28 de Enero 1997

134 23 3
                                    

Abrió los ojos, y reflejados en ellos, la poca alma y el poco brillo, que alguna vez habría juntado, se acababa día tras día, ver tras ver.

Brincó de la cama, con la esperanza de verla. A ella, y al poder oculto que una vez él encontró en cada una de sus partes. En cada desarrollo, en cada baja, en cada alta.

Y pensó que sería igual ir cada día a buscarla al mismo rincón.
La cuidaba como si fuera suya.

Y es que, cuando Yedid había dejado de existir aquella tarde de esplendor, todo aquello en lo que él podía creer, no era más.
Él parecía distante del mundo.
Él no pertenecía a un lugar.
Como cualquier persona que se siente perdido, donde la felicidad es casi una obligación, pensó que la felicidad era una compra exageradamente grande.
—Tendrá intereses —pensó aquel joven—.

Aún no tenía idea de qué hacer con aquel vacío, que su chica había dejado para él, en su último aliento.
Y se esfumó. Ambos, conscientes de que, la última salida, tal vez, su última oportunidad de amarse, podía ser aquella que estaban pasando.
Yedid le toma la mano a Luis. La mira, y no puede ver algo más adorable que la chica de lazos de colores frente a él.
Ella le corresponde la mirada. Lo observa atentamente y le susurra:

—No puedes venir conmigo, pero puedo llevarte en mi.
Luis escucha, esperando que tal vez no sean las últimas palabras de la joven que tiene a su lado. Observa atentamente el sol. Achica sus ojos. Por algún extraño motivo, no tiene calor. No está sofocado. El aire es frío, lo compensa.
Ella sonríe.

Luis aparta la vista del sol. La observa, de nuevo, y con una suave, nerviosa, pero simpática caricia, le pide que mire el poder oculto de su sonrisa, que hace del entorno incluso más doloroso de lo que ya es para ella, aún sin saberlo.
Y ella obedece. Y lo mira. Y sabe que puede irse tranquila. Amó al indicado, hasta el último aliento. La última mirada, el último tacto.

—Es un atardecer, de aquellos que no se olvidan —dice ella—.
—¿Lo guardarás en tu memoria?
—Yo guardo lo que creo que debo guardar.
—¿Y me guardarás a mí? —le pregunta Luis con la inocencia más pura—.
—A ti, como a la mejor de las cosas bonitas.

Y al ocultarse el sol, su brazo, rodeando el cuello de aquel chico de ojos mieles, se desvanece.
Suspira, y la ve. Se fue, y tuvo razón siempre, cuando le afirmó en aquellos días, que se marcharía si veía un atardecer junto a él.
Ella siempre cumplía sus promesas. Hasta la última.


YEDIDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora