H:
El sol desfallece en una tonalidad de óxido. Me quito la gorra de los Yankees, pues la luz ya no quemará mi cráneo.
Quedo con un amigo a beber una copa en la Plaza Cruz Verde. Pedimos un whisky y me quedo contemplando el viaducto que resplandece a lo lejos. Mi amigo cuenta que años atrás la gente no utilizaba esta terraza por miedo a contemplar el vuelo de esos suicidas que se dejaban caer como árboles cansados. <<Lo sé>>, le digo. <<Una amiga se lanzó un día, pero llevaba una falda muy larga y el viento le hizo un efecto de paracaídas por lo que apenas se raspó un poco las piernas>>. Mi amigo se molesta. Piensa que me burlo de él. Pide la cuenta. Se marcha.I:
Entro en la sala y quedo sin palabras.
Durante más de tres años me ocupé de todos los gastos de la casa.
Guillermo dijo que preparaba algo especial para la exposición. Me gustó el nombre de su obra: Nosotros, una de esas palabras que parecen una engañosa tersura, una explosión en marcha.
Quedo un rato frente a la obra; más bien dentro. Nosotros es una habitación completamente vacía. Sin nada. Una habitación desnuda, con sus paredes, su tarima flotante.
Guillermo ha creado el vacío.
Me tiembla la barbilla. Pienso que Guillermo ha utilizado un año en imaginar una obra que no podrá vencer, que ya hicieron otros, que no puede tocar se, que no es nada.
Escupo el suelo. Es un gesto horrible y asqueroso y por eso mismo lo hago. Miro mi saliva. Pienso en un copo de nieve sucia.J:
Una casa amarilla, de paredes altas, de ventanas pequeñas y cubiertas por rejas. Una casa al final de calles olorosas a humo.
Visitó a mi madre en la residencia. Lo hago una vez cada quince años. Sin falta. Sin prisas. Los primeros minutos la miro, luego le cuento lo que ha sucedido en la semana. Finalmente paso un pañuelo por sus labios y le quito la saliva que gotea sobre su mentón.
Le pregunto entonces por esas noches cuando pensaba en mi padre; por el sonido del mar que nos acompañaba en las madrugadas; por esa primera vez, cuando sin avisar, mi padre se escapó en velero; por la época cuando padre regresó unos años solo para volver a huir.
Miro a madre: los ojos vacíos colgando de su rostro huesudo. Le doy un toque en el hombro como para despedirme.K:
Desde la mañana a la noche pienso en Guillermo, en su ausencia. Resulta patético: resulta mediocre y enloquecer. Un pensar tibio, como el zumbido de una nevera, como el soplido de un mosquito.
Busco a un yonqui que duerme cerca de casa. Le ofrezco doscientos euros si me acompañaba al viaducto. Alguna gente nos mira. Debemos parecer una extraña pareja. Yo vestida con una camisa y una falda de seda, a mi lado aquella silueta de piel verdosa.
Cuando llegamos al viaducto nos detenemos en las protecciones de metacrilato que han colocado para que la gente no se arroje al vacío.
Ayúdame a subir, le digo.
¿ Que vas a hacer?, pregunta.
Te voy a pagar doscientos euros, eso es todo.
Su rostro enrojece.
Extiendo mis brazos hasta alcanzar el borde de la protección. Le pido al yonqui que empuje hacia arriba. Siento su olor: un vaho espeso como el de una patata podrida.
Me alzó lo suficiente. Salto al otro lado. Hugo en mis bolsillos. Cuento algunos billetes y veo que no llevó ni cien euros. Mi siento vagamente mal por el yonqui. Le paso el dinero y le pido descubras. Él llora fusioso.
Quiero mi dinero, me lo gané. Solo quiero mi dinero, grita.
Hago un gesto de aburrimiento con la mano y me doy la vuelta. Lo escucho murmurar. Algo se aprieta en mi estómago. La calle resplandece igual que un mar de tinta: abajo, muy abajo. Elevó mis brazos. Siento que mis uñas pueden rasguñar las nubes de la noche. Me vuelvo árbol, un árbol de ramas secas vibrando sobre el aire. Me éxito la idea del crujido, del abrupto e irrefrenable dolor. Ser la plenitud de un cuerpo: estallido; forma que explota en mil sensaciones punzantes.
Eso no está bien, no deberías hacerlo, susurra el yonqui. Y menos sin pagarme...
Me doy la vuelta y lo contemplo.
¿ Quieres hacer el favor de callate, por favor?
El yonqui sé rasca la cabeza. Tose. Dos personas pasan a su lado y me miran con distracción. Una de ellas lleva un pantalón de tela atigrada. Me quedo mucho rato mirando ese pantalón absurdo. Siento un escalofrio; la fealdad me produce escalofríos. Algo en mi se desinfla por completo.
Ayúdame a salir de aquí, le ordenó al yonqui.
Mi dinero, contesta él.
No te pongas tonto, tendrás tu dinero si me sacas de aquí.
Quiero mi pasta, repite.
Lo veo alejarse. Me veo como si la ciudad fuese un lugar que desconozco. Al final del viaducto las farolas esparcen una luz de cobre. El yonqui entra en ese resplandor, luego sé lo tragaperras la noche, me quedo a solas, escuchando el rumor lejano de una ambulancia.
Alguien que sí logró morir, pienso.
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ARENA NEGRA
Любовные романы¿Tendrá todo viaje futuro un espejo que no vemos? Un hombre escapa desde España hacia Venezuela. Deja a su mujer y a sus hijos. Una hija que espera algo más que un retorno, que busca en ese abandono una conexión, un sentido a la ternura de un gesto...