12- "Fiestas y Viejos Recuerdos "

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La semana pasó volando para mí y
Alice me dijo más de una vez que
era lo más parecido a un zombie.
Sin embargo, no sólo me la había
pasado de aquí para allá como un
cuerpo inerte, perdida en mis
pensamientos; sino que, además,
me las había arreglado para evitar
a Edward en todo momento. Claro
que eso no me había resultado
demasiado complicado, puesto a
que él parecía tan deseoso de
evadirme a mí como yo a él.
El viernes por la tarde, antes del
trabajo, Alice me había
secuestrado... por llamarlo de
alguna manera, claro. Luego de
sacarme prácticamente con mi
almuerzo a medio comer de la
cafetería de la escuela, me había
empujado dentro de su llamativo
coche y había conducido sin escalas
hasta el centro comercial de Port
Angeles. ¿Cuál era el motivo de
nuestra nueva visita allí? Pues
claro, buscar el regalo perfecto
para Rosalie, del cual
supuestamente se había olvidado
en nuestra última visita a los
comercios. El presente de Jasper
-o los , ya que me comentó que le
había comprado dos- lo había
conseguido con anterioridad por su
cuenta y, según comentó, yo
también participaba en uno de
ellos.
La verdad es que en mi bolso no
había más que treinta dólares que
habían quedado allí de alguna paga
del local de los Weber. No podía
comprarle demasiado a Rosalie con
ello, lo sabía; pero Alice insistió en
que ella quería pagar todo y que
sería un regalo de toda la familia
Cullen. Me sentí completamente
agradecida con aquello de que me
considerara parte de la familia;
pero, sin embargo, me negué
hasta el cansancio, tratando de
utilizar toda mi fuerza de
voluntad contra los pequeños
pucheros de Alice y sus falsas
promesas. Finalmente, como
siempre pasaba, consiguió lo que
ella quería; aunque pude darle mis
míseros treinta dólares para que
los usara en la compra.
Con una enorme sonrisa, la menor
de los Cullen comenzó a
arrastrarme de la mano por todo
el centro comercial, comentándome
cosas sobre los colores que le
gustaban a Rosalie, el estilo de
ropa que generalmente usaba, sus
diseñadores favoritos y otra parva
de cosas que ni siquiera tuve
oportunidad de comprender. Dimos
unas cuantas vueltas por el amplio
lugar, bajamos y subimos
escaleras y, cuando creí que mis
pies comenzarían a gritar de
dolor, la pequeña Alice sonrió
triunfante, mientras alzaba un
bolso. Era negro y brillante, con
algunos detalles en plateado, de
un tamaño mediano y con cadenas
color plata para colgárselo al
hombro. La menor de los Cullen lo
puso frente a mis ojos con una
sonrisa.
-Es hermoso ¿Verdad? -
preguntó soñadoramente.
Yo no entendía demasiado sobre
aquella cosa de diseñadores y
marcas, pero parecía muy fino y
elegantemente llamativo.
Tal y como Rosalie.
Asentí, para que luego Alice se
fuera dando saltitos hacia la caja.
Salimos de ahí y la pequeña Cullen
comenzó a andar otra vez, llena
de energía, alegando que había
visto un par de zapatos para
Rosalie que irían perfectos con el
bolso que había comprado.
Gimiendo con cansancio, la seguí
con paso lento. Pocos minutos
después, Alice cargaba las dos
bolsas con clara alegría en su
rostro, mientras nos dirigíamos al
aparcamiento del centro
comercial, donde había quedado el
automóvil. Caminamos hasta el
Porsche , en el cuál Alice dejó las
bolsas, para luego arrancar.
Rápidamente me dejó en el local de
los Weber y me aseguró que
volvería por mí a la hora de
siempre.
Hablando con Angela, en la
librería, me enteré que ella
también asistiría a la fiesta de
esa noche, ya que era compañera
de Rosalie en algunas clases.
Luego de atender a un grupo de
chicos que estaban buscando algún
libro de deportes -cuya
existencia tanto Angela como yo
desconocíamos-; nos quedamos
hablando de lo que usaríamos esa
noche, de los regalos y de la gente
que probablemente asistiría al
gran evento que Rosalie y Jasper
Hale habían planeado. Aquella
conversación se extendió por unos
cuantos minutos, quizás horas;
pero lo cierto es que ni siquiera
me di cuenta en que momento el
reloj marcó las seis de la tarde,
horario en el que mi turno
acababa. Con una enorme sonrisa
me despedí de Angela,
asegurándole que la buscaría a la
noche entre los invitados de la
fiesta.
Cuando salí, Alice me esperaba con
su reluciente auto aparcado a un
lado de la acera. Con su alegre
rostro comenzó a manejar hacia el
hogar de los Cullen. Pronto
llegamos y ambas descendimos,
para dirigirnos sin escalas a su
habitación. Me sorprendió que no
nos cruzáramos con nadie en el
camino, pero Alice respondió a mis
dudas casi como si supiera lo que
pensaba preguntarle.
-Rosalie tiene a todos atrapados
-comentó divertida, mientras
sacaba cosas de su guardarropa
-. Quiere que, esta noche, todo
sea perfecto -agregó.
Con una sonrisa, me pasó el
hermoso vestido de color cereza
que habíamos comprado en la
semana. Aún no me acostumbraba
demasiado al color, pero tenía que
admitir que era una hermosa
pieza. Rápidamente me di una
ducha, disfrutando del agua
caliente luego de la extensa
caminata. Salí con velocidad y me
puse el vestido que la pequeña
Cullen había elegido para mí.
Cuando salí, ella se dirigió
directamente hacia mí, ató el lazo
que cruzaba mi cintura y luego
sonrió de forma deslumbrante.
-¡Me encanta! -chilló
emocionada, dando pequeños
saltitos y haciendo que su vestido
verde ondeara suavemente.
Cómo había sido nuestro trato, yo
comencé a arreglarme el cabello
por mi cuenta y a maquillarme de
forma suave frente al gran
tocador de su cuarto. Sin
embargo, al notar la impaciencia
que tenía Alice por sólo tener que
observarme sin participar, le
permití intervenir. Claro que para
ella el hecho de retocarme no
significó lo que realmente quise
decirle, por lo que empezó todo de
nuevo. Olvidándose de mi peinado
casi natural, me peinó y, con
cuidado, dejó mi cabello
completamente lacio. El suave
maquillaje, por otra parte, fue
reemplazado por una fuerte
sombra oscura y un labial haciendo
juego con el vestido. La miré de
forma reprobatoria, pero ella sólo
me regaló otra deslumbrante
sonrisa.
¡Nadie podía contra esa chica!
Finalmente, cuando las dos
estuvimos listas, bajamos a la
sala. Allí nos encontramos sólo con
Jasper, que le sonrió a Alice
cálidamente. Vestía un reluciente
traje de etiqueta negro y una
camisa blanca debajo que lo hacía
ver aún más adulto de lo que
generalmente simulaba. Cuando la
pequeña Cullen llegó hasta él,
ambos se quedaron mirándose por
unos segundos y yo me sentí
completamente fuera de lugar,
cómo si estuviera interrumpiendo
un momento privado que ambos
compartían. Sin embargo, luego de
unos segundos, Jasper, como si
percibiera mi incomodidad, le dio
un rápido beso a su sonriente
prometida y me miró con una
sonrisa suave plasmada en su
rostro.
-Será mejor que nos vayamos -
comentó-. Rosalie está
insoportable.
-¿No viene nadie más? -inquirí
dubitativa.
-Todos los demás se fueron en el
auto de Carlisle y de Edward-
respondió Jasper-. Cómo te digo,
Rose está neurótica -agregó
luego, con una sonrisa.
Los tres salimos de la casa de los
Cullen y nos encaminamos al
reluciente BMW rojo, que estaba
aparcado fuera. Ingresamos en él
y rápidamente Jasper arrancó,
mientras Alice no dejaba de
recordarnos lo emocionada que
estaba por la fiesta y lo bien que
la pasaríamos. Pronto llegamos a
la enorme casa de los Hale, que
recordaba con completa claridad.
Cuando ingresamos, pronto dimos
con el hall y hallamos un gentío
que conversaba de forma amena.
Todo estaba decorado
elegantemente y hacía un hermoso
contraste con el bello diseño de la
casa. Apenas nos adentramos un
poco en el lugar, todos los
invitados comenzaron a saludar a
Jasper con educación y prudencia.
Bueno, casi todos; ya que Emmett,
que llegó al final abriéndose paso
entre la multitud, abrazó de
forma exagerada al homenajeado
y lo apretujó entre sus brazos.
-¡Felicidades, cuñado! -bramó
emocionado.
-Emmett...necesito...aire... -
balbuceó Jasper y el mayor de los
Cullen lo soltó, riendo entre
dientes.
Esperamos allí, en la recepción
llena de gente adulta, dónde
algunos mozos se paseaban con
bandejas llenas de copas y
bocadillos. Pocos minutos después,
Rosalie bajó por las magnánimas
escaleras y creo que me quedé
unos cuantos segundos
observándola. ¡Mi ego se reduciría
a menos diez si esa muchacha
seguía vistiéndose así! Llevaba un
hermoso vestido dorado hasta por
arriba de las rodillas y pegado al
cuerpo, que parecía combinar con
su cabello, recogido en un
elaborado peinado. Resaltando su
altura, llevaba unos tacos
terribles, con los que, sin
embargo, andaba a la perfección,
haciendo gala de su innata gracia.
Llegó al pie de las escaleras y
comenzó a saludar a los invitados.
Luego de salir de aquél momento
de deslumbramiento, eché una
mirada alrededor, estudiando la
sala. Fue entonces cuándo me
encontré con aquellas dos
esmeraldas, que me observaban
desde una de las paredes más
alejadas. Cuando nuestros ojos se
cruzaron, Edward desvió la
mirada, prestándole atención a un
hombre canoso que hablaba con él
y con Carlisle.
Yo, sin embargo, no pude apartar
mi mirada de él.
Edward lucía sencillamente
perfecto enfundado en aquel traje
negro. Su broncíneo cabello
rebelde le daba ese aire
despreocupado que nunca
mostraba en su rostro y la camisa
de aquél suave verde realzaba su
nívea piel, contrastando con la
corbata de un tono bastante
fuerte y sobrio. Agradecí que
estuviera apoyado contra la
pared, tan lejos de mí, porque en
momentos cómo aquél podía ser
presa de mis instintos más idiotas
y primitivos.
Luego de un rato de saludos y de
que Edward desapareciera de mi
vista, tuve la oportunidad de
hablar con Carlisle quien, luego de
una charla sobre el estado de mis
padres y los últimos estudios que
les habían hecho, me ofreció
acompañarlo al hospital el domingo
por la mañana. Gustosa acepté,
feliz de saber que todo iba
mejorando poco a poco con la
salud de Charlie y Reneé.
Hubo una cena muy formal en el
enorme comedor de los Hale -que
resultó ser tan hermoso como el
hall-, con todos los invitados
adultos, que supuse serían parte
de la familia. Fue una comida muy
amena y que duró lo suficiente
como para que, tanto Alice como
yo, comenzáramos a aburrirnos
allí sentadas guardando la
compostura y sin nada que hacer.
Me pregunté si toda la noche sería
así, cuando vi que la gente
comenzaba a dejar la mesa con
educación. Todos empezaron a
saludar a los homenajeados y,
después de un rato de despedidas,
sólo quedó dentro de la casa
Hannah -la madre los hermanos
Hale- y algunos otros muchachos
de nuestra edad, que debían ser
primos de Rosalie y Jasper.
-Tengan cuidado ¿Si? -pidió
Hannah a sus hijos.
Los hermanos Hale asintieron, con
dos relucientes sonrisas.
Su madre le dio un beso en la
frente a cada uno de los gemelos,
y luego tomó su abrigo. La vimos
salir de la casa y luego cerrar la
puerta detrás de sí. Segundos
después, la pequeña Alice corría
hacia Jasper para abrazarlo
cálidamente.
-¡Fiesta! -chilló con emoción,
mientras su prometido le sonreía.
-Que comience la acción -
replicó Rosalie, con una sonrisa
ladeada.
Confundida, vi como los hermanos
Hale comenzaban a moverse de un
lado para el otro. Los mozos que
antes había visto, llevaban
bandejas desde la cocina hasta
una de las habitaciones -en la
que nunca había estado, por lo que
no sabía exactamente a donde-,
las descargaban y volvían con ellas
vacías, nuevamente rumbo a la
cocina. Confundida, vi como
Emmett llegaba con una gran caja
entre sus manos, de la que empezó
a sacar botellas y a pasárselas a
los demás. Alice me pasó un par -
en las que leí la palabra vodka con
relucientes letras rojas- y me
hizo un gesto para que la
siguiera. Empezamos el mismo
recorrido que los mozos, siguiendo
a los primos de Rosalie y Jasper.
Pasamos por una pequeña sala y
luego nos metimos en un amplio
salón. Todo estaba decorado con
luces y algunas mesas habían sido
acomodadas contra la pared. Allí
se encontraban todos los
bocadillos que los mozos habían
estado trasladando. Emmett llegó
a una larga mesa de roble y
comenzó a hacerse el barman ,
mientras ordenaba las botellas
detrás de él.
No pasó demasiado tiempo para
que la gente comenzara a llegar.
Todos vestían de forma muy
elegante y traían paquetes de
diversos tamaños consigo. Jasper y
Rosalie esperaban a todos en la
entrada con amplias sonrisas,
recibiendo las felicitaciones por
sus dieciocho años. Alice y yo,
cuando la gente comenzó a
ingresar, nos dirigimos a la
decorada sala, que parecía un
pequeño boliche. Allí se
encontraba Emmett girando
botellas frente a los ojos de la
pequeña multitud que se había
acumulado mientras servía algunos
tragos, totalmente divertido. Un
poco apartado del ruido estaba
Edward, apoyado contra una pared
y con un trago de llamativo color
entre sus manos, charlando
seriamente con un chico que, si no
me equivocaba, respondía al
nombre de Ben.
No me di cuenta cuando, pero
pronto la sala estuvo repleta de
gente y la pegadiza música
inundaba cada rincón. Los jóvenes
bailaban, bebían, cantaban y
gritaban bajo las coloridas luces
del lugar. Luego de pedirle dos
tragos de un color rojizo a
Emmett, que evidentemente se
había tomado muy en serio el papel
de barman , Alice me pasó uno y me
arrastró a la pista de baile.
-No, no, no, Alice -la frené-.
Yo no bailo.
-Oh, vamos, Bella -pidió ella a
los gritos, haciéndose oír sobre la
música, y dándome una vueltita
que hizo ondear las capas de
muselina de mi vestido-. ¡Vamos
a divertirnos! -chilló, bebiendo
un poco de su vaso.
Comenzamos a bailar -o por lo
menos Alice, ya que yo era pésima
y a mis movimientos no se los podía
llamar específicamente baile -,
sacudiéndonos entre la multitud de
gente, en la que, de vez en
cuando, veía alguna que otra cara
familiar. Estuvimos allí bastante
rato y no tenía ni idea de que
hora era. Sólo sabía que había
bailado demasiado, ya que mis pies
me estaban pasando factura, y
que no quería probar ni uno más
de esos tragos que Alice me había
pasado en medio de la fiesta. Con
cansancio fui hasta la improvisada
barra y quedé de pie, al lado de
Emmett, que parecía
completamente feliz en su puesto.
-¿Qué tal, damisela? -exclamó
con excesivo entusiasmo.
De acuerdo, quizás no era su
puesto casualmente lo que lo hacía
tan feliz.
-Muy bien, Emmett -comenté
con una sonrisa, mientras una
muchacha castaña se apoyaba del
lado de afuera de la barra y le
pedía un trago al mayor de los
Cullen.
Me senté en un alto taburete
pegado a la pared, a espaldas de
Emmett, y recosté mi nuca contra
la pared. La verdad es que no
estaba acostumbrada a beber y me
sentía con un leve mal estar,
tanto en el estómago como en la
cabeza. Mis cinco sentidos estaban
en perfecto funcionamiento -
bueno, quizás mis oídos no, pero
aquello no se debía al alcohol sino
a la ensordecedora música que
sonaba por toda la habitación-,
pero prefería no seguir bebiendo si
no quería acabar quién sabe como.
Solté un suspiro y entre las luces
de colores comencé a hacer un
paneo de la gente, de forma
aburrida, hasta que mi vista se
topó con una muchacha enfundada
en un delicado vestido lila hasta
por debajo de las rodillas. Con
algo de dificultad y
tambaleándome suavemente, me
puse de pie y, abriéndome paso
entre la multitud, llegué hasta
ella.
-¡Angela! -exclamé
emocionada, haciéndome oír sobre
la música.
Ella, cuando me oyó, dejó de mirar
a las dos rubias que tenía
enfrente y se volvió hacia mí,
mientras una sonrisa se extendía
por su rostro.
-¡Bella! ¿Cómo estás? -exclamó
alegremente.
-Muy bien -repliqué, con la
garganta algo adolorida de tanto
gritar.
Le hice una pequeña seña con la
cabeza y le indiqué que me
siguiera. Otra vez esquivando a la
gente, comenzamos a andar hasta
que logramos salir de la atestada
sala. Pasamos el pequeño recibidor
y, una vez que llegamos al living,
alcanzamos unos sillones, donde
en uno de ellos había un joven
durmiendo y otro acomodado en el
piso, también en el mundo de los
sueños. Mirándolos divertidas, nos
acomodamos en los sillones de
enfrente, lo más alejadas de los
muchachos, con la intención de no
despertarlos. Allí donde nos
encontrábamos, la música ya
prácticamente no se escuchaba y
podía hablarse con normalidad; o,
por lo menos, sin tener que gritar
como locas.
Me llevé una mano a mi adolorida
cabeza y suspiré.
-Gracias a Dios -murmuré-.
Me estaba muriendo allí adentro.
Angela rió suavemente.
-¿Has bebido mucho? -inquirió
con una sonrisa.
-No lo suficiente para perder el
sentido, pero combinado con la
música y el griterío, me he ganado
un buen dolor de cabeza -
comenté.
Nos quedamos allí un rato más,
hablando de cosas sin mucho
sentido. Charlamos sobre el
instituto, el local de su familia y
nuestros compañeros.
Afortunadamente, luego de que le
hubiera contado algo en el
trabajo, entendió que el tema de
mis padres no era algo que me
gustaba tocar, por lo que no
mencionó absolutamente nada. Le
agradecí aquello muchísimo.
No se cuanto tiempo había pasado
desde que estábamos allí; sin
embargo, pronto todo lo que había
tomado comenzó a tener otros
efectos en mi organismo. Me puse
de pie, tambaleándome suavemente
en el proceso y haciendo reír a
Angela.
-Voy al baño -comenté,
mientras me echaba andar.
La vi asentir suavemente, en
silencio.
Con un dolor de cabeza
considerable, comencé a caminar
por la casa. Probé con el baño de
la planta baja, pero un peso sobre
la puerta me impidió ingresar y dos
voces desde el interior me dijeron,
de forma poco sutil, que
desapareciera de allí. Con
dificultad comencé a subir las
largas escaleras, tomada de la
baranda; después de todo, si ya en
condiciones normales era
sumamente torpe, en aquellos
momentos podía tropezar
simplemente al intentar caminar
de forma común y corriente.
Gracias a Dios, cuando llegué al
pasillo del primer piso, la puerta
del reluciente baño estaba abierta
al final. Caminé dando trompicones
hacia él, hasta que por fin llegué.
Pude utilizarlo en paz y luego salí,
apoyándome suavemente en una de
las inmaculadas paredes. La
cabeza me daba vueltas de una
forma horrible y el dolor en mi
estómago se estaba acrecentando.
Me balanceé peligrosamente y
saliendo de la pared seguía
apoyándome contra lo que
encontraba. El lugar estaba
bastante oscuro, por lo que me
sorprendí cuando me tambaleé y
una mano helada me tomó de un
costado.
-Bella, ¿Estás bien? -preguntó
la voz suave de Edward.
No, no estaba bien.
Pero ¿Qué demonios hacía él ahí?
¡Bah! ¿A quién le importaba?
-Weber me dijo que habías ido al
baño -aclaró, como si me leyera
la mente.
Volví a dar unos pasos vacilantes y
me tambaleé otra vez, apoyándome
contra su pecho. Ya no llevaba
ninguna corbata y el saco de su
traje había desaparecido. Me
aferré al cuello abierto de su
camisa verde como si se me fuera
la vida en ello. Sentí su otra mano
viajar a mi cintura y agarrarme
con firmeza. Me refugié de forma
inmediata en su pecho, dejando mi
cabeza en su cuello y aspirando
aquél olor al que me estaba
volviendo preocupantemente
dependiente. Escuché cómo
susurró mi nombre en medio de la
penumbra del pasillo y no sé si
fueron las copas que llevaba
encima, el dolor de cabeza o,
simplemente, las ganas que tenía
de hacer aquello; pero me separé
para mirarlo a los ojos, tirando
del cuello de su camisa y
acercándolo a mí bruscamente.
Y lo besé.
Cuando capturé sus labios, él sólo
se quedó quieto; por lo que
aproveché que no se había alejado
y pasé casi automáticamente los
brazos alrededor de su cuello,
dejando descansar mis manos
entre los mechones de su
broncíneo cabello. Sentí que el
contacto de sus manos sobre mi
cintura se afianzaba y poco a poco
comenzó a responder al beso de
forma casi tan desesperada cómo
yo. Me faltaba la respiración, pero
no sentía la necesidad del aire en
aquél momento; no me era tan
indispensable como sus labios sobre
los míos.
Sin embargo, como siempre, sentí
las manos se Edward separarme
suavemente de él.
-No, Bella... -murmuró.
Ignorándolo, molesta y libre cómo
me sentía en aquél momento,
comencé a caminar agarrándome
de las paredes. Sin embargo,
pronto sentí sus manos tomándome
por la cintura, de espaldas a mí.
-¿No crees que sería mejor que
te acostaras? -comentó
suavemente, y su aliento cálido me
hizo cosquillas en el cuello.
Quise darme vuelta y volver a
besarlo, pero recordé que estaba
molesta con él; por lo que,
ignorando su agarre, seguí con mi
camino, dando tumbos.
Reconsiderando su idea y segura
de que no podría bajar las
escaleras sin caer en el intento,
me dirigí con poca objetividad a
una de las tantas puertas del
pasillo y, luego de forcejear un
poco con la manilla, la abrí
abruptamente. Ingresé y miré a mí
alrededor.
Mi boca se abrió de par en par.
Me costó un poco identificar que
la habitación a la que había
ingresado era un dormitorio,
debido a que todo se encontraba
cubierto de una suave pero
considerable capa de polvo. En el
centro del espacioso cuarto había
una enorme cama de roble, de
aspecto desvencijado, con sábanas
que en algún momento debieron
ser de un rosado claro, pero que
ahora se veían opacadas por la
suciedad. Las paredes estaban
adornadas con los muebles a juego
con la gran cama; pero, sin dudas,
lo que más llamó mi atención fue el
amplio retrato colgado contra la
pared ubicada a mi izquierda. Allí,
había una gran fotografía de una
niña -de no más de doce o trece
años- con el cabello rubio rojizo
y una sonrisa arrogante pintada
en su infantil rostro. Yo conocía a
esa joven.
Era ella.
Lentamente, con un tambaleo de
por medio, me volví hacia atrás
para encontrarme con la figura de
Edward. Lo que vi me dejó sin
aliento. Allí estaba él, parado en
el umbral, con la vista
desenfocada y la boca levemente
abierta. Sus manos estaban
apoyadas en el marco de la puerta
y sus dedos apretaban la pared con
una fuerza excesiva. Su
respiración agitada me golpeó
cuando se volvió hacia mí y sus
sombríos ojos me hicieron tragar
con dificultad.
-Bella, vámonos de aquí -
murmuró con voz ronca.
Me acerqué unos centímetros a él.
Con cuidado, tomé sus manos y las
despegué suavemente del marco de
la puerta, temiendo que se hiciera
daño con la presión que estaba
ejerciendo. Luego, las bajé y las
dejé frente a mí, envolviéndolas
con mis manos.
-Edward... ¿Quién es ella? -
pregunté suavemente.
Lo vi suspirar varias veces, por lo
que apreté sus manos con calidez.
Él quedó con la vista clavada en
nuestra unión, para luego alzar la
vista a mis ojos. Sentí que se me
partía el corazón al ver aquella
mirada oscura y débil.
-Vámonos de aquí y prometo que
te explicaré -me aseguró con su
suave voz de terciopelo, más
débilmente de lo normal.
Asentí, mientras él soltaba sólo
una de mis manos.
Llevándome suavemente detrás de
él, Edward me guió por el pasillo,
hasta que atravesamos una de las
tantas puertas, que me
recordaban a los corredores del
hogar de los Cullen. Ingresamos
en una habitación, decorada en
distintos tonos de color maíz, y
supuse que debía ser alguno de los
cuartos de invitados, debido a la
impersonal decoración. Edward me
guió hasta la amplia cama de dos
plazas y yo me senté, no sin antes
balancearme de forma peligrosa.
Ambos nos quedamos en un pesado
silencio, hasta que logré recuperar
un poco mis sentidos adormilados.
-¿Quién es ella? -pregunté
otra vez, suavemente.
Los ojos verdes de Edward se
quedaron fijos en el reluciente
piso de la habitación.
-Tanya Hale -habló con voz
pausada y suave. Percibí en su
rostro una extraña mueca al
pronunciar su nombre.
-¿Tanya Hale? -pregunté,
confusa-. ¿Ella es...?
-Hermana de Jasper y Rose, sí;
dos años menor -confirmó,
asintiendo de forma muy suave. Se
quedó en silencio, sumido en sus
propios pensamientos y con la
vista aún clavada en el piso. No lo
interrumpí, y segundos después
volvió a hablar-. Y era mi
prometida -explicó en un
susurro.
Lo miré incrédula.
¿Su prometida? ¿Cómo que su
prometida?
¡Momento! Pero... ¿ Era?
-¿Cómo que... era? -pregunté,
ya acostumbrándome a hablar en
susurros.
Edward suspiró varias veces y sus
ojos viajaron del piso a mi rostro
confuso y nuevamente al piso,
repitiendo el recorrido varias
veces. Sus dedos se encontraban
hundidos en el cobertor de la
cama, haciendo presión sobre él.
-Ella... -balbuceó mirando hacia
el piso, firme en su lugar, casi
como congelado-. Ella... ella está
muerta -declaró con el más
suave y nostálgico de los
susurros.
Me quedé dura en mi lugar.
Y, en ese momento, varias cosas
comenzaron a cuadrar para mí.
Incluso aún cuando mi cabeza era
un completo lío.
Entonces, hice lo único que mi
agarrotado cuerpo me permitía
hacer en ese momento.
La abracé con fuerza.
Me sorprendí de que no rechazara
el contacto de mi cuerpo. Sin
embargo, poco después pasó sus
brazos por mi cintura y aquello me
reconfortó. Después de todo,
sentía que su dolor se me había
transmitido de una manera
inexplicable. Enterró la cabeza en
mi cuello y descansó allí. Pasé mis
manos de forma torpe por su
cabello y lo vi alzarse lentamente.
De forma repentina, una punzada
atacó mi cien y me llevé las manos
de forma inconciente, haciendo
una mueca de dolor y rompiendo
nuestro abrazo.
-Bella, sería mejor que duermas
un poco -comentó, con un ronco
susurro.
-No, yo, no... -balbuceé. Quería
saber más sobre la tal Tanya,
sobre su historia. ¡Necesitaba
saber!
Me sorprendí cuando sus fríos
labios alcanzaron mi frente en
una suave caricia.
-Duerme, Bella -me pidió.
Se puso de pie apaciblemente, por
lo que acudí a mi último recurso.
-Quédate conmigo -le pedí,
tirando suavemente de su camisa.
Se volvió a mirarme y pude notar
cierta sorpresa en la máscara
seria de su rostro. Pareció evaluar
la situación y me estudió en
silencio con sus ojos verdes. Me
quedé allí, inmóvil, esperando a
que negara suavemente con la
cabeza y se fuera con sus
cordiales pero frías palabras. Sin
embargo, volvió a sorprenderme
otra vez en esa misma noche. Con
cuidado se sentó otra vez a mi
lado y me miró.
-Me quedaré aquí -prometió-,
pero duerme.
Lo miré con desconfianza.
-¿Te quedarás? -estaba
actuando infantilmente, lo sabía;
pero mi conciencia en ese momento
parecía estar olvidándose de ese
detalle.
De unos cuantos, en realidad.
Edward asintió suavemente,
mientras se volvía a poner de pie.
Acomodó una almohada en la parte
superior de la cama y la palmeó
casi imperceptiblemente,
indicándome que me acostara. Con
cuidado me quité los zapatos que
traía y gateé por la cama, hasta
llegar allí. Pronto me desplomé y
caí bocabajo. Recién en ese
momento me dí cuenta de lo
placentero que se sentía poder
estar acostada sobre la mullida
superficie. Me acomodé,
removiéndome en el colchón y
llevando las manos a la almohada.
Edward estaba sentado al borde de
la cama, a mi derecha.
-Duerme -lo escuché
susurrarme suavemente, mientras
acariciaba mi cabello.
Ni siquiera me di cuenta; pero, en
lo que me pareció cuestión de
segundos, fui transportada al
mundo de los sueños, aún
sintiendo los dedos de Edward
entre mi cabello.

Bajo El Mismo TechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora