¿Debería ir?

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-¡Perdón por la tardanza! –Entro en su casa ahogada de tanto correr.

-Erza, querida. –Apareció un hombre mayor de pelo largo blanco y un poco delgado. –Me asustaste, pensé que te podía haber pasado algo.

-No, perdona abuelo. –Así era aquel hombre era el abuelo de Erza por parte de su madre, Rob era un hombre que había pasado mucho por su vida y después de la fatídica muerte de los padres se quedo como tutor legal de su nieta. Era un hombre precavido, listo, muy sobreprotector y sobretodo muy fantasioso, le encantaba imaginarse las cosas y plasmarlas en un cuadro o un libro. Era como el pintor de la familia y de momento el único. –Me entretuve por el camino y después encargue un pastel. –Le sonrió, por como era su abuelo de protector mejor no decir la estupidez que hizo.

-Mi querida nieta avísame por mensaje. –Erza fue a replicar. –Vale sé que no se leer los mensajes todavía pero llamarme si podías. De todas formas la cena ya esta lista cámbiate y baja. Te espero.

-Gracias abuelo, voy como una moto a cambiarme. Entonces empezó a saltar de dos en dos la escalera para irse a su habitación.

-Cada vez te pareces más a tu madre... -Con una sonrisa enternecida fue a preparar la mesa.

A la mañana siguiente en un lugar desconocido.

-¡Levanta pedazo de mierda! –Algo golpeo la puerta desgastada. – ¿¡Donde está mi cerveza!?

Un joven de pelo azul mate se despertaba al escuchar los golpes y varios gritos más.

-¿Aun sigues vivo? –Susurro y se levantó de la incómoda cama y empezó a estirarse. -¡Tu cerveza está en la nevera! –Se vistió con un pantalón pirata y una camiseta de tirantes y empezó a hacer estiramientos. –Uno, dos...

Después de unos minutos, se puso una sudadera y salió de su cuarto.

-Hijo, cuando vuelvas de correr pasa por el supermercado y tráeme otra birra. –Dijo molesto el que parecía el padre del chico. –Es una orden.

-Sí, padre. –Después de mirarlo de arriba abajo y darle asco el que era su padre, salió de una casa destartalada y empezó a correr, son el mismo rumbo que llevaba cada mañana.

La verdad es que era lo único que le quedaba a aquel chico y por eso lo cuidaba a pesar de todas las cosas que fumaba o tomaba para calmar su ansiedad, su tristeza y sobre todo el dolor y lástima que se daba. Era lo único que le pertenecía, porque si se ponía a pensar... su casa era de su padre, el dinero que ganaba luchando en aquel ring era del entrenador que pocas veces le ayudaba, lo que se fumaba era del currante de la calle que lo vendía... nada, aunque lo pagara era suyo y mucha gente le decía "pero si lo pagas con tu dinero es tuyo..." pero entonces él respondía. "Ese dinero está manchado por otra mano que no es la mía."

Demasiado complicado quizá, pero él lo tenía claro. Lo único que era suyo era su cuerpo.

Después de dar esa carrera y comprar lo que le pidió su padre, volvió.

-¡Pedazo de mierda! –El que era su padre ya estaba borracho y le lanzó la botella, cosa que él esquivo sin más y dejo la bebida que había comprado en la mesa.

Entro en su habitación se secó un poco el sudor y se fue directamente al gimnasio.

-Adiós, es pronto pero volveré a la hora de comer o puede que antes. –Al hombre el que le habló solo le respondió lanzándole otra botella que volvió a esquivar con una divina facilidad.

Al entrar en el gimnasio todo el mundo le saludaba hasta que llego a su sitio de trabajo. Enfrente de su saco de boxeo.

Tras cambiarse y ponerse los guantes de boxeo empezó a desahogarse toda su rabia en aquel saco, dándole golpes fuerte y ruidoso, la mayoría que estaba en aquel lugar sintieron la rabia que descargaba el chico de pelo azul mate.

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