Capítulo 16

5 0 0
                                    

C:
Madre no sabe ser Penelope. Madre teje y teje en su bastidor. Madre cala manteles, sábanas,  adornos de mesa. Madre teje pero en ningún caso lo hace para aguardar a mi padre, para tejer su historia, para engañar pretendientes.
Madre teje solicitará y luego va a Santa Cruz a ganarse unas pesetas. Teje y teje, pero sus calados no guardan palabras como memoria, tiempo, viaje.  Cuando madre teje las palabras son terrenales, inmediatas: gofio,  papas, caballas, plátanos.  Madre no conoce a los clásicos: no conoce la espera; su único tiempo es el presente cuando cala y cala.
A madre la miran en el pueblo. La espían.  La vigilan con abulia. Las cartas de padre no llegan; el dinero de padre no llega. Pero padre sigue estando, y en las noches madre se estremece imaginando que él, o cualquier pescador, o cualquier medianero, o el maestro, la aprieta contra una pared, contra las tapias del cementerio, contra el tronco blando de los plátanos, y la embiste y la tensa y la hace crepitar. Y madre odia. Odia sus manos. Odia a padre. Odia a los hombres del pueblo.  Odia. Odia.
Madre  cala. Madre imagina. Madre no sabe ser Penelope.

D:

<<Nos iremos a Madrid, tú y yo. Tus hermanos quieren quedarse aquí trabajando en las fincas, y si tu padre vuelve a Tenerife no quiero que me encuentre. Nos iremos tú  y yo >>, dice madre y yo pienso que Madrid es una ciudad con solo dos voces.

E:
En el velero, padre descubre que tiene piojos, unos piojos blancos, casi transparentes.
En el velero todos tienen piojos.
Un barbero de La Gomera que también ha escapado con ellos los afeita uno por uno.
Luego el sol les quema el cráneo.
Padre se toca y siente la piel herida por el calor; llena de llagas; llena de peladuras que parecen letras.

F:

Sueño que un piojo inmenso recorre la habitación y comienza a roer mis libros hasta que logra robarse de ellos las vocales exactas que hacen que cada palabra se distinga de las otras.

G:
Madre ya no hace calados. Ahora, en Madrid,  trabaja en la mercería y le han subido él sueldo. Estamos contentas; damos un paseo largo y yo me rasco la cabeza varias veces.
Al volver a casa madre revisa mis cabellos. <<Tienes piojos>>, dice.
No le confieso que al principio me produce alegría saber la noticia. Luego me decepcionó al ver que no son piojos blancos como los de mi padre. Que no son un regalo suyo lo que camina por mi cabeza.

ARENA NEGRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora