29 No es mi culpa

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Yo ya no existía para Destello. Él no podía verme ni yo podía tacarlo. Me encontraba totalmente perplejo por lo que me estaba pasando. Era capaz tolerar la alteración que sufrí al no poder manipular mi propio ser, el no poder trasladarme por mi cuenta ni poder controlar mi invisibilidad. Fue soportable estar prisionero en casa de Oro, encerrado en aquella gran habitación por muchos días, soportable a comparación de sufrir la indiferente de Destello.

—No dejes que te vean así, Luna —escuché la voz de Oro susurrarme—. Si lo permites pensarán que eres frágil. No llores, Luna.

No me importaba si el intruso se atrevía a mirarme con burla, si se reía de mí mal estado, porque después me iba a desquitar con él aunque Oro tratase de impedirlo. Además, era difícil saber si el intruso podía notar mi aflicción, pues Oro me ocultaba en su regazo de la vista de cualquiera.

"Ve con tu protegido", le escuché decir a Oro, y de inmediato una briza revoloteó en el ambiente. Alpha se había ido.

Destello balbuceaba en su cunita, pero sus ojitos le fueron pesando al pasar los minutos hasta quedarse dormido. Era triste ver su mirada curiosa en cada objeto de la casa, ver cómo le sonreía tiernamente a Oro, pero menos a mí. No podía aceptarlo.

Sospechaba, solo podía sospechar de Oro.

— ¿Luna, piensas que soy el culpable, verdad? —dijo Oro al notar mi mirada acusadora.

—Sí —respondí con firmeza—, lo pienso, no lo dudo, estoy totalmente convencido de que es tu culpa.

—No deberías pensarlo, Luna.

—Lo pienso, porque no puedo tocar a Destello como antes nosotros no podíamos...

Oro se rio.

— Lo imaginé. Luna, piensas que es mi culpa porque antes nuestro contacto era imposible, pero ahora sí lo es. Crees que ocurrió un intercambio con Destello. No he hecho nada. Me culpas sin pruebas. Soy totalmente inocente.

—No te creo, Oro, no tengo motivos para creerte. Yo ya no quiero que vengas aquí porque es innecesario que estés dando vueltas a mí alrededor como una cucaracha espantosa. No me agradas para nada, solo me molestas. Deshazlo, Oro, haz que Destello pueda verme y luego nunca de presentes ante mí.

Oro caminó hacia mí e hizo que lo mirara. Su mano recorrió el lado izquierdo de mi rostro, donde estaba el pequeño tatuaje que terminaba enroscándose en mi cuello. Aun no sabía la razón de pequeño tatuaje, pero lo averiguaría en la primera oportunidad.

—El demonio te ha marcado, Luna, tanto física como espiritualmente —él se alejó de mí—. Sabía que algo así tenía que suceder, no precisamente esto, pero sí algo que te afectaría mucho. He estado pensando que esto tiene que ver con el demonio —dijo dando vueltas a mí alrededor—. Destello no te puede ver ni tú puedes tocarlo por culpa del demonio.

¿El demonio? No iba a ser un tonto en creer sus palabras.

—Tonterías, Oro, invéntate una mejor mentira. El demonio duerme en el vientre de la bruja falsa. Él no es capaz de manipular su propia fuerza, además su madre ya no muestra interés en practicar la hechicería. Cómo podría ser la culpa del demonio. Son patraña tuyas.

—No ahora, Luna, me refiero a antes de bloquear a la bruja.

No me sentía con humor de seguir escuchándolo. Las explicaciones eran vanas a menos que me permitiera volver a tocar a Destello y que también pudiera volverme a mirarme. La situación iba a complicar los planes de Destello, pero de todas maneras no me iba a rendir. Continuaría hasta reunirlos sea como sea, aunque Destello no supiera de mi existencia.

UNA ESTRELLA ENAMORADA |1ra parte|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora