Después de haberse despedido de los McBerry, el señor Dante Bartroll montó en su caballo y se alejó por el camino que cruzaba el bosque hacia el centro del pueblo. A su paso, les devolvió el saludo a las pocas personas que, aún sabiendo de su carácter petulante, intentaban acercarse. Sin embargo, no parecía estar realmente presente en su conversación, y guiaba al caballo de manera inconsciente, habiendo repasado ya aquel camino tantas veces como para recorrerlo incluso con los ojos cerrados.
Fabianne, era todo lo que se repetía en su mente, una y otra vez. Sin cesar. Sin detenerse ante cualquier otro comentario. Sin intentar escuchar cualquier otra voz más que la de su consciencia. Fabianne.
¿Qué es Fabianne?, se cuestionaba en profunda meditación. ¿Qué sé acaso yo de ella? Absolutamente nada. Y aún así, pareciera que lo entiendo todo. O tal vez es que no puedo entender por qué todo parece tan cálido cuando está cerca de ella.
Aún había una extraña sensación de culpabilidad en su pecho por haber entrado sin permiso al cuarto de una dama. Dante siempre se había considerado el más digno de los caballeros, por lo que no podía permitir que nadie se enterara de la gran falta que junto con el señor Bartroll había cometido. Pero una vez dentro de la habitación, había sentido esa misma calidez que constantemente sentía cuando se acercaba a Fabianne.
Alfo en toda la atmósfera parecía relajarse cuando ella estaba presente. Era una conexión acogedora, un momento en el que Dante podía sentirse completamente libre y seguro. Podía ser quien él quisiera ser sin sentirse juzgado por su acompañante.
Toda aquella paz había invadido al caballero al entrar en el misterioso cuarto de la joven McBerry. Podía incluso imaginar a Fabianne reposando sobre su cama, leyendo a la luz de un ocaso anaranjado que atravesaba la ventana.
Cuanta calidez. Cuánta tranquilidad.
Al llegar a su casa, el señor Dante Bartroll la encontró extrañamente fría. Aún permanecía en su corazón el recuerdo de la habitación de aquella misteriosa dama a la que acababa de visitar.
A excepción de los sirvientes, no había nadie al rededor. Incluso encontrar a Phillomena le resultó más complicado de lo normal. Sin embargo, no podía evitar sentir la necesidad de encontrarla. De verla. De estar cerca de su querida hermana. El único familiar vivo que le quedaba.
"Philomena?" Preguntó el señor Bartroll antes de abrir la puerta de la habitación de su hermana. "Puedo pasar?"
Un momento. Tan sólo un momento de silencio y duda antes de responder. Y durante ese tiempo, Dante Bartroll pudo escuchar el ligero crujido del papel, doblándose.
"No te apures, hermano." Respondió por fin Philomena. "Ya bajo."
Dante, solitariamente sentado en la antesala mientras esperaba a su hermana, se prehuntaba por qué las muejeres tenían siempre algo qué esconderle.
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Hola! Soy Fa, de nuevo por aquí. 😉
Gracias por seguir leyendo!
Disculpen la demora. 😅
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