Los días transcurrieron mientras Fabianne salía de su casa cada día después de haber desayunado con sus padres y se aventuraba a Grossert Hall, en donde pasaba todo el día hasta después de la comida, cuando tenía que retirarse y regresar a su casa para descansar a la espera de un nuevo día en el que podría regresar a la enorme casa de relucientes paredes blancas y extensos jardines en donde habitaban almas cariñosas, gentiles y abiertas que siempre parecían agradecidos de contar con su presencia. Su amistad con Charlotte era una verdadera y poderosa relación que fue creciendo día a día. Las damas pasaban el rato caminando por los jardines, leyendo dentro de la recámara de Charlotte o hasta tocando el piano y cantando juntas. La señorita McBerry pasaba casi todo el tiempo junto a Charlotte, pero apreciaba los pequeños y escasos momentos en los que ayudaba a Norah recolectando frutos maduros del jardín o conversaba con Jane mientras bordaba. Pero sus momentos favoritos eran los que pasaba al lado del señor Russellton en su biblioteca, los cuales eran los más escasos. El señor Russellton era, ante sus ojos, un hombre muy interesante y sabio, pues le hablaba de negocios todo el tiempo.
-Es verdaderamente raro que una joven se interese tanto por un tema reservado para los caballeros. Pero es que hay algo especial en usted, mi querida señorita McBerry, que hace que me vea obligado a seguir hablando con usted de negocios, pues parece entenderlos muy bien. En mi opinión es una dama muy astuta, estoy seguro de que si las mujeres pudieran participar en los negocios, usted ya sería dueña de una gran fortuna que habría hecho por sí misma.
Y es que al tener 4 hijas, el señor Russellton había empezado a cambiar levemente su manera de pensar, pues deseaba que hubiera más oportunidades de trabajo para ellas, de que ellas se pudieran algún día dedicar a lo que tanto le había apasionado en su juventud. La verdad es que él no podía soportar la idea de que algún día vería a sus hermosas hijas casadas y lejos de casa, lejos de él. Los negocios eran realmente su afición, pues había dedicado a ellos toda su vida, rechazando las propuestas de su familia para convertirse en clérigo. Era así, pues, toda una satisfacción ver con qué interés la señorita Fabianne lo buscaba para escucharlo hablar de este tema, pues en realidad nadie nunca iba a visitarlo y mucho menos para hablar de negocios. Lamentablemente y por cosas del destino, todos los caballeros a los que llamaba sus amigos ya habían muerto o se encontraban terriblemente enfermos como para salir de casa.
Y así fue como, llevada por la curiosidad de descubrir un tema que supuestamente estaba reservado para los hombres, la señorita McBerry se volvió una joven experta en el tema y ya casi nada (a excepción de Charlotte) lograba apartar su mente de los negocios.
Por otro lado, pasar todo el día en Grossert Hall durante varios meses hizo que la demás gente del pueblo no llegara a conocerla completamente, quienes al no tener su presencia clara en la mente, la olvidaron. Cualquier persona que fuera a visitar Reynallds Abbey no lograba encontrarla o la encontraba inmersa en sus pensamientos, sin hacer mucho caso del mundo que la rodeaba.
Todos sabían que pensaba, pensaba y reflexionaba profundamente, pero nadie tenía la menor idea de en qué. Ella nunca parecía mostrarse muy interesada en los negocios mientras no se encontraba con el señor Russellton, pues sabía que si la sociedad se enteraba, su familia perdería su orgullo y ya no sería respetada por el pueblo.
Pero un día su rutina cambió repentinamente. La señorita McBerry iba caminando por las calles del pueblo bajo un nublado y grisáceo cielo de camino a Grossert Hall. Era un día perfectamente normal, hasta que una figura se cruzó en su camino. Era un hombre alto y de cabello castaño que caminaba con orgullo y tenía un gesto burlón en su mirada. Era el señor Dante, Bartroll, quien había desaparecido de la mente de la joven durante un mes. De repente los negocios parecieron borrarse totalmente de la ocupada mente de Fabianne, y el vacío que éstos habían dejado era ocupado una vez más por el inestable caballero. Fue entonces cuando notó que el señor Bartroll iba acercándose lentamente a donde ella se encontraba, y dentro de la joven empezó a surgir la duda de qué motivo era aquel que había sacado al molesto caballero de su hogar.
-Pero si es el señor Bartroll!- Dijo Fabianne con un tono de sorpresa fingido en su voz. -Qué extraño motivo lo trae por aquí, señor?
-Nada más y nada menos que las ganas de hacer una rápida visita a una vieja e íntima amiga. Seguro estará usted al tanto de que no me permito salir de mi casa demasiado, sólo lo hago cuando me hes absolutamente necesario. Mi razón principal es la de cuidar mi salud, la cual es muy frágil en ésta época del año y requiere de cuidados muy específicos y bien elaborados.
-Pues la verdad no estaba al tanto, pero me he dado cuenta de su ausencia en los caminos, pues salgo a diario.- Contestó Fabianne.
El señor no contestó nada y los dos se quedaron callados por un momento, sin saber cómo proceder. La señorita Fabianne no dejaba de pensar en el nivel de orgullo del señor Bartroll al hablar de su salud, mientras que éste no podía sacar de su cabeza aquellos finos y penetrantes ojos femeninos que parecían intentar juzgarlo o analizarlo y que de alguna manera lograban ver a través de su alma.
Por fin el caballero se armó de valor y dijo
- Me permitiría, señorita McBerry, honrarme con su agradable compañía durante esta visita?
La señorita McBerry se llevó una gran sorpresa al escuchar aquella frase salida de los labios del señor Bartroll, sin ni una pizca de orgullo o arrogancia. Parecía que el caballero se había transformado completamente, en menos de 5 minutos se había vuelto un hombre nuevo y diferente , un caballero tan amable y escrupulosos que hasta era admirable. Sus palabras parecían estar llenas de sincera simpatía y aparentaba ser un hombre que Fabianne no conocía ni había visto jamás.
-Pero señor. no se molestará su amiga con mi presencia, considerando que es una amiga muy cercana para usted?- Contestó Fabianne con un tono tranquilo, atento y hasta dulce. Un tono requerido por la increíble ocasión de ver al señor Bartroll con un comportamiento irreprochable y espectacular.
-Para nada!- Dijo el amable y carismático señor Bartroll, feliz y sorprendido de oír la disposición de la señorita. - Mi queridísima amiga, la amable y cálida señora Graslick, siempre se siente halagada de recibir nuevos invitados. Le ruego que no dude más en acompañarme, pues le prometo que no se arrepentirá.
Entonces el señor Bartroll le ofreció su brazo a la joven dama, el cual ella aceptó, y así empezaron a caminar juntos por la vereda mientras conversaban y reían alegremente, como si fueran amigos cercanos que se agradaban y se conocían de años. Cualquier persona que los viera admitiría que se parecían estar hechos el uno para el otro, pues se entendían extraordinariamente bien y parecían regocijarse con la presencia del otro a su lado.
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