#30 - EL BAÚL.

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-¿Qué te pareció la película? -Me pregunta ante mi silencio mientras caminamos de la mano por el estacionamiento, todos han salido de la sala murmurando como buenos críticos de cine que se suponen ser, hasta escucho a alguien decir: "te aseguro que habrá segunda parte", nosotros hemos caminado hasta aquí sin decir nada, pero surge su pregunta. Entonces intento organizar mis ideas:
-Que el amor es capaz de hacer que alguien se quede aun cuando no tiene razones lógicas para hacerlo. -Le digo pero no le veo a los ojos.

Mi respuesta es pensada, pero no con ganas de que nos envolvamos en una plática sobre el tema. Solo sé que eso aprendí de la película. Cosa que, a modo de enseñanza queda claro, pero, a modo de vivirlo nos confronta demasiado lo que suponemos puede hacer el amor. Pasamos tanto tiempo imaginando que el amor es una especie de sentimiento y que solo es que para hacernos sentir bien, siempre y cuando no demande una decisión radical y por lo tanto una responsabilidad que obligue  darlo todo, hasta nuestras ganas de morir para vivir a lado de quien amamos.

-Si la chica hubiese decidido morir, no habría motivos de juzgarle, -me dice Tito en un tono desatendido mientras subimos al auto y lo pone en marcha.

-Pues no, -le respondo, -no habría motivos, porque nadie puede saber las verdaderas motivaciones de una persona ya sea en morir o vivir, ya que estas se encuentran en el corazón, y nosotros, los humanos estamos acostumbrados a juzgar a una persona por lo que vemos de ella, no por lo que su corazón nos dice de ella. Para saber que hay en el corazón, ni nosotros mismo, solo Dios.

-Cierto. -Me dice y salimos del estacionamiento.

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-¿Te veo mañana? -Me pregunta dejándome en la puerta de mi casa.

-Supongo que sí, ¿en el grupo de jóvenes, mañana?

-Sí. ¿Estas lista para el campamento? -Cuestiona.

¿El campamento? ¿Qué campamento? ¡Claro el campamento! ¡Pero cómo pude olvidarlo! Si para eso estábamos vendiendo hamburguesas, esa ha sido la euforia de los jóvenes de nuestra iglesia por los últimos dos meses. Asisto a los campamentos de la iglesia Vida desde los ocho años. No veo motivos para faltar.

-Sí, claro. No sé por qué razón había olvidado el campamento.

-Y eso que tienes toda la vida asistiendo, -sonríe. -Bueno pues me voy, -me abraza fuerte. -Dame razones para quedarme más tiempo. -Susurra cerca del oído.

Quisiera que el silencio que permito le diera las razones.  No quiero decirle nada, quizá tenga varias razones pero, hoy no. Hoy solo quiero entrar a casa, y tirarme en mi cama para dormir hasta que el caos en el que dejo el mundo se restablezca a la normalidad al despertar.

-¿No dirás nada? -Pregunta extrañado.

-Te quiero.

-Eso no basta. Dime algo más, -exige cortésmente, -no sé, digamos algo así como: "si te vas no se vivir".

-Tito, -me separo un poco de él para verlo a los ojos sin soltarle las manos. -Si supiera que te vas a ir muy lejos lo diría, pero siento que pides que te diga algo que no lo amerita el momento, además... -suspiro hondo, -estoy cansada. Y además, decir eso demanda sonar espontanea, ¿no? -Me mira dudoso.

-Ok, olvidémoslo, dame un último abrazo y dejémoslo para otro momento. Te quiero, eso es lo que importa. -Me besa.

Lo veo dirigirse a su auto recostada sobre la puerta. Se sube y me dice adiós, "te llamo cuando llegue", grita mientras avanza. Le digo adiós. Entro a casa exhausta, papá y mamá me esperan en el sillón de la sala viendo la serie favorita de papá, preguntan cómo me ha ido y les resumo la noche con un: "bien". Hacen las preguntas de rutina necesarias y termino el interrogatorio diciendo que me iré a dar un baño y para dormir.

POEMAS PARA ZOÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora