2- "verde Esmeralda"

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Ya habían pasado cuatro días
desde mi llegada a Forks. Cuatro
días desde el accidente de mis
padres. Cuatro días desde que
había llegado a aquella casa.
Cuatro días desde que había
comenzado a convivir con Edward
Cullen.
La convivencia entre ambos no era
algo tan difícil como yo me lo había
imaginado en un principio. De
hecho, muchas veces debía
asegurarme de que Edward estaba
realmente allí, ya que era de lo
más silencioso. Sus horarios eran
bastante diferentes a los míos y
creo que no miento si digo que
solamente coincidíamos para las
comidas. Incluso, a la hora de
dormir, él se iba a su habitación
mucho más temprano que yo y, en
el momento en que yo recién me
levantaba, él parecía estar
despierto desde hacía bastante
tiempo. También, de forma casi
inconciente, nos habíamos dividido
las tareas de la casa. Él se
encargaba de todo lo que fuese
referente a salir del hogar y
utilizar un vehículo -como hacer
las compras, por ejemplo- y de
algunas cosas menores por la
mañana, mientras yo aún dormía.
Por mi parte, yo me encargaba del
aseo de la casa, las comidas
nocturnas y otras pequeñas cosas
que se presentaban a medida que
transcurría el tiempo allí.
Pasé una mano por mis cabellos
castaños, mientras me acomodaba
en aquella especie de hamaca con
forma de banco, ubicada en el
jardín del frente de la casa. La
brisa cálida soplaba con fuerza y
el cielo manchado de algunas
nubes grises anticipaba la lluvia.
Aquella tarde había ido a ver a mis
padres, y sus mejoras habían sido
mínimas; ambos seguían
inconcientes y en el sector de
terapia intensiva. Me acomodé
mejor en el banco, dándome
cuenta de cuanto los extrañaba
conmigo, de las ganas que tenía de
que pudiéramos reacomodar juntos
los muebles, mirar televisión
sentados en el sofá, o compartir
una cena familiar.
Los extrañaba horrores.
Escuché el suave rugido de un
automóvil y vi el Volvo de Edward
estacionándose en la puerta de mi
casa. La verdad, viéndolo desde mi
posición, aquél coche desentonaba
bastante con la vivienda, que no
era demasiado lujosa. Vi al
muchacho de cabellos cobrizos
bajarse del vehículo con suma
elegancia.
Él también desentonaba bastante,
a decir verdad.
Con su constante andar
desenfadado y grácil, Edward sacó
un par de bolsas de papel del
asiento del copiloto. Sin dificultad
alguna, las cargó todas entre sus
brazos y comenzó a andar hacia la
casa. Cuando sus ojos se toparon
conmigo, detuvo la marcha.
-Tengo permitido estar en el
jardín, ¿no? -comenté
burlonamente cuando lo vi fruncir
el entrecejo.
Se encogió de hombros.
-Supongo que si -respondió
secamente, para luego seguir su
camino.
Con una hábil maniobra pateó de
forma suave la puerta de entrada
-que yo había dejado entornada
- y desapareció dentro de la
casa.
Después de unos minutos más
afuera disfrutando de aquella
cálida y reconfortante brisa, imité
a mi compañero e ingresé a la
casa. Atravesé el pasillo y me
dirigí a la cocina para encontrarlo
de espaldas a mí. En su mano
sostenía un teléfono móvil
plateado, apretado fuertemente
contra su oído. Luego, lo escuché
bufar exasperado.
-Alice, estoy perfectamente -
habló, recalcando notoriamente la
última palabra-. No necesito tu
ayuda, ni la de nadie.
Se quedó callado y supuse que la
respuesta de la persona del otro
lado de la línea no le había
agradado demasiado, porque volvió
a suspirar con fastidio.
-Ella está bien, no tienes nada
de que preocuparte -habló
rápidamente. Se quedó en silencio
otra vez-. ¿Ropa? -inquirió,
dejando ver confusión en su voz
-. No, sabes que esa no es mi
área -masculló, dejando
entrever cierto deje de sarcasmo
en su tono.
Repentinamente se giró sobre sus
talones y me vio allí de pie,
seguramente con una mueca de
notable sorpresa. Alzó una ceja y
quise que la tierra me tragara en
ese mismo instante. ¡Bravo Bella!
¿No podía, aunque sea, haberme
ocultado fuera de la cocina?
-Alice, te llamo luego -dijo
lentamente, con su aterciopelada
voz. Esperó-. No, no voy a matar
a nadie -respondió, mirándome
sugestivamente.
Tragué pesado, mientras él
cortaba su teléfono y lo guardaba
dentro de su bolsillo.
-¿Y bien? -preguntó,
nuevamente con una ceja en alto.
-Esto... yo venía a... hacer la
cena...y... -comenté, con la
garganta repentinamente seca.
¿Por qué tenía aquella mirada tan
penetrante e intimidante?
Como habitualmente solía hacer,
se encogió de hombros y salió de la
sala. Suspiré sonoramente cuando
salió de mi vista. Por alguna
extraña razón -no tan extraña,
de hecho-, su presencia me
incomodaba de sobremanera.
Comencé a cocinar algo de pasta,
mientras encendía el pequeño
televisor que se encontraba
colgado de una de las paredes de
la cocina y sintonicé el noticiario.
Sin embargo, no le hice demasiado
caso y preferí sumirme en mis
propios pensamientos. Aquella casa
estaba demasiado vacía sin mi
padre sentado en la mesa
quejándose de las terribles
noticias que se anunciaban.
Cuando acabé de preparar la
comida, me dirigí al piso superior.
La puerta del cuarto que ocupaba
Edward estaba cerrada y,
levemente, llamé a ella. Pocos
segundos después la misma se
abrió, develando su perfecto
rostro, algo adormilado. Se veía
encantador...
...hasta que volvió a mirarme con
aquellos ojos que podrían derretir
hasta el mismo polo norte.
-A comer -susurré, para luego
escurrirme escaleras abajo.
Sin embargo, con mi forma torpe
de bajar, solo conseguí lo
inevitable: trastabille con uno de
los últimos escalones y bajé
cuatro de golpe, para terminar
sentada a los pies de la escalera.
Sentí un tirón en la herida que me
había provocado el accidente e,
inconcientemente, llevé mi mano a
ella, mientras maldecía mi suerte
en susurros.
¡Demonios, es que odiaba ser tan
torpe!
Pronto escuché unos pasos rápidos
en la escalera y, cuándo alcé mi
vista, me encontré con Edward
acuclillado a mi lado.
-¿Estás bien? -me preguntó.
Creo que mi cara debía ser de
idiota, porque su rostro se
contrajo en una mueca extraña;
mas en mis ojos estaba grabada
aquella mirada de preocupación
que me había dirigido antes. Por
primera vez, desde nuestro primer
encuentro, había visto en sus ojos
algo más que frialdad y evasión.
Aquello era verdadera
preocupación y su mirada jade
había resplandecido con un brillo
completamente encantador e
hipnotizante.
-Bella, ¿estás bien? -reiteró
con su voz de terciopelo,
haciéndome volver al planeta
Tierra.
Asentí torpemente, mientras me
apoyaba en la pared para ponerme
de pie.
Edward me imitó y me siguió
cuando comencé a caminar hacia la
cocina.
Comenzamos nuestra cena en
silencio, ambos sentados en la
mesa cercana a la mesada, uno en
frente del otro. Muy
educadamente, como ya venía
haciendo desde nuestro primer día
allí, sirvió la bebida en mi vaso.
Luego, lo único que pudimos oír
mientras comíamos era la voz del
hombre que daba las noticias en la
televisión. Minutos después de un
abrumador silencio entre
nosotros, cuando uno de los
panelistas estaba mencionando
algo sobre el aumento de salarios
de los profesores, Edward alzó la
vista de su plato y me miró.
-Hoy he hablado con Carlisle y me
comentó que aún tienes dos años
de colegiatura por terminar,
¿cierto? -comentó con su tono
formal.
Asentí, evitando preguntar de
dónde había sacado aquella
información el doctor Cullen.
-Mañana por la mañana enviaré
los papeles para inscribirte en el
instituto de Forks -explicó
brevemente-. Compré algunas
cosas que seguramente
necesitarás para empezar,
también. Aunque aún faltan los
nombres de los textos, pero...
Entonces caí en la cuenta de algo.
Sólo faltaba una mísera semana
antes de comenzar el instituto.
¡Bravo! ¡Las cosas no podían ir
mejor para mí! Cerré los ojos por
unos segundos, intentando
asimilar lo que Edward me había
dicho.
-¿Tú has asistido al instituto de
Forks? -comenté curiosa,
centrando mi mirada en él.
El asintió.
- Asisto al instituto de Forks -
remarcó y yo lo miré confundida
-. Supongo que coincidiremos en
alguna que otra clase -comentó
luego, enroscando con delicadeza
un poco de pasta en su tenedor.
¿¡Cómo había dicho!? Abrí los ojos
sorprendida.
-¿¡Tú...tú...tienes dieciséis
años!? -pregunté, totalmente
sorprendida.
-En realidad, cumplí los
diecisiete hace algunos meses -
replicó con desinterés.
Lo miré sorprendida. ¿Cómo aquél
chico podía tener casi mi misma
edad? Como mínimo, le hubiese
dado unos diecinueve años. No sólo
por su aspecto físico -me sacaba
prácticamente una cabeza de
altura-, sino por su forma de
hablar, que no se parecía en nada
a la de todos los chicos de mi edad
que conocía en Phoenix, mi
antigua ciudad de residencia.
¿Sería alguna característica de
los jóvenes de Forks?
-¿Tanto te sorprende? -me
preguntó con una ceja alzada.
-No pareces de diecisiete años
-comenté rápidamente.
Él asintió el silencio, aunque creí
ver que su rostro impasible dejaba
asomar algún vestigio de tristeza
que no llegué a entender.
Evidentemente, había algo en mi
confesión que lo había movilizado.
Sin embargo, preferí callarme
aquello.
En silencio me puse de pie para
recoger los platos. Al instante
Edward se acopló a mí, guardando
la bebida en el refrigerador y
alcanzándome algunas cosas al
fregadero. Yo comencé a lavar,
mientras él, a mi lado, secaba. El
señor de las noticias seguía con su
perorata detrás de nosotros que,
en silencio, no despegábamos los
ojos de nuestra labor.
Repentinamente, sin embargo, el
ruido del timbre nos sobresaltó a
ambos. Miré a Edward, confundida.
Él tenía el entrecejo
profundamente fruncido. Parecía
congelado en su lugar; pero,
cuando hice el amague de dirigirme
a ver quien era, él extendió su
palma delante de mí para que me
detuviera. Después de ello, lo vi
trotar de forma grácil hasta la
puerta de entrada. Espió por la
mirilla y luego abrió la puerta
lentamente.
Me sorprendí al ver como unos
brazos lo rodeaban rápidamente y
una pequeña muchacha se colgaba
de él, literalmente, ya que Edward
le sacaba bastante más de una
cabeza.
-¡Edward! ¡Cuánto te extrañé!
-chilló la joven, aferrándose más
a él.
Edward, sin embargo, encontró la
manera de sacársela rápidamente
de encima.
-Alice, ¿qué haces aquí? -
preguntó. Así que aquella era la
muchacha con la que estaba
hablando por teléfono-. Creí ser
bastante claro cuando te dije que
no necesitaba visitas.
La tal Alice se encogió de hombros
con diversión. Pronto sus ojos se
posaron en mí y pude verla
claramente. Su piel era tan pálida
como la de Edward y sus ojos, de
un celeste muy intenso,
destellaban alegremente bajo las
espesas pestañas. Su cabello
azabache brillaba bajo la tenue
luz del pasillo y las puntas del
mismo parecían ir en todas las
direcciones posibles. Dándole una
mirada completa a su pequeña
anatomía, me di cuenta de que me
daba la impresión de estar mirando
a una frágil muñequita de
porcelana. Ella, simplemente, me
mostró una sonrisa radiante bajo
sus rosados labios.
-¡Tú debes ser Isabella! -
comentó risueña, con una delicada
voz cantarina.
-Bella -corregí, devolviéndole
la sonrisa tenuemente. Después de
tantos días con Edward creí que
estaba olvidándome de cómo
sonreír.
Se acercó rápidamente hacia mí,
con un andar aún más grácil que el
de mi acompañante, y me estrujó
en un abrazo afectuoso. Me
sorprendí en un principio, pero
luego se lo devolví, aunque con
menor intensidad.
-Lamento lo de tus padres,
Carlisle me ha contado todo -dijo
ella, hablando bastante rápido, y
con una mueca de tristeza en su
rostro-. Por cierto, Soy Alice
Cullen.
-¿Cullen? -pregunté confusa.
-Es mi hermana -murmuró
Edward, que se encontraba
apoyado en la pared opuesta a
nosotras, junto a la puerta de
calle.
Dirigí mi mirada de Edward a Alice
y comprendí, después de todo, que
aquél parecido no era algo
simplemente casual. Vi que la
recién llegada me miraba con una
enorme sonrisa pintada en sus
labios.
-Presiento que seremos buenas
amigas -comentó, con una
enorme sonrisa.
Le devolví el gesto, gustosa.
¡Por Dios! ¿Cómo dos hermanos
podían ser tan completamente
diferentes?
-Me imagino que mi hermanito
debe tenerte bajo prisión
domiciliaria -comentó, mirándolo
con un gesto que me hizo reír
suavemente. Edward, aún apoyado
en la pared, con los brazos
cruzados sobre su pecho, soltó una
especie de gruñido-; pero, si
quieres, mañana podemos ir a dar
una vuelta por Port Angeles. Allí
hay un centro comercial y unos
cuantos negocios más que aquí.
¿Qué te parece? -propuso,
hablando rápido.
Me tomé unos segundos para
procesar la información.
-Me parece bien -respondí, con
una suave sonrisa sobre los labios.
-De acuerdo -aceptó, ampliando
su sonrisa, dando pequeños
saltitos en su lugar. Parecía una
niña pequeña-. Iremos en mi
auto, mañana te pasaré a buscar.
La miré con los ojos muy abiertos.
-¿En tu auto? -pregunté
confundida-. ¿Cuántos años
tienes?
Soltó una risita cantarina.
-Dieciséis -respondió-, aunque
no los aparento, ¿cierto? -
inquirió luego, con una pícara
sonrisa de ángel.
Asentí. Aquella muchacha era
sumamente agradable.
-Si vas a venir mañana, ¿por qué
no vuelves a casa ahora? -
preguntó Edward, aún en su
antigua posición.
Carraspeé suavemente, para
llamar la atención de los
hermanos. Ambos me miraron.
-¿Por qué no se queda Alice a
dormir aquí? -propuse
encogiéndome de hombros. Luego
señalé el sofá-. Yo no tengo
ningún problema en dormir ahí.
Edward, con algo que ya estaba
haciéndoseme tan habitual como
exasperante, se encogió de
hombros y miró a su hermana.
-Utiliza la cama de arriba -le
dijo seriamente-. Yo improvisaré
algo aquí.
Me sorprendí con el gesto, pero
Alice simplemente sonrió,
consiguiendo robarle a su hermano
un furtivo beso en la mejilla, en
forma de agradecimiento. Cuando
Edward subió las escaleras, Alice
se volvió hacia mí con una pequeña
sonrisa surcando su infantil
rostro.
-Se hace el duro, pero en el
fondo es una muy buena persona
-me comentó.
-¡Te he escuchado! -gritó
Edward desde el piso de arriba, sin
asomarse, haciendo que su
hermana riera.
-¡Sabes que digo la verdad! -
respondió con voz fuerte ella,
sonriente. Volvió a mirarme-.
¿Me enseñas la casa? -preguntó
con ojitos soñadores.
Divertida, asentí.
Aquella muchacha era todo un
personaje.
Comencé a hacerle un recorrido a
Alice y, finalmente, nos quedamos
en mi habitación. Después de
sacarse su calzado, se sentó sobre
mi cama y se puso a ojear mis cds,
que todavía estaban sin ordenar
dentro de una caja. Los escrutó
con cuidado y, luego, alzó los ojos
con una mezcla de sorpresa y
diversión.
-¡Edward y tú tenéis gustos
musicales muy parecidos! -
exclamó, emocionada. Que linda,
se alegraba con tan poco.
-¿De verdad? -inquirí con
auténtica sorpresa.
-Si. No solo le gusta la música
clásica, sino que Muse, The Arcade
Fire y The Strokes están entre sus
colecciones preferidas -me
comentó y luego señaló mis cds -
y veo que aquí tienes mucho de
ellos.
Asentí, sorprendida por aquello.
La verdad es que aquellas eran
unas de mis bandas favoritas y
nunca las hubiera relacionado de
ningún modo con Edward Cullen.
Después de seguir revisando un
poco mis cosas y de sentenciar que
necesitaba irremediablemente algo
de ropa, Alice se dirigió al cuarto
que Edward había dejado listo
para que ella ocupara. Yo
rápidamente me dirigí al baño y me
puse me pijama. Después de
lavarme los dientes, me metí en la
cama, preparándome física y
mentalmente para la salida con
Alice, cuya energía parecía
inagotable.
Dormí como un tronco toda la
noche, aunque mis sueños no
fueron demasiado placenteros.
Esta vez no solo soñé con mis
padres y el accidente que me
atormentaba; sino que además, en
otro sueño diferente, era
perseguida por cientos de prendas
de vestir que gritaban mi nombre.
Me temo que Alice tenía algo que
ver en esto último.
Como todas las mañanas, me dirigí
al baño y me di una ducha rápida.
Dado a que mi pelo parecía
negarse a colaborar a la hora de
peinarlo y hacia demasiado calor
para un secador, me hice una
especie de recogido con unas
hebillas y, después de ponerme
unos jeans y una de mis camisas
favoritas, me dirigí con paso
cauteloso por las escaleras, hacia
la cocina. Cuando llegué allí,
Edward y Alice se encontraban
desayunando en la mesa.
-¡Buenos días, Bella! -me
saludó radiantemente la más
pequeña de los Cullen-. ¿Cómo
has dormido?
-Muy bien, gracias -respondí
mientras me sentaba a su lado.
Ella rápidamente comenzó a
servirme jugo, té, galletas,
tostadas-. ¿Tú cómo has
dormido?
-Muy bien, también -aseguró.
Miró a Edward que seguía
comiendo en silencio y luego, con
una sonrisa pícara se volvió hacia
mí-. Deberías tener cuidado con
este muchachito por las mañanas
-me comentó como si fuera un
secreto, señalándolo-, puede ser
una verdadera pesadilla.
Edward alzó los ojos para mirar a
Alice, y luego los puso en blanco.
-¿A qué hora me dijiste que
partíais? -preguntó con fingido
interés.
Alice sonrió.
-A las once, no te librarás tan
fácil de nosotras -replicó con su
siempre presente sonrisa.
Alice salió de la cocina tarareando
alguna canción en voz muy bajita,
pero audible. Entonces, sentí la
mirada de Edward en mi espalda y
me volví. Se acercó un poco y con
su aterciopelada voz habló:
-Hoy, muy temprano en la
mañana, ha llamado Carlisle.
Abrí los ojos con sorpresa, y con
una repentina opresión en el
pecho.
-La situación de tus padres sigue
igual, pero quería que te lo
avisara para que no te preocupes
-agregó, luego.
Asentí con resignación, soltando la
respiración que había contenido,
ante aquella exasperante
situación.
Si mis padres seguían en aquél
estado, sin despertar, me volvería
completamente loca.
-Gracias -le dije, por hacer las
veces de vocero.
Lo vi inclinar un poco la cabeza,
antes de dirigirme fuera de la
cocina.
Después de aquella breve
conversación con Edward, las
horas pasaron demasiado rápido.
Quizás, más de lo que deseaba.
Cuando salimos a la puerta de mi
casa, me encontré con un
reluciente auto deportivo de un
color amarillo chillón. Si el Volvo
de Edward desentonaba con mi
casa y el entorno lleno de
vegetación, aquél Porsche parecía
venido de otra galaxia. Vi que
Alice me permitía la entrada al
asiento del copiloto, tapizado con
un reluciente cuero negro. La vi
subirse al asiento del conductor y
me di cuenta de que el auto
encajaba perfectamente con su
dueña. Llamativo y completamente
alegre. Me sorprendí cuando vi que
Alice andaba a una velocidad
bastante más alta de la que yo
estaba acostumbrada. Ya estaba
amarrada a mi asiento con el
cinturón de seguridad, pero pronto
le pedí que por favor disminuyera
la velocidad. Después de todo,
aquél era mi primer viaje en
automóvil después del accidente.
-¡Ahí, perdón! ¡Soy tan torpe!
¡Lo siento! -me pidió de forma
atropellada, reduciendo la
velocidad considerablemente, con
una mirada que demostraba que
estaba, en verdad, apenada.
-No te preocupes -le respondí
con una sonrisa un tanto forzada,
aferrándome, inconcientemente, a
mi asiento.
Afortunadamente, el viaje no fue
tan largo; o, por lo menos, no
tanto como esperaba. Cuando
bajamos, después de que Alice
aparcara prolijamente en el
estacionamiento del centro
comercial, las dos comenzamos a
caminar a la par. Sin embargo,
ella me tomó rápidamente la mano
y pronto me vi siendo arrastrada
al interior del gran edificio a una
velocidad increíble. Con la misma
rapidez, Alice me metió a los
probadores de diferentes locales
pasándome prendas de todos los
colores, estilos y telas. Después de
más de dos horas que me
parecieron completamente
interminables, nos dirigimos al
patio de comidas, para comer algo
-a pesar de que, en realidad, era
bastante tarde como para
almorzar-. Alice me había,
prácticamente, obligado a comprar
toda aquella ropa y a dejarla que
pagara. Me había negado hasta el
cansancio pero, evidentemente,
era una de aquellas personas que
no se detenían hasta que
conseguía lo que quería; por lo que
ahora recorríamos el sector lleno
de locales de comida con nuestras
manos repletas de bolsas.
-¡Ah, que bueno es tener una
compañera para estas cosas! -
me comentó alegremente,
mientras nos sentábamos en una
mesa-. Rose ya se está negando
a estas salidas -quise preguntar
quién era Rose, pero ni siquiera
me dio tiempo para meter bocado
en la conversación-. ¿Qué te
gustaría de comer? -preguntó.
Me encogí de hombros.
-Una hamburguesa estaría bien
-comenté, cuando vi a lo lejos el
local de McDonalds.
-De acuerdo, cuida las bolsas que
yo ya vuelvo -y dando saltitos
desapareció alegremente.
Cuando la vi alejarse, después de
acomodar mis bolsas, me desplomé
sobre una de las sillas. No me
había dado cuenta de cómo me
dolían los pies después de
semejante caminata y la herida de
mi pierna estaba comenzando a
pasarme factura. Alice me había
comprado desde sweaters hasta
pilotos para la lluvia, desde
zapatillas hasta botas. Según ella,
debía tener un vestuario variado
para cuando comenzara el
instituto.
Pronto mi acompañante volvió con
una bandeja en la mano y ambas
comenzamos a comer con ansias,
ya que no habíamos ingerido nada
desde el desayuno. Cuando las dos
acabamos la hamburguesa,
comenzamos a comer las papas que
había traído para acompañar.
Mientras Alice tomaba una, la vi
tirarse para atrás en su silla y
mirarme con su siempre simpáticos
ojitos.
-¿Y? ¿Cómo te trató Edward
todos estos días? -preguntó.
Su interrogante me tomó por
sorpresa, así que tarde unos
segundos antes de contestarle.
-No puedo quejarme -respondí
-. La verdad es que puedo
acusarlo de cualquier cosa menos
de molesto. ¡Casi no lo oigo en
todo el día!
Escuché como Alice soltaba una
risita.
-Sí, efectivamente, ese es mi
hermano -bromeó.
-¿Es siempre así? -pregunté
dubitativa, pensando que en
realidad tenía algo personal
contra mí.
-Algo por el estilo -me
respondió, tomando otra papa de
la bandeja. Me señaló con ella-.
Con la gente que no conoce es muy
reservado -se señaló a ella, de
forma inconciente-; con
nosotros, sus familiares, incluso
es bastante prudente... ¡así que
imagínate!
Asentí levemente con la cabeza.
-Igualmente, es un excelente
muchacho -me comentó. Se
notaba que lo apreciaba muchísimo
-. Debes darle tiempo.
-Me da un poco de miedo -
comenté sin pensarlo.
Cuando me di cuenta de lo que
había dicho, me sonrojé
violentamente.
Alice dejó escapar su risita
tintineante.
-Suele tener ese efecto sobre
los desconocidos -me comentó
divertida-. Pero no creas sólo en
las apariencias, Bella -me dijo,
bastante seria.
Asentí confundida, mientras me
llevaba una papa frita a la boca.
¿Qué había querido decir
exactamente con eso?
Después de comer y de dar alguna
que otra vuelta para que Alice
comprara algunas cosas que le
faltaban, las dos nos dirigimos a
su automóvil. Esta vez, noté como
logró controlar la velocidad, hasta
ir casi al paso de una tortuga,
mientras me mostraba los
alrededores a medida que íbamos
volviendo hacia Forks. Otra vez,
reparé que todo era
enfermizamente verde. La
vegetación lograba cubrirlo todo y
no había otro color que llamara mi
atención en aquél pueblito.
Verde, verde y más verde.
Cuando llegamos a nuestro
destino, Alice volvió a estacionar
frente a mi casa y, con bastante
dificultad, ambas bajamos todos
los paquetes, que parecían
haberse multiplicado dentro del
baúl del Porsche.
¿Realmente nosotras habíamos
comprado todas esas cosas?
Tomé todas las bolsas que pude y
comencé a caminar dando tumbos
hacia la puerta. Debido a que los
paquetes tapaban mi visión, no vi
el pequeño escaloncito de la
entrada y caí para adelante.
Evidentemente, Edward debía
estar en casa, porque golpeé la
puerta y esta se abrió sola,
dejándome caer al piso con todos
los paquetes desparramándose a
mí alrededor. Pocos segundos
después, vi un par de zapatos.
Alcé un poco la vista, para ver a
Edward acuclillado a mi lado. Yo,
acostada boca abajo, lo miré con
una mueca cansada.
-¿Estás bien? -preguntó,
seriamente, apartando de encima
mío una bolsa para que pudiera
levantarme.
-Si, si, creo que no me rompí
nada -comenté, poniéndome
dificultosamente de pie.
-¿Te caes con frecuencia o es
solo casualidad? -me preguntó
seriamente, mientras Alice llegaba
dando saltitos hasta nosotros.
-Tengo pies torpes -respondí,
excusándome, mientras comenzaba
a juntar las bolsas.
Creo que me perdí de algo, porque
cuando alcé la vista, Alice miraba
a su hermano sorprendida,
mientras Edward había desviado la
vista con cierto recelo.
-Veo que vamos progresando,
¿no? -preguntó juguetonamente
la menor de los hermanos.
Edward se limitó a gruñir algo y
comenzó a ayudarme a recoger las
bolsas.
Yo, por mi parte, no entendía
nada.
Alice miró su reloj.
-Debo irme -comentó,
frunciendo el ceño-, sino Jasper
me matará -se quedó pensativa
unos segundos-. ¿Qué os parece
si esta noche vamos a cenar? -
comentó alegre-. Creo que, si
apuro un poco las cosas, dentro de
dos horas puedo estar aquí.
Edward asintió sin darle demasiada
importancia; mientras, con las
bolsas en mano, comenzaba a subir
a mi habitación. Yo acepté y le di
un fuerte abrazo a Alice, antes de
que desapareciera por la puerta
con una enorme sonrisa en los
labios. Luego tomé las bolsas que
había apoyado en el piso y subí las
escaleras rumbo a mi habitación.
Allí se encontraba Edward dejando
los paquetes sobre mi cama. Lo
imité y luego me volví para
mirarlo.
-Tu hermana tiene algunos
problemas con esto de las compras,
¿no? -pregunté divertida,
mientras comenzaba a sacar las
prendas de adentro de las bolsas.
Él asintió.
-Se empeña en vestir al primero
que se le cruza por el camino -
comentó con su voz suave, alzando
los ojos al cielo y dejando escapar
un suspiro-. Toda la familia se
ve sometida a sus torturas.
Reí suavemente, mientras
comenzaba a doblar las cosas.
-Creo que no necesitaré
comprarme ropa hasta que decida
jubilarme-comenté con sorna, y
levante la mirada para ver justo a
tiempo su rostro.
Una tenue sonrisa torcida surcaba
sus labios.
Su rostro era aún más perfecto
cuando sonreía, aunque fuera tan
débilmente, y sus ojos no parecían
ser tan duros y atemorizantes de
aquella manera. Su mirada brillaba
como dos resplandecientes
esmeraldas.
Sin embargo, aquél gesto pronto
desapareció.
-Voy a darme una ducha -
comentó, mientras salía de la
habitación-. Creo que me
conviene estar preparado para
esta noche.
Asentí, mientras lo dejaba irse,
aún con su rostro levemente
sonriente en mi mente.
Giré sobre mi cama, tirando varias
bolsas vacías en el proceso y me
acomodé sobre la almohada,
apretándola un poco contra mi
cuerpo. Estaba realmente cansada
después de la semejante caminata
a la que Alice me había sometido.
Me acurruqué cómodamente y me
dejé transportar al mundo de los
sueños.
Mi siesta no duró prácticamente
nada, ya que, enseguida, el timbre
me despertó. Tuve que,
atropelladamente, abrir la puerta.
Alice, que se encontraba
mirándome del otro lado, soltó una
carcajada cuando me vio de pie en
el umbral. Yo simplemente la miré
confusa.
-Bonito estilo -comentó-. No
sabía que el Savage estaba otra
vez de moda.
Seguí mirándola extrañada. Pocos
segundos después entendí que se
refería a la maraña de cabellos
que tenía enmarcando mi rostro.
Sin permitirle a Alice participar,
protegiendo mi integridad física,
me cambié rápidamente. Edward
apareció a los pocos minutos,
luciendo tan elegante como
siempre.
Terminamos cenando en un
pequeño restaurante de la ciudad
y escuchando los monólogos de
Alice sobre Port Angeles. También
fuimos oyentes de los planes que
tenía para las siguientes semanas
en los que, lamentablemente,
tanto Edward como yo nos veíamos
involucrados. No sé exactamente
cuanto tiempo pasamos allí, pero
cuando comencé a bostezar
repetidamente, Edward comentó
que sería mejor volver a casa.
Primero dejamos a Alice en la gran
casa de los Cullen -cuya
imponente fachada me dejó
pasmada por unos cuantos
segundos-y luego comenzamos a
andar entre el verde paisaje de
Forks, en silencio, hacia mi casa.
La verdad es que, siendo sincera,
no sabría decir en que momento
llegamos, ya que estaba
dormitando en el asiento del
copiloto y, además, todo a nuestro
alrededor era del mismo y
monótono verde. Fui conciente de
que estábamos frente a mi casa
cuando Edward me abrió la puerta
y la tenue brisa del exterior me
golpeó en el costado derecho. Bajé
dando tumbos y pronto ambos nos
encontramos en el recibidor de la
casa. Edward abrió y ambos nos
adentramos en el calor del hogar.
-Será mejor que te vayas a la
cama.
Asentí.
-Hasta mañana -lo saludé,
girando sobre mis talones para
mirarlo.
La luz de la luna, que dejaba
entrar el pequeño hueco entre la
cortina y la ventana, le daba de
lleno en una parte de su rostro,
dejando ver sus ojos verdes como
las esmeraldas con una increíble y
vibrante claridad. Me quedé
prendida a su mirada, hasta que lo
escuché responder con su voz
suave como el terciopelo:
-Hasta mañana.
Subí a mi habitación aún algo
atontada y, cuando llegué, me
dejé caer sobre la cama, quedando
sentada sobre ella. Me saqué
rápidamente los zapatos, la ropa y
me puse mi pijama de verano. Me
recogí el pelo por comodidad y me
tiré como un peso muerto sobre la
cama, desplomando mi cabeza
sobre la almohada. Pronto sentí
como el sueño comenzaba a
apoderarse de mí. Lo último que vi
fue la luz de la luna que entraba
por mi ventana, antes de dormirme
profundamente.
Aquella fue la primera noche,
después de muchas, que dormí sin
pesadillas.
Simplemente, tuve un sueño donde
todo era verde, como Forks.
Solo que aquí, era verde
esmeralda.

Bajo El Mismo TechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora