Leander Ross II

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Las luces eran tenues <<casi apagadas>>, el mantel, que se encargaba de cubrir la mesa y con ella las piernas de la hermosa mujer frente a mí, constaba de un color carmesí; que se dilataba eternamente hasta formar un efecto residual en la retina de mis ojos; dos deslumbrantes copas de vidrio, cuyo interior contenía un vino rosado de alta calidad. Nuestra ubicación era tan particular que nos daba la impresión de ser invisibles ante los ojos de los mozos; sin embargo, bastó un simple movimiento de manos para que el más cercano nos atendiera. Es raro que me encuentre sorprendido ante una acción obligada (en un restaurante de ésta categoría), pero fue tan reconfortante oír "¿Qué van a cenar?" que reí a carcajadas luego de explicitar "Arroz, piña y camarones para los dos". Y nuevamente desaparecimos de la faz de la tierra, llegue al límite de pensar que, de hecho, nunca existimos; jamás la invité a una cita, nunca pedí una reservación, por ende tampoco nos atendieron. En cambio ella y yo nos conocíamos de toda la vida, el amor fue el capitán encargado de guiar este barco llamado destino, por las turbias aguas de la soledad. Pero no era así, desgraciadamente había pasado un día desde nuestro primer encuentro.
Durante los minutos que injustamente tardaron en servirnos la cena, contemplé cada rasgo de su figura; tenía una cicatriz alojada en el cuello, comenzaba en forma de "L" y se mimetizaba<<cual camaleón>> con su piel hasta desaparecer, su característico cuello se notaba firme pero esquelético; bien podría soportar millones de toneladas sobre su cabeza, más su garganta parecía marcada a fuego (podría reconocerla a ciudades de distancia). Sus orejas simulaban tener vida propia (me animaría a decir que tenían incluso más personalidad que ella), una curva elíptica remarcaba la figura circunstancial de las mismas. Sería un pecado si dejara de lado un detalle importante: mis ojos cada aproximadamente 3 segundos miraban los finos dedos de ella, terminados por uñas desgarradoras, que asemejaban garras de predador, pintadas con un color opaco y viejo. Iba a comentar acerca de su elegancia, pero me interrumpió un caballero uniformado: El chef manda a decir que es un regalo --Dijo, mirándome firmemente a los ojos, con una falsa sonrisa en su rostro--. Disculpe la tardanza -agregó, y luego desplazó un fino vino desde sus brazos hasta el centro de la mesa. Con una amplia experiencia en esta delicada bebida, no necesité de esfuerzo para abrir la misma; luego serví las dos copas.
                  -Deberíamos estar agradecidos. -pronuncié irónicamente la terminación de "agradecidos"-
-Ross --dijo con tono sutil, bajando la vista--, nos la estamos pasando bien ¿No es así?
                  -Pues sí. Es una mujer muy interesante, si me permite.
                  -¿Interesante? ¿Yo? -preguntó burlonamente.
                  -Sí, usted. -corroboré.
                  -Me sonroja con sus comentarios.
                  -Eso porque aún no atestiguó mi arte en la cocina -explicité al mismo tiempo que sonreía.
                  -Dudo mucho que sea mejor que la mía -también sonrió.

Recurrimos a una breve pausa para beber de nuestras copas. Al vino no le importó mucho el estrecho tamaño de mi garganta, fieramente irrumpió en la misma; dilaté ese momento dando pequeños sorbos. Hablamos de sus adicciones: Hizo énfasis en una cabaña de la que es poseedora, ubicada en una hermosa montaña a 30 KM de la ciudad y a la cuál visita diariamente. Prometimos ir juntos en alguna ocasión. Cambie por completo el giro de la conversación cuando pregunté el porqué de llamarme Ross, respondió con otra pregunta: "¿Cuántas mujeres te llaman así?".
Tenía razón, entre todas las relaciones que tuve, entre el alto número de mujeres que visitaron mi cama, jamás me llamaron "Ross". Asentí con la cabeza reconociendo su triunfo. No quería investigar mucho más allá de esa respuesta, por lo que enfoqué nuevamente la conversación hacia otros senderos, en busca de respuestas a los problemas que aquejaba mi mente:
                  -Por cierto, Anabela --interrumpí la conversación--. ¿Qué edad tiene?
                  -La suficiente como para reconocer las virtudes de las personas -se notaba seria.

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