5- "Sin Defensas"

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Estaba segura de que mi aspecto
de zombie era algo predecible.
Afortunadamente, todos en la
casa de los Cullen creían que era
por mis escasas horas de sueño -
que, en una mínima parte, influían
en mi comportamiento-; pero lo
cierto es que, por más que había
intentado, no podía sacarme
aquella fotografía de la cabeza.
Aquella sonrisa sincera que nunca
había visto plasmada en los labios
del Edward de carne y hueso.
¿Por qué? ¿Por qué se empeñaba
en tener esa expresión fría y
distante cada vez que yo estaba
presente?
Suspiré sonoramente, y vi como
Alice, que miraba una revista
distraídamente a mi lado, mientras
esperaba a que terminara de
calentarse el horno, subía su vista
a mi rostro. Me estudió
silenciosamente, mientras yo
alzaba una ceja.
-¿Qué? -pregunté.
-¿No crees que sería bueno que
durmieras un poco? -replicó,
aunque noté cierta suspicacia en
su vocecita.
Edward y Emmett estaban
durmiendo en el piso superior.
Alice, evidentemente, aún tenía
demasiadas energías encima como
para seguir de pie y, encima,
preparar el almuerzo, después de
que Carlisle y Esme se hubieran
ido. Yo, por mi parte, sabía
perfectamente que ya no podría
dormirme otra vez; sobre todo con
aquellos pensamientos
arremolinados, acechando en mi
cabeza.
Negué suavemente ante su
propuesta.
-Estoy bien -aseguré.
Alice se encogió levemente de
hombros y comenzó a rebuscar
unas cosas en el cajón de la
mesada, mientras yo me dejaba
caer en una de las sillas que
decoraban la cocina. Estaba
realmente cansada, pero no tenía
sentido que fuera a la cama,
cuando sabía que, igualmente, no
podría pegar un ojo.
-Alice -cuando la llamé tan
pausadamente, se volvió con
curiosidad-, ¿a dónde fue
Carlisle?
-Tenía que arreglar algunas
cosas -respondió, dándome la
espalda otra vez para meter una
amplia bandeja en el horno-.
Todos están ultimando detalles
para la boda de Emmett y Rose.
-¿Eh? -aquéllo me había
tomado por sorpresa-, ¿la boda
de...?
Escuché su melodiosa risa,
mientras se volvía hacia mí.
-Sí, están esperando que Rose
cumpla los dieciocho años -
comentó, con una bonita sonrisa
bailoteando en su rostro-.
Después, pasados unos meses,
tendrá lugar la tan esperada boda
-explicó.
La miré, con lo que seguro debía
ser una increíble expresión de
sorpresa.
-Wow... -murmuré.
Ella solo volvió a sonreírme,
aunque de forma más radiante.
-A mí todavía me quedan dos
años -explicó, acercando una
silla para sentarse a mi lado.
-¿Tú te casarás con Jasper a los
dieciocho también? -pregunté,
más por curiosidad que por
sorpresa. Después de todo, ahora
sonaba como algo lógico, aunque
me resultara algo totalmente
arcaico.
Ella asintió.
Permanecimos unos segundos en
silencio, en los que mi mente daba
vueltas en torno a la reciente
información.
-¿Tú...estás enamorada de
Jasper? -le pregunté dubitativa.
Tampoco quería sonar
irrespetuosa.
Otra vez su risita musical inundó
la cocina.
-Claro -aseguró, asintiendo
fervientemente con la cabeza-.
Jasper es el único chico del que he
estado verdaderamente
enamorada.
-¿Pero tú... estabas
comprometida con él? Quiero decir,
antes de enamorarte, ¿era él tu
prometido? -pregunté.
La verdad es que no entendía
demasiado como funcionaba todo
aquello del compromiso. O por lo
menos, no sabía como funcionaba
en la vida real; ya que sólo había
escuchado de ello en las novelas
románticas que me gustaba leer y
en alguna que otra película. Sin
embargo, el verlo cómo algo real,
en esos tiempos, me resultaba
completamente imposible.
-Digamos que no -respondió
pensativa, aunque sin borrar la
pequeña sonrisa de su rostro-.
Es una historia bastante larga, de
hecho.
Estaba dispuesta a decirle que me
la contara, cuando Emmett
atravesó la puerta de la cocina.
Tenía aquella contagiosa sonrisa
en el rostro, mientras se sentaba
a mi lado. Alice se levantó, con la
excusa de ir a controlar la comida,
aunque creo que solo lo hacía para
escaparse de mi interrogatorio.
Pronto la más pequeña de los
Cullen terminó de preparar el
almuerzo, que parecía para unas
diez personas. Con su siempre
risueña expresión, comenzó a
servirlo en la espaciosa mesa de la
cocina. Yo ayudé a llevar a
Emmett las bebidas y todas esas
cosas. Entonces, me percaté de
que solo había puesto tres platos
en la mesa. Mientras me sentaba,
me volví hacia Alice.
-¿Edward no va a comer? -
pregunté, mientras tomaba mis
cubiertos.
Alice negó suavemente con la
cabeza.
-Quería dormir un poco más -
respondió-, estaba muy cansado.
Escuché la risotada de Emmett y
giré un poco la cabeza para
mirarlo.
-¡Qué le habrás hecho, damisela,
para que esté tan cansado! -
exclamó.
Me sonrojé un poco, para luego
darle una patada por debajo de la
mesa. Lo escuché soltar un
quejido entre medio de sus
carcajadas. Pronto recuperé mi
compostura y lo miré con una
fingida seriedad.
-Y... el viaje por el retrete debe
haber sido agotador.
Cuando estábamos terminando de
almorzar, Carlisle y Esme llegaron
a la casa. La madre de los
hermanos Cullen se puso a
contarle a Emmett todas las
novedades sobre su boda. Me
hubiera gustado escucharlas, pero
Carlisle me llamó y me hizo
acompañarlo hasta el living. Lo
miré confundida, pero el se limitó
a sonreírme de forma cálida.
Después del silencioso trayecto, se
puso serio.
-Bella, yo tengo que ir al
hospital -me explicó-. ¿Quieres
venir conmigo o prefieres
quedarte aquí?
Negué rápidamente con la cabeza.
-En cinco minutos bajo.
Pronto salí con Carlisle para el
hospital en un reluciente Mercedes
negro. El camino se me pasó
rápido, ya que estaba perdida en
mis cavilaciones y en los enormes
deseos por ver a mis padres.
Cuando llegamos, supuse que
Edward había aprendido los
modales de su padre, ya que él me
abrió la puerta del auto con una
caballerosidad indiscutible. Con
paso torpe, descendí del auto y me
encaminé detrás de Carlisle hacia
el gran edificio. Llegamos al piso
que ya recordaba con demasiada
claridad y, después de que mi
acompañante se anunciara,
pasamos por el pasillo, hasta la
puerta de la habitación donde
sabía que se encontraban mis
padres.
Cuándo los vi allí, lo supe. Por la
cara de Carlisle, lo supe.
Todo seguía igual.
La decepción me golpeó
fuertemente en el pecho, y tuve
que apoyarme contra el marco de
la puerta para no caerme. Me
sentía frustrada y tonta, por
haber creído que podía haber
habido una mejoría en tan poco
tiempo. Carlisle me acompañó
hasta una silla y me obligó a
sentarme en ella. Mi cuerpo no
respondía por mí, así que solo me
dejé caer.
No podría decir cuando tiempo pasé
allí, pero no me importaba
demasiado. Me sentía vacía,
triste, indefensa.
Me sentía sola.
Solo me sorprendí un poco, en el
momento en que dos finos brazos
me rodearon. Entonces reconocí la
pequeña figura de Alice, mientras
su voz cerca de mi oído decía:
-¡Oh, Bella! No quiero verte mal.
No se que fue lo que pasó, solo
sentí como Alice me ponía de pie, a
pesar de que mis piernas se
negaban a reaccionar. Pronto me
encontré en el interior de aquél
llamativo auto amarillo en el que
había viajado ya un par de días
atrás. Alice se subió del lado del
conductor y comenzó a manejar
con cautela, mirándome de vez en
cuando. Ni siquiera me dí cuenta
de cuando llegamos a la casa de
los Cullen, pero, casi por arte de
magia, me encontré sentada en
medio de la enorme cama de Alice.
Suspiré profundamente unas
cuantas veces, hasta que escuché
su voz. Sus palabras, en un
susurro suave, se parecían a las
últimas que me había dicho en el
hospital; sonaban realmente
sinceras.
-No me gusta verte así -hizo
una pausa y pasó una mano por mis
cabellos-. Quiero que cambies
esa cara.
Hice una mueca y un vano amago
de sonrisa.
-Deberías descansar, ¿sabes? -
murmuró-. ¿Por qué no duermes
un poco?
Negué frenéticamente con la
cabeza.
-No quiero.
-Pero Bella, tienes unas ojeras
enormes -comentó apenada,
pasando su pulgar por debajo de
uno de mis ojos-. Vamos, duerme
un poco, que luego saldremos a
distraernos.
Suspiré profundamente y asentí.
Alice sonrió tenuemente y me
ayudó a ponerme de pie, mientras
abría la cama. Me saqué los
zapatos con una lentitud increíble
y luego me acosté sobre las
sábanas naranjas. Suspiré con
cierta satisfacción cuando sentí mi
cabeza, que comenzaba a dolerme,
contra la mullida almohada. Lo
último que vi fue como Alice
cerraba las cortinas y me daba un
beso en la frente en la oscuridad.
Con los ojos cerrados me
acurruqué a un costado,
esperando que, por lo menos, mis
pesadillas fueran algo tolerable
como para dormir un par de horas.
- ¡...sólo déjala! ¡Después se lo
propondrás! -las voces se oían
casi como un eco lejano. Algo
completamente ajeno a la
momentánea calma que sentía en
mis sueños.
- Vamos, hermanita, no seas
aguafiestas -aquella voz grave
era imposible no reconocerla, pero
no sabía de donde provenía-. Le
hará bien distraerse un rato.
- ¡No lo dudo! -aseguró una voz
más chillona. Al instante supe que
era Alice-. ¡Pero ahora déjala
dormir!
Casi de forma inconciente, aunque
muy lenta, me incorporé sobre la
enorme cama y vi como dos pares
de ojos azules se clavaban en mí,
que aún estaba algo adormilada.
Vi el sonriente rostro de Emmett,
y luego mi vista viajó a la pequeña
carita de Alice, quien miró molesta
a su hermano mayor.
-¡Ya la despertaste! -rezongó,
pegándole a Emmett en el brazo.
Él simplemente la ignoró y se
sentó en la cama, a mi lado.
Luego, me pasó uno de sus
grandes brazos por los hombros y
acercó un poco su rostro al mío.
Tenía un perfume fuerte y
masculino, pero que no tenía
comparación con la fragancia
dulzona y embriagadora que
desprendía Edward cuando estaba
cerca.
-¿Qué opinas de irnos de fiesta?
-preguntó confidente, en voz
baja. Sin embargo, no me dejó
responder-. De hecho, es una
imposición. A las ocho salimos -
agregó.
-Pero...
-No, no, damisela -me cortó,
con su enorme sonrisa en el
rostro, mientras movía su dedo
índice frente a mí, como si fuera
una niña pequeña-. Nada de
peros.
-Emmett...yo... -balbuceé, pero
otra vez no me dejó seguir.
Me estrechó la cabeza contra su
pecho en un gran abrazo y
comenzó a hablar otra vez:
-Iremos a un bar en Port
Angeles -explicó, frotándome la
espalda con una de sus grandes
manos. Subí la vista, para verlo
desde abajo, con desconfianza,
pero él solo me mostró sus
relucientes dientes-. Verás que
nos la pasaremos muy bien -
agachó un poco la cabeza, para
hablarme desde más cerca, de
forma confidente-. Si quieres,
hasta te dejaré tirar a Edward por
uno de los retretes del bar.
Solté una risita ante su
ocurrencia y lo vi volver a sonreír,
abrazándome un poco más fuerte.
¡Adoraba a aquél idiota!
Sentimos un ruido en la puerta y
los tres nos giramos para ver a
Edward aparecer detrás de ella.
Sentí como su mirada se quedaba
unos segundos en donde
estábamos Emmett y yo,
haciéndome tragar pesado ante el
escrutinio de sus penetrantes ojos
verdes. Sin embargo, luego se
volvió con resolución hacia Alice.
-Te está buscando Esme -le
dijo, con su tono siempre serio y
aterciopelado.
Alice asintió y, después de
dirigirme una mirada dulce, salió
dando pequeños saltitos de la
habitación. Sonreí
inconcientemente, ante su
constante actitud de niña
pequeña.
Emmett me pasó la mano
rápidamente por los hombros,
antes de soltarme con una sonrisa
en sus labios. Se puso de pie, y le
dio unas palmadas en el hombro en
a Edward, que aún se encontraba
de pie enfrente de la cama.
Entonces, el mayor de los
hermanos se volvió hacia mí.
-Te espero a las ocho, damisela
-me comentó con una sonrisa-.
Y sabes que no acepto negativas.
Le saqué la lengua infantilmente,
y él soltó una fuerte risa antes de
salir de la habitación.
Miré a Edward, aún de pie
penetrándome con sus ojos verdes,
y otra vez la tensión se creó en el
aire como por arte de magia.
Siempre que estábamos solos
pasaba lo mismo, y su intimidante
mirada me impedía anular esa
molesta situación. Quería decir
algo, ¡Juro que quería decir algo!
Pero, ¿Tenía que mirarme así?
Desvié mi mirada y me quedé
analizando la pequeña biblioteca
de Alice, cuando escuché su suave
chaspeo.
-Así que... ¿hoy vendrás con
nosotros? -preguntó y su voz de
terciopelo llegó a mis oídos. Nunca
podría recomponerla en mi mente,
ya que cada vez que la escuchaba
me parecía más perfecta.
Asentí, acomodando mi espalda en
las almohadas de Alice, aún
sentada en su cama.
-Emmett puede ser un poco
pesado -comentó con su tono
siempre serio-. No tienes que
venir si te genera algún tipo de
incomodidad.
Negué levemente con la cabeza.
-No, quiero ir -afirmé.
Después de todo, últimamente
Emmett parecía ser el único capaz
de sacarme una sonrisa.
Edward asintió quedamente, en
medio del profundo silencio que se
había generado. Tenía un aire
pensativo, incluso aún cuando se
sentó, sin decir ni una palabra, a
los pies de la cama y jugueteó con
un adornito que colgaba de los
barrotes del mueble. Entonces,
volví a sentir sus ojos verdes
clavados en mí, dificultándome la
respiración.
-Me alegro -dijo suavemente, y
creí ver una casi imperceptible
curvatura en sus labios, mucho
más tenue que cuando sonreía de
lado.
Sin embargo, aquél casi
inexistente gesto bastó para que
volviera a sentir que mi corazón
latía con algo de fuerza y calor.
Eran algo de las seis de la tarde
cuando Alice me empujó hacia el
baño. Cuando cerró la puerta,
dejándome sola adentro, vi que la
ducha ya estaba abierta y el leve
vapor inundaba cada rincón del
cuarto. Me di una rápida ducha de
agua caliente y, después de
envolverme en una de las
muchísimas toallas que la pequeña
Cullen me había dejado, salí
espiando hacia todos lados, por si
venía alguien. Entonces corrí con
todas mis fuerzas al cuarto de
Alice, que me examinó con una
enorme sonrisa, al verme llegar
tan agitada.
-Tranquila, eché a Edward y a
Emmett al jardín -explicó
divertida, mientras yo me sentaba
en la cama.
Me sorprendió la velocidad con la
que comenzó a sacar conjuntos de
ropa por todos lados. Tenía
camisas de todos los colores,
incluso de aquellos que nunca me
había imaginado. Comenzó a
hablar en susurros para sí,
mientras se metía dentro de su
enorme placard... literalmente.
Estuvo allí por unos minutos,
hasta que la vi salir con unos
pantalones negros de una tela
fina. Me los mostró,
sosteniéndolos con las puntas de
sus dedos.
-Estos me quedan un poco
largos, ¡seguro que a ti te
quedarán de maravilla! -me
comentó emocionada.
-Pero, Alice, yo traje algo de
ropa... -murmuré, sabiendo que,
de todas maneras, era inútil
-¡Ah!, vamos, quiero vestirte yo
-me pidió, con aquella carita de
niña pequeña-. ¡Siempre quise
tener una hermana a quién poder
vestir! -aquello me asustó un
poco, pero sonreí por el hecho de
que me considerara como una más
de su familia-. ¿Qué color de
camisa te gusta?
La miré con una ceja alzada.
¿Acaso debía decidir entre las
decenas de camisas que había
sacado de su armario? ¿Cuántos
colores había allí?
Me encogí de hombros.
-Me da igual -le respondí.
Ella, dando pequeños saltitos en
su lugar, comenzó a estudiar las
camisas como si la decisión que
tenía que tomar fuera de vida o
muerte. Se quedó un rato
observando las prendas y tomando
una u otra de vez en cuando.
Entonces, finalmente alzó una
bonita camisa roja de satén con
gesto victorioso.
-Esta tiene un lazo atrás -
comentó, mostrándome la prenda,
que realmente era bonita-. ¡Te
quedará fantástica!
Comencé a cambiarme en el baño
de Alice, mientras ella terminaba
de maquillarse en el espejo de su
cuarto. Cuando acabé, salí para
que me atara en la cintura el lazo
de la hermosa camisa, mientras
terminaba de acomodármela de
frente. Alice se encargó del
maquillaje -que, como le pedí, no
fue demasiado- y de arreglarme
un poco el cabello con un secador.
Afortunadamente, conseguí que
me dejara usar mis zapatos bajos
de color negro, en vez de esos
altos tacones rojos que con tanto
entusiasmo me había acercado
para que me probara.
Cuando bajamos las escaleras,
mientras ella me contaba los
detalles sobre el bar al que
íbamos, vi que Emmett y Edward
estaban sentados en el sillón del
living. Emmett estaba mirando
televisión y riéndose de algo
mientras Edward, a su lado, tenía
puestos los auriculares y la
cabeza levemente echada hacia
atrás, con una mueca seria pero
tranquila. Creo que me quedé
mirándolo más de la cuenta,
porque Emmett soltó su tan típica
risa burlona, para luego darle un
nada suave golpe en el hombro a
su hermano. Molesto, Edward se
volvió quitándose los auriculares
-seguramente para decirle algo a
su hermano por el golpazo-, pero
se quedó a medio camino cuando
nos vio a mí y a Alice en las
escaleras. Otra vez sentí sus
penetrantes ojos verdes sobre mí
y, como siempre, sentí que me
costaba demasiado respirar.
-Pero mira nada más, damisela
-bromeó Emmett, con aquél
fingido tono galante.
Afortunadamente, aquello me
obligó a romper el contacto visual
con Edward, para volver la vista
hacia su hermano-. Parece que
has caído en las garras de la
pequeña diablilla.
Alice, con diversión, le hizo un
gesto obsceno a su hermano y este
se río.
-Tomo las llaves del Porsche y
nos vamos -comentó risueña
Alice.
-No, pequeña, el faro delantero
de tu Porche está fallando y puede
ser peligroso -pareció recordarle
Emmett, haciendo que Alice hiciera
un mohín de disgusto ante la
mención del problema de su
automóvil. Luego, con una sonrisa
ladeada, el mayor de los hermanos
se volvió para mirarme-. Hoy
llevaremos a la damisela en mi
auto.
Evidentemente, entre los Cullen,
los automóviles eran una especie
de representación de cada miembro
de la familia. El auto de Emmett
-que no resultó ser exactamente
un coche, sino más bien un jeep-
era grande, llamativo y original.
Cuando lo vi subirse del lado del
conductor, me di cuenta que no
cabía duda de que era el vehículo
perfecto para él. Yo me subí en la
parte trasera, junto con Alice;
mientras Edward se sentaba
adelante, al lado de su hermano.
Me sentí completamente
reconfortada una vez que Emmett
comenzó a andar por la carretera
y el viento me dio de lleno en el
rostro, agitándome con violencia
los antes ordenados cabellos.
En casi un abrir y cerrar de ojos
llegamos al bar. A pesar de que
teníamos algo de viaje, Emmett lo
hizo en un tiempo record.
Afortunadamente había estado tan
distraída con la sensación del
viento contra mi rostro, que no me
enteré de aquello hasta que Alice
me lo comentó cuando bajamos del
jeep. Una vez que el vehículo
estuvo aparcado, caminamos
algunos metros hasta un llamativo
bar en medio de una de las calles
principales. Vi que en los labios de
Alice bailoteaba una enorme
sonrisa cuando miró al frente, y
descubrí el motivo de su dicha
cuando la vi correr hacia los
brazos de Jasper. Emmett dibujó
una sonrisa pícara en su rostro,
mientras llegaba hasta donde
estaba Rosalie y, después de
pasarle un brazo por la cintura,
depositaba un beso en sus labios.
Edward, con paso calmo andaba
detrás de nosotros. Traía las
manos dentro de los jeans oscuros
y la brisa de la noche le agitaba
suavemente los cabellos
broncíneos.
Después de que los hermanos Hale
me saludaran, los seis ingresamos
en el concurrido bar. Gracias al
aspecto intimidante de Emmett,
logramos conseguir una mesa en el
fondo del atestado lugar sin
ningún tipo de dificultad. Tuvimos
que pasar por la gran pista de
baile y, subiendo unos pequeños
escalones, llegamos a un lugar
aparte, donde se encontraban las
mesas. Pronto logramos sentarnos
todos y tuvimos la libertad de
conversar, ya que la música no era
tan fuerte como en la pista.
Una camarera llegó y todos
pedimos algo para tomar. El
cuerpo de Rosalie estaba rodeado
por uno de los grandes brazos de
Emmett y Alice estaba acurrucada
en el pecho de Jasper, por lo que
creo que a la joven muchacha que
nos atendió le sorprendió la
distancia prudencial que
manteníamos Edward y yo, en
relación a las otras dos parejitas.
Incluso, creo que intentó algo
parecido a un coqueteo, pero mi
mirada de pocos amigos la sacó de
allí. Lo único que me faltaba;
encima de que todos estaban en
pareja, tenía que soportar que
coquetearan con Edward, que ni
siquiera era la mía.
Pronto llegaron las bebidas y, con
la boca seca a causa del humo y el
calor, me bajé mi vaso en un
tiempo récord. Minutos después,
Alice insistió en que fuéramos a
bailar. Yo intente negarme, más
que nada porque no tenía pareja,
y además porque era bastante
torpe con aquellas cosas. Sin
embargo, Emmett me tomó de la
mano y no tuve ni siquiera derecho
a réplica cuando me arrastro hacia
la pista, junto con Alice y Jasper.
La música era bastante pegadiza
y, si bien yo no era un as del baile,
los movimientos algo torpes y
duros de Emmett me estaban
haciendo reír de lo lindo. Incluso,
vi que varias personas nos
miraban divertidas; sobre todo
cuando Emmett me hizo girar en
mi lugar repetidas veces, haciendo
que me tambaleara cómicamente.
No se cuanto tiempo habíamos
estado allí, pero el alto vaso de
gaseosa que me había bebido
comenzaba a traer consecuencias.
Por lo que dejé de moverme y me
acerqué a Emmett para que me
escuchara gritar por sobre la
música.
-¡Voy al baño! -le avisé.
El asintió.
-¡Yo voy a la mesa! -replicó.
Haciéndole un gesto con mi pulgar,
en señal de aprobación, comencé a
abrirme paso por entre la gente
que se movía al compás de la
música. Cuando logré salir de la
gran pista de baile, me adentré en
un pequeño pasillo que daba a los
baños. Una vez que la pequeña
cola de muchachas que se había
creado en la puerta pasó, y que yo
pude entrar, ocupé un cubículo.
Cuando salí, pasé por los
lavamanos y me refresqué un poco
la cara, cuidando el maquillaje que
Alice me había aplicado.
Esquivando a las muchachas que
aún esperaban para ingresar al
baño, me abrí paso otra vez hacia
la pista de baile, con intención de
ir hacia donde estaban las mesas.
Sin embargo, antes de siquiera
llegar a la mitad, sentí una mano
alrededor de mi muñeca. Me volví
-pensando que serían Alice o
Jasper-, pero solo me encontré
con la sonrisa socarrona de un
joven rubio, casi tan alto como
Emmett.
-¿Bailas, preciosa?
Lo miré mal. Tenía un bonito
rostro, pero su sonrisa y el tonito
que había utilizado para hablarme,
que intentaban ser seductores, no
me gustaban en lo absoluto. Nunca
me habían agradado los tipos
arrogantes.
-No, la religión no me lo permite
-le respondí, en un idiota acto de
valentía. ¿Quién se creía para
llamarme preciosa?
Intenté soltarme de su agarre,
pero él sólo tiró más de mi brazo,
acercándome.
-Así que con carácter, ¿eh? -
preguntó, evidentemente divertido
ante mi negativa-. Me gustan
difíciles.
Con una ceja alzada, apoyé una
mano en su pecho cuando quiso
acercarme más a él.
-Vamos preciosa, no seas dura
-dijo, comenzando a moverse al
ritmo de la música. Me alerté
cuando su otra mano tomó
fuertemente mi cintura-. Sólo
baila un poco conmigo.
Giré mi rostro cuando acercó el
suyo al mío.
-No me gusta bailar -confesé
con acidez.
Una sonrisa pícara, que solo pude
ver de soslayo, ya que tenía mi
cara volteada hacia el lado
contrario de la suya, surco su
rostro.
Se acercó a mi oído y, después de
morderlo violentamente, susurró:
-Podemos hacer otras cosas, si
quieres -murmuró con una voz
que, en un intento de ser sensual,
solo logró darme ganas de
vomitar.
Me removí incómoda, incapaz de
soltarme de su agarre. Tuve ganas
de gritar irremediablemente
cuando sentí sus fríos labios sobre
mi cuello. Cerré los ojos con
fuerza, intentando pensar que
hacer; aunque estaba casi
paralizada y mis intentos de
moverme eran demasiado vanos,
debido a la fuerza de sus brazos.
Sin embargo, cuando sentí que sus
labios estaban por alcanzar mi
mandíbula, el frío contacto
desapareció. Súbitamente abrí los
ojos, viendo al tipo tirado en el
suelo del bar, con una expresión
de desconcierto. ¿Aquello que
estaba en su labio era sangre?
Entonces, cuando giré mi rostro,
la estupefacción volvió a mí. Allí,
de pie, estaba Edward. Su rostro
parecía más serio que nunca y
observaba al tipo con una de esas
miradas que podían generarle
escalofríos a cualquiera. Fuego,
eso es lo que había en ella. Me
dirigió un rápido vistazo, pero
pronto volvió a centrarse en el
joven que estaba en el piso.
-La próxima vez, cuida donde
metes tus manos -gruñó y, si
hasta ese momento estaba
sorprendida, cuándo sentí su mano
alrededor de la mía me quedé
helada.
Me dejé arrastrar hasta el
exterior del local y a penas
entramos en contacto con el aire
fresco me sentí mucho mejor. Sin
embargo, me produjo un cierto mal
estar el hecho de que la mano de
Edward abandonara
automáticamente la mía.
-¿Estás bien? -me preguntó
suavemente. Su voz de terciopelo
me parecía mil veces más sensual
que la de aquél tipo, aunque
Edward ni siquiera estaba
intentando sonar así.
Otra vez había hecho la pregunta
del millón.
Asentí quedamente con la cabeza,
llevándome de forma inconciente
la mano al oído, con un leve
malestar después de qué aquél
idiota posara sus labios allí. Me
sentí una completa imbécil cuando
sentí mis mejillas levemente
humedecidas, por lo que pasé de
forma rápida el dorso de mi mano
por mis ojos, quitando, a gran
velocidad, aquellas traicioneras e
involuntarias lágrimas. Luego,
alcé mi vista perdida en el
pavimento para mirar a Edward y,
otra vez en esa misma noche, la
sorpresa y el desconcierto se
hicieron presa de mí.
Aquellos ojos verdes ya no
parecían tan intimidatorios, sino
que solo podía ver en ellos un
extraño sentimiento de culpa y
preocupación.
¿Edward estaba preocupado por
mí?
Me acerqué un par de pasos a él,
que me miró con cierta sorpresa,
sin saber muy bien que hacer.
Y no sabía si aún no me había
despertado de mi siesta de la
tarde y seguía soñando, pero sentí
que mi corazón se detenía, en el
momento en que Edward me tomó,
rápida pero delicadamente, por la
nuca con una de sus grandes
manos y apoyó mi cabeza contra
su pecho. Pude escuchar los
agitados latidos de su corazón
bajo la camisa oscura. Pude sentir
su cálida mano moverse y
enterrarse suavemente entre mis
cabellos enredados. Pude percibir
con una mayor intensidad su dulce
y embriagadora fragancia. Pude
sentir su aliento tibio y
acompasado sobre mi cabeza, que
daba vueltas.
Entonces, volví a recordarme que
necesitaba respirar para seguir
con vida.
Incluso aún cuando sintiera que ya
estaba en el paraíso.

Bajo El Mismo TechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora