Capítulo 6

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K:
En el metro contemplo a una mujer guapa y alta que ríe con una franqueza espantosa. Después, al retornar a casa oigo el grito del sol: rugido gaseoso, coordinado, un murmullo como de una ola que se disuelve. No puede ser tele; el grito ha surgido de manera concentrada, como si brotado de un mismo lugar.
Hoy también juega el Rayo. ¿Se escucha desde mi casa el estadio de Vallecas?
Luego miro las fotos del hotel donde me alojaré en Chile. Me pregunto si al amanecer, desde su ventana, podré ver la cordillera: imagino con nitidez un cielo que se tensa como un mineral a punto de romperse.
Recuerdo el grito de sol que acabo de escuchar.
La mayor familiaridad nos la otorgan los sitios desconocidos; la extrañeza es propia del lugar donde vivimos.
(Fragmento del dietario)

K:
De ella me gusta su risa. Terrible, deslucida frase. Pero así es. Lo verdadero casi nunca se lleva bien con la tensión de un entre mecedora estilo. Ahora mismo la veo reír cuando me pongo mi gorra de los Yankees con gesto de película negra. Estoy a punto de decirle que no lo haga. Describir la rotundidad de su carcajada me conduce a una prosa precaria y simple. Vivir para contrariar la escritura de los otros no es elegante ni considerado.

L:
En la biblioteca de ese amigo calvo y con gafas encuentro una entrevista de Noteboom. Allí subrayada resplandece una frase:<<El hombre necesita creer que el ángel está cerca de él y le protege, aunque en realidad no exista>>. Mi amigo piensa que no lo veo mientras se seca el sudor de la calva con un pañuelo. Luego me pregunta si el golfio puede utilizarse para espesar una salsa. Alzó los hombros y río. No tengo ni idea, respondo. Él me mira decepcionado de que una mujer canaria no pueda responder esa pregunta.

M:
Dos policías municipales me ayudan a subir por la defensa de metacrilato. Uno de ellos se pregunta en voz alta si deberían multar me y les respondo que intentar suicidarse no puede ser una falta demasiado costosa.
me dejan ir. Los porros fumados en la tarde parecen concentrarse en mi lengua como una sensación de engrudo. Me dirijo a un bar llamado La Lechuga donde suelo beber helados vodkas y escucho a unas mujeres hablar sobre el milagro que acaba de ocurrir en el viaducto. Una mujer con ropas chinas que se lanza al vacío y que de repente ha sido atrapada por dos ángeles que la depositan suavemente sobre el asfalto.

O:
Oigo rumores en el pueblo. Cerca del lugar donde acaban de construir el Hotel Marítimo un hombre se lanza barranco abajo. Ahora su cuerpo reposa en la playa dentro de una mezcla de olas, sangre y arena negra.
Camino con madre entre pasos cortos y frases nerviosas.
Alguien comenta que no ha dejado ni una carta. Una mujer de ojos como brasas se coloca a nuestro lado; murmura con voz cavernosa que es lo correcto; quien desea marcharse lo primero que debe despegar de si mismo son las palabras.

ARENA NEGRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora