Las cartas empezaron a llegar alrededor de Enero. Una vez que las fiestas decembrinas hubieran pasado. Pero su presencia en la casa se hizo notoria desde que la primera misiva fue entregada.
El ambiente, que siempre había sido ausente y desolado en Sunglare Park, se lleno de luz. Pues era la alegría de Philomena la que transformaba las habitaciones.Dante nunca llegó a encontrarse con una sola carta abandonada. Olvidada en algún lugar visible sin que la dama estuviera cuidándola. Sin embargo, no necesitaba escrutinar los manuscritos para saber a ciencia cierta de quién se trataba.
Mi querido Joseph,
Empezaba Philomena. Sentada a la tenue luz de una vela sobre el pequeño escritorio en su habitación. Escribía así cada noche, religiosamente.
Me alegra saber que estás bien. Espero con ansias el día de nuestro encuentro. Han pasado tantos meses desde tu partida que apenas recuerdo aquella dulce sensación de estar sentada a tu lado. Sin embargo tu voz, tu voz es algo que por siempre perdura en mi mente. Una melodía que no podría olvidar jamás.
Es una pena para Inglaterra que las colonias estén ya perdidas. Pero a mí me causa alegría saber que pronto volverás. Rezo cada noche por que te encuentres sano y salvo.
Siempre tuya,
Philomena BartrollAl día siguiente habría de caminar sola hasta el pueblo para entregar la carta que iría dedicada a un territorio muy lejano. Un continente distante, a kilómetros de allí.
Siempre podía ir a caballo o pedir que le prepararan un coche. Pero la sensación del aire fresco sobre sus mejillas, la humedad del bosque que separaba Sunglare del resto del pueblo, la hacían olvidar todo lo que hasta entonces había esperado. La hacían soñar, por tan sólo un efímero instante, que iba en camino a ver a su amado para tomar el té.Hundida en sus más deliciosos sueños, la joven Philomena que había esperado ya 5 años desde el reclutamiento de Joseph esperaba una semana entera hasta que la siguiente carta volviera a llegar.
Mi muy amada Philomena,
Soy el hombre más feliz del mundo sabiendo que me has esperado durante tanto tiempo. Te ruego disculpes, señora mía, mi tardanza. Pues no puedo más que alardear tu magnífica paciencia femenina y sincera.
Después de tanto tiempo, por fin la guerra está por acabarse.Los colonos nos gan obligado a retroceder cada vez más, y muchos compañeros ya fueron mandados de regreso a Europa. Actualmente nos movemos hacia Yorktown para reforzar la guardia. Pero ya es prácticamente el único territorio bajo nuestro poder.
Pero qué gran derrota ha sido para nuestra querida Inglaterra. Me entistece pensar en las muchas vidas que se han cobrado y las riquezas perdidas.Me invaden pensamientos tan oscuros y fúnebres cada noche antes de dormir. Pero entonces recuerdo, hermosa Philomena, tu nombre. Y logro conciliar el sueño en paz. La guerra ha dejado una profunda herida en mi corazón. Una marca que sólo podrá sanar con el elixir de tu amor.
Sinceramente,
Joseph StongrillLa guerra para someter a las 13 colonias entraba en su clímax cando Joseph Stongrill, un soldado hijo de una rica e knfluyente familia, había sido llamado a enlistarse.
Philomena lo había conocido sólo dos años atrás, en la fiesta navideña de jn condado cercano (donde vivían los Stongrill). He incluso hasta el día de hoy la señorita Bartroll podría afirmar que, desde el primer momento en que lo miró, supo que Joseph era el indicado.
Su carácter sobrio y abnegado. Su sonrisa tranquila. Su alma cálida y siempre en paz. Para haber recibido una instrucción militar no parecía en absoluto agresivo.
Tal vez es un poco serio, pensaba Phillmena. Pero no es nada que no se pueda alegrar con una plática ligera.
Así pasaron los meses y era cada vez más frecuente observar al cabllero haciéndose presente en el pueblo. Siempre tenía planeada una ocación especial, una coincidencia para encontrarse con tan carismática y parlanchina heredera. Aquella que lo había cautivado.
De cabello oscuro y tez morena, bronceada por los entrenamientos bajo el sol, el señor Stongrill era en realidad muy apuesto. Y con tan entrañable carácter, Philomena no tardó en caer completamente enamorada de él.
Pasaron dos años visitándose en cualquier oportunidad, por más minuscula que pareciera. Para entonces Phillmena ya era una mujer de 22 años, en la flor de su juventud y lista para casarse. La pareja decidió comprometerse. Pero tan sólo unos meses después estalló la guerra en las colonias, poyadas por el ejército francés. Robando la felicidad del corazón de ambos jovenes, quienes aseguraban mantener su relación aún si eran separados por océanos enteros.
Con el tiempo y las complicaciones en el frente, las cartas de Joseph Stongrill se hicieron más escasas y tardaban demasiado en llegar. Pocas eran las cosas agradables que aun le quedaban por decir, pues a su alrededor sólo se mostraba la muerte y la tristeza. Cada vez las cuartillas se hacían menos.
Pero al estar la guerra cada vez más cerca de su fin y con el corazón contento al poder escuchar aún las respuestas de su fiel amada, Joseph Stongrill se decidió a ser más constante en sus cartas pasada navidad.
Durante los siguientes meses, la correspondencia no sufrió alteraciones. Y entonces llegó Marzo.
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