Leander Ross I

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Una vez dentro del inmenso avión, quién sería el responsable de transportarme hacia Japón, comencé, a medida que lentamente me desplazaba por el estrecho pasillo <<cubierto por una alfombra azul que parecía no tener principio ni final alguno>> a relojear los números que se encontraban plasmados en una especie de plástico, ubicados encima de los finos y cómodos asientos, en búsqueda del "A-5". Mientras me desplazaba, mi cabeza parecía fruncir el ceño, me irritaba la posibilidad de que éste se encuentre al final del pasillo, ya que, si es que mi vejiga decidiera jugarme una mala pasada en el avión, tendría que desplazarme de un extremo al otro (los baños se encuentran cerca de la entrada). De todas formas, analicé posibles alternativas: Podría simular un leve mareo, por lo que le pediría a las azafatas (quienes vestían trajes ajustados, que remarcaban las cinturas y sus glúteos) que me ubiquen en un asiento cercano al baño, así tendría un acceso más rápido a estos. Pero luego pensé en las personas que deberían tomar mi odioso lugar y una sensación de injusticia desgarró mi corazón. Por lo que continué, por momentos, mirando el arrugado papel que se encuentra en mi mano derecha, donde puntualmente dice el número de asiento que corresponde a mí, ya pagado, boleto. La clase económica nunca fue mi preferida -pensé estúpidamente, simplemente quería que mi cabeza supiera que también odiaba los asientos del fondo- pero la carta parecía muy seria, así que me tendré que conformar con ésta desgracia. Quejándome a través de la mirada, con desganado y lento paso en dirección a mi asiento, seguido de leves insultos (que se escuchaban por lo bajo) de las personas que se encontraban detrás mío, logré observar el ansiado "A-5", quién se ubicaba encima de los asientos pertenecientes a la mitad del avión. Me abordó una pasajera calma, al igual que un soleado sábado en la vida del adolescente contemporáneo. Si me importara una minúscula parte de la opinión pública, las miradas indiferentes que los pasajeros, ubicados en los alrededores de mi asiento, insertaban sobre mi rostro, me hubieran destrozado. Pero, al igual que un adicto al tabaco, luego de visitar a su médico de urgencia y que éste claramente le marque en su receta "Dejar de consumir Cigarrillos", ignora la cara sugerencia y se dirige moribundamente hacia el primer mercado <<de aspecto sucio, desgastado>> en búsqueda de su, tan preciada, caja de 20 municiones, sus miradas me eran indiferentes, de hecho, alimentaban la posibilidad de que me señalen como una persona destacada en el avión y fue por esa sensación que plenamente sonreía ante su intento de incomodarme.

El avión tardará, aproximadamente, unas 4 horas en posar sus pequeñas ruedas sobre el perfecto asfalto de la ruta de aterrizaje. Por lo que me tomaré la molestia de contarles acerca de mí. Mi vida era antipática, nunca busqué un fundamento que pudiera explicar la teoría de mi amplia relación con otros niños, vivía en una esfera, rodeado de cariño ajeno e intentos de tiernas miradas, no creía en aquellos fragmentos tomados de cuentos con un final feliz; "La observó a sus delicados y preciosos ojos, los cuales resplandecían igual que una gema, y supo que debía estar a su lado el resto de sus días". Hasta que una tarde (recuerdo que fue en un maltrecho Abril, yo tenía 22 años), estaba mirando fijamente a la calle, cuando el viento comenzaba a gemir fuertemente a mis espaldas; yo me encontraba sentimentalmente vulnerable, (había perdido a mí, en ese entonces, novia una semana atrás, culpa de mi torpeza pesimista y sospechosa)y me volteé al igual que en una película de romance, y lo primero que observé fueron sus mejillas: comenzaban con una tonalidad rojiza e irradiaban una cálida sensación de completa comodidad con su cuerpo, parecían calcadas del mismo sol; no logro recordar otro rasgo de su rostro -Pensé-, pero sí recuerdo completamente su vestimenta: Examiné principalmente su grisáceo tapado italiano (jamás se me confundiría con el origen de un diseño tan elegante) que cubría sus simétricos hombros, como si estuviese ocultando algún rasgo peculiar de su figura, pero mi detallista vista me permitió observar su blanca camisa (desabrochada en los primeros 3 botones); a medida que continuaba atisbando su persona, me percataba de que su cuerpo se estrechaba justo en la mitad y, a partir de su cintura, volvía a ensancharse; yo con mis manos trazaba líneas tan perfectas sobre él, que por momentos los confundía con una poesía de Shakespeare, y miraba a mi alrededor en busca de alguna respuesta ante una imagen tan exquisita (aun sabiendo que no encontraría más que simple vulgaridad); ¿Qué decir de sus piernas? Simulaban ser estrellas eróticas, firmes, lisas, marcadas por un umbral eterno y perfeccionista; las observé quién sabe por cuánto tiempo y mis ojos se hicieron un nudo en su presencia, mientras imaginaba el sabor de su piel, mi boca no dejaba de aguarse por dentro (estuve, fácilmente, una hora tragando saliva), mi nariz mezclaba fragancias, en busca de aquel aroma que se desprendía de su cuerpo; eran extraordinarias, existía un abismo entre las extremidades de una mujer promedio y las, por mi deseadas, piernas de ésta extraña apariencia femenina, terminadas por una perfección equilibrista tal como esos bellos pies, quienes vestían unos oscuros zapatos (que casualmente combinaban con su maquillaje). Observaba como su cadera se meneaba de un lado hacia el otro, y al mismo tiempo comencé a necesitar de su presencia, me sentía como un preso de libertad, un rey sin su palacio, un artista sin su imaginación, un francés sin su cultura, un sol sin madrugada y una noche sin Fernet*. La perseguí, con movimientos tan veloces como los de una tortuga, hacia una florería. Recuerdo que caminé en círculos (aproximadamente) veinticinco minutos, ingeniando una excusa para mi inoportuno arribo al local. Mi cabeza contaba dieciséis distintas ideas rechazadas, parecían calcadas de un libro o robadas de una película pirata (la diferencia entre las películas piratas y las originales es simple, en "Titánic" original se hunde el barco con sus tripulantes, mientras que en la versión pirata se hunde el barco, sus tripulantes y la traducción mal formulada). Pero até mis emociones a una posible solución y, sin pensarlo dos veces, empujé suavemente la puerta que contenía el desgastado cartel (que apuntaba hacia la calle con la palabra "Abierto").
-Buenas tardes caballero -Presté atención a su forma de pronunciar el dígrafo "ll" en la terminación de "caballero"- ¿Qué desea? -Agregó-
-Verá -Dije mientras señalaba una estantería-, necesito decoraciones para mi nuevo hogar y estaba pensando en algunas plantas ¿Cuál cree que sea la opción correcta?
- Así que entusiasta de la decoración ¿Eh? -Pronunció con tono cómico y luego mostró una leve carcajada- Podría utilizar éstos -Expresó, mientras sostenía con sus pequeñas manos un ramo de Tulipanes- Son hermosos...
- Tulipanes -Interrumpí la terminación de su frase- Son hermosos Tulipanes ¿Verdad, Señorita...?.
-Anabela, Anabela Santaella es mi nombre. Y sí, lo son -Afirmó, con cara de sorprendida mi pregunta. Dejó los Tulipanes y en su lugar tomó otro ramo, completamente al azar, mientras observaba mi cara- Podría también utilizar éstas...
-Peonias -Nuevamente la interrumpí- Un gusto Anabela, mi nombre es Leander Ross.
-Sí, Peonias. Se nota que su novia y usted comparten gustos por las flores -Dijo mientras caminaba hacia el mostrador-

AnacronismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora