Capítulo 18

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J:
Guillermo me dice que preparará una instalación evocando el velero en el cual huyó mi padre. Durante un tiempo mira las fotografías que les tomaron a su llegada a la Guaira: rostros amarillentos, cráneos rapados, ojos hundidos, brazos huesudos.
Supongo que hace esa oferta para agradar me, pero lo cierto es que detesto la idea de imaginar la hermosura de aquel hedor, de aquella miseria salina, de aquellos fantasmas de piel cuarteada que atravesaron el océano, reducida a una pieza dentro de una galería. No se lo digo. Guillermo se acaba de mudar a casa. Nos amamos. El amor nace de sus elipsis. Nos decimos todo el tiempo lo mucho que nos amamos; es tiempo de engaños compartidos y veladas omisiones.

K:
Apenas pienso en el segundo escape de padre. Quizás porque es el viaje en el que también me abandona; quizás porque la comodidad de un vapor con piscina y sala de bailes, resulta repugnante y sólo parece guiada por el tedio y no por la desesperación.
Me gusta la furia de un desesperado.
Alzó mis brazos. Miro por la ventana. Supongo que la desesperación consiste en ser como un figura de vidrio que crepita entre llamas y alcanza el sol con sus dedos.

L:
Sobre cada velero que huye de España en esos años, dice madre que se distingue con nitidez la figura de un ángel. Un ángel de piel grasienta, cuarteada, de rostro lleno de heridas. Pero un ángel.

M:
<<Joder, tía, los ángeles no existen>>, dice Guillermo y se coloca los pantalones.

N:
A lo lejos suena él gritó. A una de las vecinas se le acaba de morir su marido. Un breve chispazo en el pecho, el ruido de los escalones de madera, y aquel cuerpo pálido, como dormido en el borde del descansillo.
Durante unas horas mi madre acompaña a aquella mujer. Le prepara un té. Le trae de la mercería algunos metros de tela para hacer vestidos negros, y al día siguiente del entierro en la Almudena, madre ayuda a la vecina a recoger todos los zapatos del marido. Sudorosos, agitadas, exploran la casa entera, hurgando, persiguen zapatos que colocan en una caja. Perecen dos cazadoras aniquilando roedores que amenazan con arruinar la cosecha. Zapatos, zapatos, zapatos. Cuando la comprueban que no queda ni un solo par, ambas bajan a la calle y los tiran en la basura. Como si el dolor, como si el fantasma de alguien, sólo pudiese reaparecer si encuentra la huella que han ido dejando sus pies.
El otoño arde en el cielo.
Mi madre y la vecina salen a pasear por el barrio. Se ven hermosas. Oscuras. Nítidas.

Ñ:
Dentro de un zapato que ha olvidado Guillermo en mi casa encuentro un piojo blanco al que si miras con atención le descubres las cuarteadas alas de un ángel.

O:

En la universidad cuento que mi padre marchó al exilio a la URSS en 1948; también digo que mi abuelo era un republicano fusilado en los barrancos de Tenerife. La vida de una familia es sólo una mediocre novela. Yo intento vivir una novela mejor.

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⏰ Última actualización: Sep 05, 2015 ⏰

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