9 de Noviembre 2000

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En un cuadro viejo, de aquellos de piezas encontradas, está una fotografía con manchitas amarillentas. A estas alturas Luis estaba, literalmente, por los suelos. Lejos de todo aquel encuentro maravilloso con la paz, con la esperanza, con el regocijo.

En la sala, cientos de recuerdos y sonrisas se encuentran en busca de su amigo, aquellos que no tenían idea de cuán mal se sentía Luis para salir. Ni siquiera en éstas fechas, él podía dejar de extrañarla.

Pero hoy, justo hoy, había algo que lo estaba marcando. Y por eso estaba ahí, en el suelo, en aquel rincón con tan sólo una mesa, una lámpara y una fotografía polvorienta... incluyendo una terrible depresión y unas ganas inmensas de descargar todo lo que lo tiene aprisionado.

Él ya no se conocía a sí mismo. Quería escapar de donde sea que estuviese atrapado y encontrar a Yedid. A veces pensaba que estaba perdida en realidad. Que en cualquier momento aparecería por esa puerta blanca de espejitos, y sentiría que los días y las noches en vela habrían valido la interminable espera que sentía ahora.

Era más que claro que Yedid no iba a regresar, pero en su ya desbaratado pensamiento, era lo que más anhelaba.

La puerta contiene seguro. Ilógico, él ya no se sentía así. El reloj cada vez retumbaba más en su mente, recordándole el tiempo perdido. Aún no entendía cómo a pesar del tiempo, él seguía encaminado a una sola persona... que ya no existía. Una y otra vez, se repetía la misma cuestión.

¿Por qué era tan difícil hacer una cuenta nueva? Tirar todo lo que le hacía recordar a su chica, salir, conocer, observar, poco a poco llenar su vacío. ¿Por qué le era tan difícil? ¿Por qué seguir enamorado de alguien que ya no está?

No te culpo por irte, te culpo por no llevarme contigo... —le susurra a la foto que, en su interior, espera lo escuche.

Ojalá Yedid escuchara cada una de las plegarias de Luis. Que escuchara cuánto la quería, cuánto la necesitaba, cuánto deseaba sentirla junto a él.

Su calor al contacto, perderse en los ojos que no solo una, sino cientos de veces lo cautivaron. El ver aquella simpática sonrisa que hacía de sus sueños incluso más hermosos, escuchar esa voz que él anhelaba cada mañana al despertar; tocar esas delicadas manos que lo hacían sentir protegido y apretarlas esperando jamás tenerlas que dejar ir...

Había tanto que él no había podido decirle. Tanto por qué luchar juntos, demasiado por conocer, por experimentar...

Pero era en vano decir todo aquello cuando la esperanza se estaba perdiendo segundo tras segundo. Los ojos llorosos y la cara pálida eran señales exactas de que Luis se sentía cansado de vivir. Cansado de levantarse, de hacer la rutina diaria, de hablar, de sentir.

No quería más nada.

Y no sabía si quiera si alguna vez podría superarlo.

Observa su ventana.

La noche está preciosa. Las estrellas daban todo de sí justo en ese momento, con la esperanza de que Luis pudiera cosechar el poco brillo que le quedaba escondido. Era una tremenda tontería. Luis no quería verlas. Luis no quería absolutamente nada con ellas.

Se había convertido en un furioso depresivo que no tenía que más hacer que estar enojado con la vida y su alrededor.

Siempre hay una razón exacta para todo. Y es que, Yedid era la única persona con la que había disfrutado las estrellas cientos de veces...

Quizá ahora era una de ellas.









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