#2: Mensajitos

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Ese fin de semana estaba totalmente aburrido. Los chicos no habían planeado ninguna salida-cosa rara en ellos-así que me quedaría en mi casa. Sin nada que hacer, volví a conectarme y abrí mi perfil de Facebook. En el ícono de las notificaciones había un punto rojo con el número cinco. Estaba a punto de hacer click en él, cuando el inconfundible sonido que hace la computadora cuando llega un mensaje sonó. Abrí la bandeja de los mensajes y leí:

“¡Holis!, ¿cómo estás? =D”

¿Esa chica acababa de mandarme un mensaje? Bueno, a pesar de que prefiero hablar frente a frente con las personas, decidí responder. Además eso era lo correcto.

“Hola Cami. Bien, ¿vos?”

Apenas verifiqué que mi mensaje le había llegado, dejé la computadora un rato y me concentré en el libro que acababa de agarrar. Me fascinaba leer, pero no era esa clase de lector que lee un libro de trescientas páginas en dos días. Una vez lo intenté, pero eso no le hizo ningún bien a mis ojos. Fue todo lo contrario.

Un nuevo mensaje llegó. Me tomé un minuto para abrirlo.

“Todo bien, bien. ¿Qué hacías?”

Mis dedos se movieron con agilidad sobre el teclado.

“Leía. ¿Y vos?”

Medité acerca de mi mensaje y descubrí que sonaba algo cortante. Pero ya lo había enviado.

El punto rojo con un número uno volvió a aparecer sobre el ícono de mensajes.

“¿Te gusta leer? ¡OMG! =0”

“A mí me fascina”.

¡Al fin! Ya era hora de que encontrara a otro lector. En mi clase nadie leía-excepto los intelectuales-, lo consideraban como una conducta de ñoños. Como sea, era bueno hablar con alguien que entendiera mi gusto por los libros.

“¿Posta? Buenísimo”.

“Es genial encontrar a una lectora, somos una especie en extinción”.

Era un pésimo chiste. Pero me encantaba hacérselo a los pocos lectores que conocía. A fin de cuentas, solamente nosotros lo entendíamos.

“Jajajajajajajaaja, que tarado”.

“Pero es la verdad =P”

Con tan sólo escribiendo, Camila me reveló una característica de su personalidad: le encantaba usar emoticonos. Pero en realidad, ¿a quién no? Aunque algunos los usan más que otros.

“Es que es así, hay pocos chicos que leen”

Camila tardó varios minutos en responder. No me molestaba para nada, al contrario, me gustaba que se tomara su tiempo. Pero el mensaje no llegó sino después de treinta minutos más tarde.

“Sí, ¿pero te diste cuenta de que ahora se ha puesto de moda leer?

Osea, ¿qué onda? Leen tres hojas y ya se creen lectores”.

Era exactamente lo que yo pensaba. Sí, capaz había pocos lectores en la escuela, pero los demás que se consideraban lectores ni siquiera habían leído un buen libro y ya se consideraban como tal.

Comenzaba a aburrirme, así que estaba a punto de decirle a Camila que me desconectaría. Pero otro mensaje llegó.

“¿Me pasas tu celu Martín?”

No estaba muy seguro. Una cosa era decir cómo aparecías en el face, y otra muy distinta era dar tu número de teléfono. Pero accedí. Nunca supe bien el por qué dije que sí, y ni siquiera se me cruzó por la cabeza que el darle mi número telefónico a Camila mi vida cambiaría totalmente. Osea, en mi situación, ¿quién lo hubiera previsto?

“Sí, está en mi perfil, búscalo y avísame cuando lo agendés, ¿ok?”

Seleccioné el botón de Salir y me desconecté. Sin embargo, me sentí culpable por no haberme despedido de Camila, pero de seguro ella me escribiría un mensaje, ya que agendó mi número. Como sea, esa charla virtual no había sido para nada espantosa, al contrario, me pareció interesante. Esa era mi primera charla larga por Facebook, las anteriores siempre duraban re poco. Y ahora, una chica había cambiado eso.

1000 Whatsapps y después te amoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora