Sentí los cálidos rayos de sol
darme de lleno en el rostro, aún
con los párpados cerrados. La
calidez producida por la luz de la
mañana envolvía mi entumecido
cuerpo. Me removí con torpeza,
sintiendo la cama incómoda. Sin
embargo, mis movimientos
quedaron reducidos a un suave
giro prácticamente nulo, ya que
algo me impidió hacerlo. Con
cautela abrí los ojos, aún
viéndome imposibilitada de enfocar
bien mi vista. Aquella superficie de
un perfecto color pálido debería
haberme alertado de alguna
manera. Sin embargo, sólo cuando
mis ojos se enfocaron
correctamente y vi aquel cabello
broncíneo, que me hacía cosquillas
en la nariz, pude darme cuenta de
la situación. Si no hubiera estado
acostada, seguramente me hubiera
caído de la sorpresa y el
desconcierto.
Suspiré profundamente, viéndome
embriagada por aquella fragancia
dulce.
Aún boca abajo, algo atontada por
el fuerte perfume y con la cabeza
apuntando a la oreja de mi
acompañante, bajé mis ojos y
recorrí el helénico rostro, para
encontrarme con algo que me dejó
con la boca abierta -en el
sentido literal de la palabra-. Mi
brazo reposaba sobre aquella
cintura enfundada en una camisa
verde, que ahora lucía arrugada y
desordenada. Entonces me di
cuenta que la tibieza en mi
costado izquierdo no era más que
su mano aprisionando mi cintura.
Me quedé totalmente paralizada,
sintiendo una extraña sensación
en mi pecho.
¿Cómo habíamos acabado Edward y
yo así ?
Y, sobre todo, ¿Por qué siempre
que me quedaba dormida cerca de
él, amanecía durmiendo sobre él?
Inevitablemente, me sonrojé ante
el pensamiento.
Aún con cierta timidez alcé mis
ojos a su perfecto rostro. A
diferencia de otras veces, que
lucía hosco y frío, ahora podía ver
una mueca serena en cada
facción. Sus cabellos, del color del
bronce, completamente
desordenados; sus ojos cerrados
con tranquilidad; su boca
levemente entreabierta y dejando
escapar con suavidad su
respiración. Me quedé prendada a
su rostro, el cual me transmitía
una paz increíble. Así, decidí que
aún estaba cansada y no me
preocupé por la comprometedora
posición en la que nos
encontrábamos, tampoco porque
traíamos nuestras ropas del día
anterior y ni siquiera porque
estábamos en una habitación que
no era nuestra; simplemente, me
acomodé como antes y volví a
quedarme dormida en el más
pacífico de los sueños.
No se cuanto tiempo transcurrí
allí, pero me sorprendió que,
cuando volví a despertarme,
Edward siguiera en la misma
posición que cuando me había
dormido. Acomodado a mi derecha,
respirando acompasadamente con
sus ojos cerrados. Giré un poco
para el costado, aún sintiendo su
mano en mi cintura, y me deleité
con su piel blanca como la nieve.
Con delicadeza, pasé tres de mis
dedos por su pálida mejilla y
entonces, casi de forma
instantánea, sentí dos orbes
esmeralda mirarme con
desconcierto. Un encantador
desconcierto.
-¿Bella? -preguntó en un
susurro adormilado, con voz algo
ronca.
Asentí suavemente mientras
quitaba mis dedos de su mejilla. Él
pareció notarlo, porque me miró
aún más confundido que antes. Me
observó por unos segundos a los
ojos -en los que me vi
patéticamente conteniendo mi
respiración- y luego su mirada
vagó de forma apresurada por la
habitación. Una ola de
entendimiento llegó a su rostro,
porque este se desfiguró de una
forma repentina. Lo vi
incorporarse de golpe, quitando
rápidamente la mano de mi
cintura. Me erguí yo también,
aunque de forma más suave, y tiré
de la manga de su camisa con
delicadeza. Él, que estaba mirando
al frente, se volvió para mirarme.
-¿Estás mejor? -pregunté
suavemente.
Lo escuché suspirar y sus ojos
viajaron a un punto de la
habitación lejos de mi figura.
-Sí, muchas gracias -respondió
quedamente.
Nos quedamos en silencio allí, en
medio de la cama, por unos
cuantos segundos; hasta que
escuchamos unos casi inaudibles
golpes en la puerta. Ambos
miramos en aquella dirección con el
ceño fruncido y escuché la suave
voz de Edward.
-¿Adelante?
Apenas pronunció aquello, la
curiosa cabecita de Alice se asomó
por la puerta. Su mirada se dirigió
de Edward a mí y de mí a Edward,
repitiendo el proceso varias veces.
Parecía un poco decepcionada,
pero pronto una enorme sonrisa
pícara se prendió de su rostro.
-¿Qué haces aquí, Alice? -
preguntó confundido, Edward.
-Oye, que vosotros no sois los
únicos que podéis quedaros a
dormir aquí -comentó divertida.
Traía una larga bata de un
apagado rosa viejo -que supuse
que sería de Rose, ya que le
quedaba bastante larga- y bajo
sus ojitos azules se veían una
pronunciadas ojeras. Volvió a
alterar su mirada entre ambos, al
ver que ninguno de los dos
respondía. Escuché su risita antes
de que volviera a hablar.
-Bueno, igualmente, no venía
para recriminaros nada -
comentó, con aquél matiz pícaro
que siempre me hacía sonrojar-.
Vengo a avisaros que en unos
minutos estará listo el almuerzo.
-¿Almuerzo? -preguntó Edward
sorprendido, ganándome de ante
mano-. ¿Qué hora es?
-Las dos de la tarde, quiero
hermanito -respondió divertida
-. Digamos que tuvimos que
postergar el almuerzo porque
Hannah sólo se atrevió a
despertar a Rose primero,
alrededor de las doce del mediodía.
-¿Y por qué no viniste antes? -
inquirí yo.
-Toqué varias veces la puerta -
comentó, aparentemente divertida
-, pero nadie respondía así que...
Otro sonrojo volvió a llegar a mis
mejillas mientras me ponía
torpemente de pie. Recordé que
traía puesto el vestido, por lo que
me acomodé la falda rápidamente.
Sentí dos pares de ojos sobre mí,
pero me decidí por mirar a Alice y
evitar los intimidantes ojos de
Edward. La pequeña de los Cullen
observó a su hermano y luego
volvió a dirigir sus ojos a mí, con
una sonrisita en el rostro.
-Puedes darte una ducha si
quieres, Bella -comentó-. Te
conseguiré algo de ropa, ¿te
parece?
Asentí suavemente.
-Sí, gracias Alice.
-Conseguiré algo para ti
también, Edward -agregó la
pequeña antes de salir lentamente
de la habitación, arrastrando los
pies.
Los dos volvimos a sumirnos en un
profundo silencio, hasta que
Edward decidió ponerse de pie. Con
suavidad empujó la puerta y sus
ojos se posaron en mí
nuevamente. Me hizo un suave
gesto con la mano.
-Ven, te mostraré el baño que
puedes utilizar -ofreció con
seriedad.
Yo simplemente asentí y lo seguí
por los pasillos de la casa.
Rápido pude ducharme en uno de
los grandes baños de la casa, para
luego vestirme con las prendas
informales que Alice me había
facilitado. Recordando algunas
vagas imágenes de la noche
anterior, bajé a la cocina para
encontrarme con la sonrisa cordial
de Hannah, una malhumorada
Rosalie, la siempre alegre Alice y
un serio y aseado Edward.
-Buenos días -saludé
suavemente, mientras me sentaba
a la mesa.
-Buenos días, Bella -me
saludaron Hannah y Rose a la vez,
una con tono cordial y la otra con
voz cansada.
La madre de los hermanos Hale
comenzó a servir el almuerzo,
mientras todos comenzábamos a
saborearnos por los manjares que
veíamos pasar frente a nuestros
ojos. Antes de que acabara de
servir, escuchamos unos ruidos
provenientes del piso superior,
seguidos de algunos gritos e
improperios. Minutos después,
aparecieron en la cocina un
sonriente y divertido Jasper, y un
enfurruñado Emmett, cuyas ropas
se encontraban mojadas.
-¿Quién fue la mente brillante?
-gruño el mayor de los Cullen de
mala manera.
Rosalie levantó la mano sin
miramientos, mientras la otra se
dirigía a su boca para acallar un
bostezo. Emmett se sentó de mala
gana a su lado.
-Sabes que, si no te tirábamos
agua, podías seguir durmiendo
hasta mañana -comentó Rose,
encogiéndose de hombros.
-Y sabes que siempre me asignan
los trabajos de riesgo... -
comentó Jasper con una sonrisa.
Luego nos miró a todos, señalando
con el pulgar a Emmett-. ¡Me
tiró un zapato y creí que me
arrancaría la cabeza! ¡Hermano,
no sabía que tuvieras pies tan
grandes!
Hubo una carcajada general e
incluso vi una suave mueca en los
labios de Edward. Jasper se sentó
a la mesa y todos comenzamos a
comer con ansias el elaborado
almuerzo.
La comida acabó entre escasas
charlas y pronto todos acabamos.
Poco después de levantar la mesa,
los seis nos dirigimos al living y el
panorama seguramente debía
resultar bastante patético. De
hecho, Hannah se ocupó de
confirmar aquello cuando, al
entrar a la amplia sala, dejó
escapar una suave y melodiosa
carcajada.
-¿Dónde están los fuertes y
energéticos chicos que salen de
fiesta? -preguntó con algo de
sorna, mientras pasaba su mirada
divertida por nosotros.
Y es que, efectivamente, no
quedaba ningún rastro de energía
en nuestros cansados rostros. En
el sillón más grande del living nos
encontrábamos los seis apoyados
los unos sobre los otros. Mi
cabeza reposaba de forma pesada
sobre el gran brazo de Emmett y
los desordenados cabellos de Alice
me hacían cosquillas en el hombro
contrario. Mas allá estaban
sentados Jasper y Edward con la
cabeza echada hacia atrás, y Rose
se encontraba medio acostada
entre su hermano y Emmett, con
cara de haber pasado por la
guerra.
-Creo que esos chicos se han
escapado por la ventana -
comentó de forma desganada
Rosalie, llevándose una mano a la
cabeza-. Si los encuentras por
ahí, diles que vuelvan.
-Igual no crean que nos
quedaremos toda la tarde aquí sin
hacer nada, ¿eh? -aseguró Alice
alzando la cabeza, y todos nos
volvimos para mirarla con terror,
menos Hannah, que rió
melodiosamente.
-¿Qué planea tu demoníaca
cabeza? -pregunté, frunciendo
el ceño.
Alice se llevó un dedo a la barbilla
con un divertido gesto pensativo.
-¡Ya sé! -gritó, después de
unos segundos, sobresaltándonos
a todos- ¡Vamos a la playa!
Oh, sí. La cara de todos era un
poema.
¿Pero quien, en su sano juicio,
podía decirle que no a una tan
entusiasmada Alice?
Suspiré. Sería un día largo.
Entre medio de las protestas de
los Cullen y los Hale, me vi siendo
arrastrada por la pequeña Alice al
exterior de la casa, alegando que
debíamos cambiarnos y tomar
algunas cosas. Quedando con
Jasper y Rosalie para las cuatro y
media de la tarde -algo
completamente inútil a mi parecer,
ya que cuándo llegáramos a la
playa nos quedaría tan solo un par
de horas de luz solar -, Edward y
Emmett salieron con nosotros.
Todos nos subimos al Volvo, que
estaba allí desde la noche
anterior, y nos dirigimos de
regreso a la casa de los Cullen.
Alice armó un equipo completo
para mí que, al estar demasiado
cansada como para discutir,
acepté sin rechistar. Estaba
acabando de abotonarme una
camisa verde sobre el traje de
baño oscuro, cuando escuché los
grititos de Alice desde afuera de
la del cuarto que ahora ocupaba
en mis visitas a aquella casa.
Pocos segundos después, la más
pequeña de los Cullen entró en el
ambiente como un vendaval,
seguida de Edward que...
Demonios.
Edward en traje de baño. En unas
largas bermudas de baño. Nada
más.
Tierra llamando a Bella. Tierra
llamando a Bella. ¿Hay alguien
ahí?
Edward notó mi mirada y aparté
los ojos automáticamente de su
piel nívea. Alice soltó una
cantarina risita y se colgó de la
cintura descubierta de su
hermano.
-Vamos, que las bermudas
quedan bien -alegó, alzando el
rostro para miarlo-. ¿Verdad
que sí, Bella?
-A... ja -respondí, soltando
todo el aire que había estado
guardándome.
-De acuerdo, pero... ¿podrías
devolverme mi camisa? -dijo
Edward de mala gana, evitando mi
mirada.
Alice, con una inocente sonrisa, le
pasó una camisa blanca de mangas
cortas. Edward la tomó de forma
recelosa y rápidamente se la pasó
por los brazos. Tuve el descaro de
observarlo por unos segundos más,
mientras el acababa con la tarea
de abotonarla de una, a mi
parecer, lenta y tortuosa forma.
-¿Ya estás lista, Bella? -
canturreó Alice, dirigiéndome una
pícara mirada.
-Sí, diablilla -mascullé entre
dientes, mientras tomaba mi bolso.
Emmett se nos unió enseguida
ante el grito de partida de su
hermana. Los cuatro volvimos a
meternos dentro del auto de
Edward y nos dirigimos por la
carretera hacia las afueras de
Forks. Después de un rato de viaje
con la música a un volumen
considerable -controlada por
Alice, por supuesto-, llegamos a
una pequeña loma que descendía
en las playas de La Push. Esta vez,
sin embargo, tomamos un camino
que nos llevó varios kilómetros
más allá de donde se había
desarrollado la fiesta de Jake.
Después de pasar rápidamente los
diferentes balnearios, Edward se
detuvo detrás de unas plantas y
pudimos bajar. Pronto la sal llenó
mis pulmones y el cálido viento
llegó hasta nosotros de forma
placentera, acompañado de los
tímidos rayos del sol, que en pocas
horas desaparecería. Emmett tomó
todos los bolsos y objetos de playa
con facilidad y su hermano lo
ayudó a llevar algunas sillas que
la pequeña Alice había insistido en
meter dentro de la cajuela del
auto.
En el centro de la playa, vimos a
un animado Jasper hacernos señas
con los brazos extendidos. Todos
nos acercamos y, a su lado,
divisamos a Rosalie sentada sobre
una colorida lona. Traía un traje
de baño color cereza que la hacía
ver realmente deslumbrante.
Jasper pasó un brazo por la
cintura de Alice, pero esta se le
colgó del cuello con una feliz
sonrisa.
-¡Vamos al mar! -pidió de
forma animada-. ¡Por favor!
-De acuerdo -le sonrió Jasper.
-Yo prefiero quedarme aquí -
aseguró Rose, aún recostada boca
abajo.
-Oh, no, tú te vienes con
nosotros -aseguró Emmett,
quien, tomándola por la cintura,
se la cargó al hombro.
-¡Emmett!, ¡bájame! -se quejó
la rubia del grupo, con resultados
nulos. Emmett ya había comenzado
a caminar hacia el mar, con ella a
cuestas-. ¡Cuando mis pies
toquen la tierra, vas a sufrir
graves consecuencias!
-¿Vienes, Bella? -me preguntó
la pequeña de los Cullen.
Negué suavemente con la cabeza.
-Prefiero quedarme aquí -
aseguré-. Estoy un poco
cansada...
-Pero no quiero que te quedes
sola... -comentó Alice haciendo
un puchero.
-Tranquila, yo me quedaré aquí
también -aseguró la
aterciopelada voz de Edward, y los
tres nos volvimos para mirarlo.
La pequeña de los Cullen dibujó
una gran sonrisa en su rostro y,
después de asentir, tiró
fuertemente de la mano de Jasper,
empezando a correr.
-¡Alice, me vas a matar! -gritó
Jasper con horror, ante la
velocidad de su prometida,
mientras ambos avanzaban por la
arena.
Reí con ganas y vi cómo las
comisuras de los labios de Edward,
a mi lado, se elevaban suavemente
ante la imagen.
-Son asombrosos... -susurré,
mirando hacia el mar, donde
Rosalie estaba colgada del cuello
de Emmett y Alice y Jasper
trataban de sostenerla para que
no lo matara.
-Sí, lo son -aseguró Edward,
mirando hacia el frente.
El sol resplandecía en sus ojos
verdes y en su cabello, arrancando
destellos del color del bronce de
ellos. La camisa blanca se movía
suavemente con la brisa, dándome
la impresión de que no era un
joven a quién miraba, sino a un
ángel.
Sacudí la cabeza.
-¿Trajeron algo para tomar? -
pregunté, no sin cierta de
torpeza.
Edward miró sobre su hombro,
analizando todas las cosas que
habíamos traído.
-Creo que no -murmuró-.
¿Quieres... que valla a comprar
algo?
Negué suavemente con la cabeza.
¿Tantas cosas había traído Alice,
pero no había nada para tomar?
Suspiré.
-Déjame a mí -aseguré;
después de todo, un paseo para
refrescar mi mente no me vendría
mal.
De acuerdo, estar un poco lejos de
Edward no me vendría mal. Esa era
la verdad.
Antes de que él pudiera decir algo
más, comencé a caminar con pasos
pesados por la arena.
Afortunadamente no fue
demasiado el tiempo que tardé en
llegar a una larga pasarela de
madera, donde se ubicaban un par
de negocios, en su mayoría
cerrados. Con paso lento seguía
andando por el largo lugar,
tomando una curva. Allí, se podía
ver una hilera repleta de negocios,
así como también un panorama
oculto de la carretera. Pasé
algunos lugares con recuerdos y
otras nimiedades, hasta que
finalmente hallé un puesto de
comida.
-Un agua mineral, por favor -
pedí, cuando un muchacho de unos
veintitantos años se acercó por
detrás del mostrador de madera.
Me hizo una seña con la cabeza.
Mientras esperaba, me apoyé de
espaldas a la barra, con los codos
sobre ella, mientras estudiaba el
lugar con cierta curiosidad.
Entonces un grupo de altos
jóvenes de piel trigueña me llamó
la atención.
-¡Jake! -grité.
Todo el grupo se volvió y el
aludido, después de mirarme con
las cejas alzadas, se acercó con
una sonrisa. Aproveché su camino
para tomar mi agua del mostrador
y pagarle al joven lo que le debía
de forma apresurada.
-¡Bella!, ¿cómo estás? -
preguntó tan entusiasta como
siempre-. ¿Qué haces por aquí?
-Locuras con los Cullen y los
Hale -comenté yo alzando los
ojos, mientras él soltaba un
suspiro-. Vine a comprar un
agua.
-¿Supongo que entonces debo
dejarte ir antes de que manden a
la INTERPOL a buscarte no? -
replicó con gracia, haciendo que
una sonrisa se dibujara en mis
labios.
-Supongo.
Comenzamos a andar un poco.
-Oye, Bella -me llamó. Lo miré,
alzando un poco la cabeza para
alcanzar sus ojos-, ¿crees que
podrás escaparte de los Cullen
alguna noche? -preguntó
dudoso.
Lo medité unos segundos, mirando
el camino de madera.
-Creo que podría intentarlo -
respondí, y volví a mirarlo-, ¿por
qué?
-Me gustaría poder cenar y
hablar un poco contigo -comentó
seriamente-. ¿Crees que
podremos planear algo sin que
Edward Cullen quiera mi cadáver?
-agregó luego, dibujando una
suave sonrisa en su rostro
trigueño.
Sonreí.
-Lo intentaré -aseguré, antes
de darle un beso en la mejilla-.
Te contactaré, ¿de acuerdo?
Asintió con una sonrisa.
-Nos vemos, Bella.
Con cuidado, sosteniendo el agua
entre mis manos, recorrí el camino
de vuelta con tranquilidad. Aún el
sol brillaba intensamente
escondido entre las nubes, a pesar
de que debían ser ya las cinco y
media de la tarde. Con cuidado salí
del camino y comencé a andar por
la arena. Cuando llegué, pude
divisar a los lejos a Edward,
sentado sobre la lona. En el mar
todavía se escuchaban gritos y
podía ver las figuras de los Cullen
y los Hale moviéndose en el agua.
-¿No tienen frío? -pregunté
yo, sentándome al lado de Edward.
Pareció sorprendido por mi
presencia y, saliendo de aquél
estado pensativo en el que se
encontraba antes de que yo
hablara, se encogió suavemente de
hombros.
-Están algo locos -aseguró,
volviéndose para mirarme.
Le sonreí.
-Y tú debes ser la oveja negra
de la familia, ¿no? -bromeé.
Me sorprendió ver aquella sonrisa
torcida tan... ¡Demonios!, ¿qué
definición podía darle a aquéllo?
-Supongo que tengo algo de
oveja negra... -murmuró, con las
comisuras de sus labios aún
tenuemente alzadas.
Y algo de bipolar también.
Honestamente, ¿cómo podía ser
tan frío en un momento y alguien
tan agradable en el otro?
Entonces recordé la charla que
había tenido con Alice... ¿Tendría
que ver su promesa con su
constante actitud conmigo?
¿Sería realmente aquél Edward
agradable y dulce el qué se
ocultaba detrás de la coraza?
Parecía tan sincero cuando lucía
aquella sonrisa y cuando hablaba
de manera tan despreocupada
pero... ¿Cómo saberlo?
Aquella mueca pacífica en su
rostro me aseguró que estaba
tranquilo y que la forzada frialdad
estaba fuera de su mente, por lo
menos en aquél momento. Sus ojos
cerrados y sus labios aún curvados
de forma casi imperceptible me
otorgaban el indicio de que,
seguramente, aquél era uno de
esos pocos momentos en los que
estaba frente al verdadero
Edward Cullen. Así, sin ningún tipo
de barrera, sin ninguna coraza.
Con las defensas bajas...
Entonces, algo en mi mente se
instaló y comenzó a debatirse
dentro de ella.
¿Debía seguir mis impulsos, o
medir las consecuencias antes de
actuar?
Una suave y cálida brisa vino hacia
nosotros, y sus cabellos se
ondularon con el viento de manera
sublime, desprendiendo destellos
que no tenían nada que envidiarle
al mismísimo bronce.
Entonces, me decidí.
Con inseguridad pero con rapidez,
llevé una mano a su cuello. Vi cómo
sus ojos se abrían y se fijaban en
mí con confusión.
-¿Bella, que...?
Esa vez, sin embargo, fue mi turno
de no darle tiempo. Esta vez quise
ser yo la que pudiera dejar a sus
impulsos liberarse. Quise, por una
vez desde que nos habíamos
conocido, destruir las barreras de
Edward Cullen.
Y lo besé.
Incluso cuando se encontraba
sorprendido, moví mis labios sobre
los suyos de forma suave, aún
cuando esperara su rechazo.
Sin embargo, sus manos sobre mi
rostro me desconcertaron.
Cómo siempre, terminó siendo él
quien rompió mi autocontrol,
cuando sus labios comenzaron a
moverse sobre los míos de forma
lenta y acompasada.
¿Por qué Edward Cullen siempre
tenía la capacidad de
sorprenderme?
Como tantas veces, sentí que su
boca se despegaba de la mía; pero,
a diferencia de otras veces, él no
se alejó. Sus cálidas manos se
quedaron a ambos lados de mi
rostro y su frente descansó
contra la mía. Cuando despegué
mis párpados lentamente para
observarlo, me encontré con sus
ojos aún cerrados. Lo sentí
suspirar contra mi rostro de una
enloquecedora y dulce forma.
-Bella, ¿no recuerdas lo que te
dije sobre mi autocontrol? -
preguntó en un susurro que me
incitó a cerrar los ojos también.
-No necesito que te controles -
respondí de vuelta yo,
completamente embriagada por el
sonido de su voz de terciopelo.
Cuando se quedó por un rato en
silencio, abrí mis ojos para
toparme con sus relucientes e
hipnotizantes orbes verdes, aún
con su frente unida a la mía. Sentí
tristeza en ellas y un extraño
sentimiento me traspasó el alma.
-Es que no entiendes... -
susurró-. Yo no puedo darte...
nada.
Una de mis manos pasó de forma
casi inconciente por su cuello,
hasta llegar a su mejilla.
-Yo no te estoy pidiendo nada...
-aseguré en un susurro también
-. ¿Por qué tan sólo no puedes
dejarme intentarlo?
Su rostro se contrajo en una
extraña mueca y sus ojos aún
lucían tristes.
-Porque siempre que lo he
intentado, me ha salido mal... -
susurró-. No quiero volver a
cometer el mismo error.
-Edward... -repliqué, de forma
suave, a modo de protesta.
-Bella, lo hago por ti -me
aseguró apaciblemente-. Es
mejor para ti si te alejo de mí.
Lo estudié cuidadosamente.
-Pero yo no quiero alejarme de ti
-le aseguré, pasando
distraídamente mi mano por su
suave mejilla-. No quiero.
Se acercó a mí con cuidado y mi
corazón aumento su ritmo, que ya
de por sí estaba bastante por
arriba de lo normal. Con cuidado
apretó de forma suave mi cara
entre sus manos y presionó sus
labios contra mi frente. Entonces,
pasó un brazo por mis hombros y
me atrajo de forma cálida contra
su pecho. Me quedé unos segundos
asimilando lo que sucedía, hasta
que logré reaccionar, y me
acomodé contra el pecho de
Edward.
-En algún momento lo
comprenderás, Bella -me aseguró
-; pero gracias, de verdad.
No reclamé nada. Por lo menos, en
aquél momento no lo deseaba.
Después de todo, sus palabras me
habían sonado a un cambio
favorable en todo lo que pasaba
entre nosotros.
Y además, en sus brazos, podía
quedarme para siempre sin decir ni
una sola palabra.
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Bajo El Mismo Techo
RomanceSu padre le pidió que cuide de mí, luego del accidente. Pero ¿cómo convivir bajo el mismo techo cuando sólo se dedica a ignorarme? ¿Qué es lo que esconde Edward Cullen y por qué, a pesar de su frialdad, me resulta tan irresistible? Adaptación de (Ms...