puerta que nos
separaba del pasillo.
Afortunadamente, Esme pudo
ayudarnos telefoneando a un
cerrajero al que, luego de pedirle
disculpas por la indiscreta llamada
de Alice a altas horas de la
madrugada, le pidió que por favor
viniera cuanto antes. Así lo hizo el
hombre que, en menos de quince
minutos de trabajo, logró
sacarnos del baño. Sonreí
avergonzada a Esme, que, cuando
salimos, nos miraba a Edward y a
mí con cierto aire divertido.
Digna madre de Alice.
Le conté a Esme y a Emmett como
habían sucedido las cosas,
mientras bajábamos a la cocina
para desayunar. Edward
desapareció hacia su cuarto y,
cuando volvió a bajar, me di
cuenta de un pequeño detalle: él
ya no llevaba su piyama azul y yo
iba por la vida con mi pequeño
short y mi camisita verde.
Sonrojada, pedí permiso y me
levanté de la mesa de la cocina,
saliendo del lugar acompañada de
la burlona risa de Emmett. De
forma atropellada subí las
escaleras que llevaban a la
habitación de Alice, pero me di
cuenta de que había un pequeño
problema.
No tenía ni idea cuál era la puerta
que llevaba a la habitación de la
pequeña de los Cullen.
Comencé a andar e intenté
recordar algo de la noche
anterior, mas la primera vez que
subimos estaba demasiado
ensimismada en observar la lujosa
y detallista decoración, que ni
siquiera había reparado de que
puerta había abierto Alice. Me
acerqué con vacilación a una de
ellas, y me reí de mi misma cuando
abrí lo que parecía ser un cuarto
de limpieza. Me moví hacia la
puerta de mi derecha y me
encontré con una habitación. Sin
embargo, aquella no era la de
Alice. Todo estaba decorado en
variadas gamas del azul y
prolijamente ordenado. Una cama
estaba contra una de las paredes y
a su lado, luego de la mesita de
noche, se hallaba una biblioteca
repleta de libros, así como enorme
estantería rebosante de cds. Un
sofá parecido al de Alice, aunque
de cuero negro, decoraba el
costado más cercano al placard, y
un enorme ventanal de vidrio daba
a un pequeño balcón iluminado por
la luz del sol. Algunos modernos
aparatos electrónicos
complementaban la decoración.
Confundida por todo aquello,
comencé a andar con pasos
cautelosos y me acerqué a la mesa
de noche. Había una foto de la
familia Cullen, y a su lado otro
portarretratos.
Me helé en mi lugar y sentí que mi
corazón se comprimía dentro de mi
pecho.
Abrazado a una hermosa muchacha
de largo cabello rubio, aunque con
leves destellos pelirrojos bajo el
Sol, estaba Edward. Tenía la
sonrisa más hermosa que hubiese
visto en mi vida y tenía su brazo
alrededor de la cintura de la
muchacha. La joven, cuyos
llamativos ojos miel parecían
tener brillo propio, tenía una
sonrisa un poco más desdeñosa,
pero no por eso menos bonita.
Tomé la foto con cautela y me
quedé observando el perfecto
rostro sonriente de Edward.
Seguí por un instante de tiempo
indefinido allí, hasta que el
chirrido suave de la puerta me
sobresaltó.
Tuve que hacer grandes esfuerzos
para que el portarretratos no
terminara hecho añicos en el piso.
Lo sostuve con fuerza y me volví,
para ver el rostro confuso de
Alice. Suspiré aliviada cuando vi
que era ella, mientras comenzaba
a acercarse lentamente. Su ceño,
para mi desconcierto, se
encontraba aún fruncido, y su
vista voló al portarretratos.
-¿Qué haces con eso? -me
preguntó suavemente, como si
temiera hablar en voz alta.
Yo estaba completamente
confundida por su actitud.
-Yo... entré aquí por
casualidad...y lo vi -expliqué,
volviendo momentáneamente mi
vista a la foto-. ¿Quién es ella?
-pregunté luego de un leve
silencio.
Alice suspiró.
-No creo que sea yo la indicada
para contártelo.
-Pero Alice...
-Yo sé lo que te digo -me cortó,
y me sorprendí por su total
seriedad-. Será mejor que
salgamos de aquí, si no quieres
que Edward nos mate.
Dejé el portarretratos en su
lugar, y luego sentí como Alice
tiraba de mi mano para que
comenzara a caminar. Sólo me
dejé arrastrar, ya que mi mente
no estaba centrada allí para nada.
Debía haberme dado cuenta de ello
desde el primer instante en que lo
vi, desde la primera palabra que
me dijo con su voz suave como
seda, desde el primer momento en
que sus ojos verdes me
intimidaron. Es decir, ¿Cómo
Edward Cullen no iba a tener
novia, si su belleza estaba más
cerca de ser algo irreal que
humano? ¿Cómo no me había dado
cuenta de ello? Era tan obvio.
De hecho, no me sorprendía para
nada.
Pero entonces, ¿Por qué sentía
aquella molesta opresión en mi
pecho?
Y, sobre todo, ¿Por qué de
repente quería saber todo sobre
aquella joven de ojos miel?

Bajo El Mismo TechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora