14 de Febrero 2000

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Pensó, y pensó, y volvió a pensar constantemente en ella. Como todos los días, permanecía expectante, sin ánimos de ver afuera. Había parejas felices, había mitades juntas. A su parecer, él no tenía significado. 

Estaba terrible e indudablemente enamorado. Y no podía compartir su desgarrante y extremadamente grande amor hacia ella. Era algo guardado en lo más profundo de su corazón. Aún cuando todos pensaran en la definición "Triste melancólico", él sabía que lo que él sentía no era nada malo. Por que él había entregado absolutamente todo su amor a una sola persona. Y él tenía el pensamiento de que esa persona era la correcta. 

Había estado acompañándola hasta en su último día, le dio el primer y último beso que podía haber experimentado en su vida, que más allá de todo, él quería que hubiese sido más larga. 

Pero la realidad es que él veía algo en ella, más allá de lo común. 

Podía ver que era feliz sólo con él. Y eso le motivaba a seguir luchando por cada día permanecer más y más junto a ella, llenarle un poquito el alma cada posible tiempo de su magnífica y preciosa existencia. Quería lo mejor para ella, aunque implicara alejarse en algún momento. Le regaló lo más preciado y difícil de conseguir, que cualquier hombre enamorado en su sano juicio quisiera cosechar. Y era una vida plena junto a él.

Él le prometía felicidad. Y eso era lo que ambos necesitaban. La felicidad que hace rejuvenecer corazones, y hace que los corazones rejuvenezcan la relación, haciéndola pura, plena, casi perfecta. 

Pero ahora eran otros tiempos, y él estaba solo. Se sentía una pequeña be frente a treinta y siete efes. No se sentía en el contexto que los demás. Es más, ni siquiera entendía porqué no se había ido con ella. Incluso se pensaba loco. Tal vez la razón le daba malas jugadas. No podíamos saberlo, su mente era un enigma que nadie que estuviera junto con él entendía. 

En su loco razonamiento, aún a pesar de los años, él seguía extrañándola. 

Y no era para menos, era la primera y última chica de la que se había enamorado.

—Ojalá pudieras escucharme —habló para si mismo—.

Eso querían todos. Volver a ver sonreír a Luis. Ese joven que alguna vez había sido la sonrisa de un salón de clases, ahora era un chico hermético y perdido. 

—Felices 5 años, Yedid —terminó de llorar—.

YEDIDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora