F i n a l

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La madre de Yedid está frente a la puerta. 

Y Luis, escondido observándola a través de las cortinas de una ventana. 

Su presencia lo altera. Hace tiempo que no veía a esa mujer. Demacrada, sin maquillaje y el cabello negro y brilloso que alguna vez tuvo, ahora tenía algunas canas que trataban de esconderse con el peinado que se había hecho minutos antes. Tenía puesto un vestido largo negro de puntitos y las manos jugando entre sí. La bolsa café que tenía consigo era chica, y por la forma de moverse, parecía que esa señora tenía un poco de prisa. 

Sin embargo, aún a pesar del tiempo, en su cara había todavía una chispa.

Aún recordaba la última vez que la vio. 

Vestidos de negro y con la cara empapada, apenas y se habían dirigido alguna palabra. Era la madre del amor de su vida, ¿cómo no iba a estar nervioso? Era natural, más aún en éstos casos. 

Hoy, quizá los papeles se habían invertido. 

La madre de Yedid estaba nerviosa, confundida y nostálgica. Pensaba en su adorable hija todos los días, y no había un día en que no extrañara su presencia. 

Creyó haberlo superado, pero en cuanto entró al cuarto de su hija, que hacía tanto ella no pisaba, todo se evaporó. Y aunque la habitación seguía intacta, limpia, radiante, había algo en ella que no había podido ignorar. 

Y por esa razón, aún siendo tan difícil para ella, tenía que volver a verlo. 

Luis sólo respiró profundo, y le bastaron dos simples segundos para tomar valor y abrir la puerta con una media sonrisa. 

Las cosas habían cambiado tanto desde aquel entonces. 

Hace mucho que no compartimos unas palabras —empezó Luis mientras se ponía frente a ella. 

Muchas razones válidas, hijo. Me temo que no puedo quedarme mucho —dijo ella amablemente. 

¿Pasó a saludarme? -preguntó Luis con una extraordinaria inocencia. 

Algo similar. Una ayuda, tal vez. Estás más delgado, ¿te has enfermado? 

¡No! se apresuró Luis—. No es nada que no pueda solucionarse con un poco de tiempo. ¿Pasa algo malo? 

No, no. Bueno, no lo tomo como algo malo. Unas simples palabras. 

Adelante, la escucho. 

No, Luis. No son mías. 

De su pequeña bolsa café sacó un sobre rosa pálido. ¿La señora no se atrevía a hablar con él en persona y prefería hacerlo por medio de un escrito? 

De todas formas, se contuvo de cuestionar las acciones de la mujer enfrente de él, y temblorosamente tomó el sobre. 

Habrá algo allí dentro que quizá pueda reconfortarte. Sé que no es fácil para ti, para ninguno de nosotros. Pero tengo fe en ti, cariño. Siempre la he tenido. Hoy más que nunca espero que sigas de pie. 

¿Por qué me da esto ahora? 

Porque, al igual que tú, hay cosas a las que tienes que perderles miedo. 

La señora besó a Luis en la frente y acarició su mejilla maternalmente. Secó una lágrima y salió de ahí sin nada más que agregar. Aquello había conmovido a Luis totalmente. Como habría deseado que las cosas fueran diferentes. 

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