Dama de honor

511 72 14
                                    

«Esta vida no es igual, esta vida no es la misma».

Obstinado, Zapato 3.

―Vaya... Amélie, creo que esto es demasiado ―murmuro sin quitar la vista del espejo que está en el probador.

―¡Qué va! Nunca es demasiado para ti, Kat. Te lo mereces por ser tan buena amiga.

―No, en serio es demasiado. ―Gimo, notando que mientras más edad tengo menos me favorecen los colores pasteles―. Déjame pagarlo. ―«Así podré quemar esta abominación rosada en mi casa y no me sentiré culpable».

―¡Por supuesto que no! Eres mi dama de honor y estoy en el deber de correr con tus gastos. Además... ―su voz adquiere un tono más confidencial―: Donato me ha dado una extensión a su tarjeta de crédito.

Genial, es que la sátira no puede estar completa si no añadimos ese último detalle. En realidad va a ser Donato quien pague mi vestido de dama de honor para su boda con ella. Bufo, intentando verle el lado gracioso al asunto y me encojo de hombros.

―Es lo que tú digas. Eres la novia, al fin y al cabo.

Sé que en el fondo Amélie está esperando a que ceda y cuando lo hago, no puede hallarse más feliz. La veo como una niña que acaba de convencer a sus padres de que la lleven al parque de diversiones. Pongo los ojos en blanco y me devuelvo al probador para quitarme el mantel vomitado por un unicornio que llevo encima. Esta chica tiene un gusto terrible, me crispa los nervios. Aun así, hace lo posible por agradarme y eso se evidencia al ver el precio de aquella prenda: setecientas cincuenta y un libras. Tomando en cuenta lo restringido de su presupuesto, la suma es elevada. Me tengo que morder la lengua para no insistirle que acepte mi dinero.

―¿Qué tal vas con tu vestido de novia? ―pregunta mientras nos dirigimos a la caja―. Es decir, ya has visto el mío, pero yo del tuyo no sé nada...

―Pequeña curiosa. ―Sonrío y niego con la cabeza―. La semana pasada fui a New York para que me tomaran las medidas. Mamá tuvo la fantástica idea de que Carolina Herrera lo diseñara y, cómo no, Alexander estuvo encantado. Para resumir, hicieron un complot y prácticamente me arrastraron al avión.

―¡Kat, es estupendo! ¿Por qué no me lo habías dicho antes?

Cuando sonríe unas pequeñas arrugas se forman en las comisuras de sus ojos. He aprendido que aquel gesto es un indicativo de que la sonrisa es genuina y eso me irrita a niveles no imaginados. «¿Es que no puedes estar ni un poco celosa? ¡Sé que te has quedado de piedra! He visto que guardas una colección de revistas de vestidos de novias de diseñadores».

―Era una sorpresa, así que has de guardar el secreto. ―Poso un dedo sobre mis labios y ella asiente con solemnidad―. El boceto es precioso y no le he dejado ni a Alex verlo. Ya sabes, la tonta superstición de que es de mala suerte que los novios se enteren de esas cosas. Yo no creo en esas estupideces, pero prefiero no arriesgarme.

―Oh, vaya, espero que no sea muy cierta porque Donato me ha visto probarme el mío en incontables ocasiones. Como su madre es costurera y lo está haciendo, tengo que ir a su casa muy seguido.

―Ah, claro. ―Le miro con condescendencia, logrando que haga una casi imperceptible mueca.

«No tienes que disimular tu envidia, pequeña, sé que desearías estar en mi lugar y tener una boda digna de una princesa; pero eso te pasa por prometerte con un pusilánime que gana un sueldo miserable».

Salimos de la boutique y Amélie me entrega la bolsa con el «precioso» traje rosa pastel adentro. Podría asegurar que como mi boda se celebrará dos meses después que la suya y yo asimismo la he nombrado dama de honor, tomaré venganza de este fatal atentado, pero mentiría. ¡Ni haciéndolo a propósito tengo tan mal gusto! Además, ella estará feliz aunque le haga vestirse como una banana.

InconformeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora