Capítulo 1

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Mañana es el día de la Colecta, mañana empezarán oficialmente los septuagésimo cuartos Juegos del Hambre. No paran de anunciarlo en los medios, ni de decir esa frase que tanto odio: felices Juegos del Hambre y que la suerte este siempre de vuestra parte. Yo ya he vivido unos Juegos.

Yo nací en el Capitolio, para ser más exacto en los quincuagésimo sextos juegos. Mis padres eran tributos del doce. Cuándo mi madre termino de dar a luz la mataron unos mutuos. Mi padre se quitó la vida segundos después de dejarme en la Cornocupia. Desde entonces he vivido en la casa del presidente Snow.

El presidente Snow no fue mi padre solo fue el único que me mantenía económicmente. El presidente me delegó a unos agentes de la paz del distrito dos y ahí fui entrenada como una posible arma para sus juegos de entretenimiento.

Hace tres años que vivo en el Capitolio y todo Panem me conoce como la niña del Capitolio. Todos me odian y a la vez me tienen miedo y cariño. Solo por ser Katerina Snow, la hija adoptiva del presidente y el más alto mando de los agentes de la paz.

Me despierto en mi habitación de la casa Presidencial, los rayos del sol ya entran por mis enormes ventanas. Me levanto y voy a mi baño, me doy un baño y me visto con unos leguins negros y una camiseta de tirantes negra. Me recojo mi pelo castaño en un moño alto y me pongo un poco de maquillaje, negro también.

Bajo al salón de desayuno, el presidente está sentado a la mesa con Seneca Crane, el creador de las arenas. Cuándo entro Seneca agacha la cabeza, el presidente sonríe ante el acto.

-Buenos días Katerina

-Buenos dias presidente, buenos días Seneca.

Seneca no despega sus ojos del suelo y de sus labios no sale ningún sonido. Me acerco a él y veo como tiembla.

-He dicho buenos días Seneca.

-Bue... buenos días señorita Snow- su voz tiembla y no es capaz de mirarme a los ojos. El presidente sonríe al ver la escena mientras bebe un sorbo de café.

-Seneca ¿no te han enseñado que hay que mirar a la gente a los ojos?

-Sí señorita Snow, disculpe mi arrogancia.

Levanta su cabeza cuidadosamente con mucho temor a lo que pueda decirle. Le miro fieramente una última vez antes de salir del salón.

Llamo al coronel Stone para que me prepare la sala de entramientos de los tributos. Él asiente y se va.

Salgo de la mansión presidencial escoltada por dos soldados de la paz. Los niños pasean con sus padres por el círculo del Capitolio, algunos ciudadanos se paran a mirarme en cambio otros me paran para preguntarme por los juegos, mi padre o Panem.

Quince minutos depués llego a la sala de entramiento. Todo está en orden para que lleguen los tributos. Cojo un arco y un carcaj y me meto en un simulador para practicar. Perfecto. Todo está en orden y listo para los juegos.

El presidente me mira desde los estrados donde tendré que juzgar a los tributos. Me lanza una mirada que conozco demasiado bien. La mirada de cuando hay que hablar de cosas importantes.

Subo al estrado, el ya está sentado con una taza de café. Me siento en el sofá que se encuentra enfrente suyo.

-¿ocurre algo, señor?

-Hija llámame papá, por favor.

-Me niego a llamar papá a alguien que no me ha querido como un padre.

El presidente sonríe, sé que gracias a su hospitalidad estoy ahí. Sé que gracias a él soy la segunda persona más poderosa de todo Panem y que gracias a él he podido vivir casi dieciocho años.

- me siento muy orgulloso de ti, Katerina. Eres el ser más perfecto de todo Panem y te he creado yo.

Un odio recorre todo mi cuerpo, el presidente busca la perfección y para él yo soy perfecta. El presidente me entrenó para ser una persona sádica, calculadora e insensible. En parte ha fallado, tengo sentimientos pero he aprendido a ocultarlos a la gente que no me gusta y expresarselos a la gente que me apoya.

-Presidente me gustaría retirarme, ya sabe esta noche hay una fiesta y me gustaría reposar antes del acto.

El presidente me despidó con la mano. Salí del centro de entramiento y fui a la mansión presidencial. Me senté en mi mesa y encendí mi ordenador. Tengo millares de documentos y mensajes. Intento responder a unos cuantos hasta que llega mi estilista, Luna.

Luna es una chica de carácter alegre y es la persona en la que más confío. Lleva siendo mi estilista tres años y ha hecho trabajos maravillosos aparte de que es una persona muy cuidadosa y en la que se puede confiar. Tiene el pelo blanco corto, unos ojos rojos y unos labios blancos. Siempre viste de blanco y rojo.

Hoy lleva un vestido rojo con una fina capa blanca, parece una super heroína. Viene acompañada de dos avox, una chica y un chico.

Los avox son personas a las que siempre he respetado por su valor al intetarse revelar. La gente los trata como esclavos cosa que yo no hago.

-Katerina preciosa te toca vestirte- me dice Luna con su voz súper aguda y estridente.

-Hola Luna, me encanta tu nuevo vestido.

Ella sonríe timidamente, me levanto y me acerco a abrazar a Luna que me devuelve el abrazo tímidamente. Dos sirvientas entran con un vestido que colocan en un maniquí y la otra una bandeja con té y pastas. Antes de que se fueran le pido a una de ellas que me traiga dos tazas más, para los avox.

-Katerina sabes que no deberías. Sobre todo tú, imaginate que sale de aquí. Katerina que eres la más importante comandante de toda Panem. - dijo poniéndose de los nervios, ella a pesar de ser algo diferente a los ciudadanos del Capitolio tiene eso que no la distingue de las demás, el miedo a perder su figura perfecta.

Pongo los ojos en blanco, el avox me trae el vestido. Un vestido de dos partes, el corpiño de encaje negro con dibujos y manga francesa y una falda de vuelo estrecha azul que une las dos partes con una flor de diamantes. La avox me recoge el pelo en un moño alto dejando ver mis ojos grises como el hielo. El avox me da un pequeño estuche en el que hay un par de pendientes con diamantes. La avox me los pone mientras que Luna me maquilla lo justo y necesario para que el presidente me vea como la chica perfecta que supuestamente soy.

-Katerina... estás preciosa.

Llaman a la puerta, me levanto y me estiro la falda de mi vestido. El presidente entra. Lleva un traje azul oscuro y una rosa blanca en el pecho. Despecha a los avox y a Luna. Nos quedamos solos y él se sienta en uno de los sofás de mi habitación.

-Estás preciosa hija.

-Gracias presidente.

-De nada, cómo sabes hoy es el último día de la gira de la victoria.

-sí señor.

-bien me gustaría que vayas en algún momento de la noche a ver las arenas. Junto con Séneca.



La niña del CapitolioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora