2 Dos opciones

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Un día me encontré con un joven de cabellos rubios, ojos grandes y hermosos, piel muy blanca, de contextura delgada. Él era apuesto como ninguno. Ni siquiera recordaba haber visto alguno tan guapo en una de esas revistas donde los chicos salen modelando ropa. Su aspecto era más de tipo extranjero, porque no era común ver a chicos como él caminando por las calles de Lima.

Rubio, con grandes ojos verdes; alguien que no existía. Aquel joven trató de acercarse a mí diciendo que me amaba. Me era imposible de pensar que me había pasado algo como aquello. Desde entonces aquel joven fue una sombra que acaparó mis pensamientos día tras día.

Ese día, el día que lo conocí en la playa, dijo que me amaba, pero yo no pude amarlo. Los días pasaron sin él hasta darme cuenta que mis sentimientos le correspondían. El océano siempre me tranquilizaba, pero desde que desapareció entre sus olas, solo me hacía sentir nostalgia.

Estoy enamorado de alguien que ya no existe... y duele. De ese joven de ojos verdes que no volveré a ver, del que desapareció entre las aguas del mar.

"Estoy enamorado"

Los años pasaron. Conocí a una buena mujer, nos casamos, teníamos una familia de dos, pero que pronto se convertiría en una de tres, porque ella estaba embarazada de nuestro primer hijo. Mi vida se estaba realizando de la manera más natural de todas, pero me sentía infeliz...

"Estas son las olas donde desapareciste, pero...convénceme que fue verdad..." me decía a mí mismo mirando en vano una estrella que siempre brillaba con intensidad entre miles de otras: la más brillante. 

Algunas noches, cuando me dejaba dominar por el sueño luego de una larga jornada de trabajo y con la mente llena de los recuerdos de aquel joven, sentía un tacto sobre mi piel adormecida. Rosaban mis labios muy despacio, jugueteaba con mis cabellos que cubrían mi rostro. El susurro era inconfundible, casi increíble. Esa voz, que me helaba y alteraba los poros de todo mi cuerpo, me agitaba mucho entre sueños. Esas noches, cuando sentía esa briza, mi piel también se estremecía de placer.

La realidad me hacía sentir culpable. Sería la última vez que iría en esa playa. Todas mis culpas, por tener la mente llena de ese joven desconocido, se desvanecerían con el pasar de los días.

"Adiós"

—¿Adiós?¿Es en serio? —escuché a alguien decir con molestia.

Busqué por todos lados, y aunque no vi nadie, esa voz le tenía que pertenecer a alguien, ya que fue real. No aceptaba estar sufriendo un ataque de esquizofrenia. No estaba loco, por eso continúe buscando hasta encontrar al dueño de esa voz. A poca distancia de mí, al fin pude verlo. Era un jovencito de unos quince años de edad. Su cabello, levemente ondeado, era largo. Tenía unos grandes ojos negros, piel morena y contextura delgada. Vestía muy raro, con unas túnicas de color plomo. Parecían sabanas que le cubrían el cuerpo y el cabello, algo confuso para mí. 

—Quién eres. No deberías estar aquí muy tarde, ¡¿Estás perdido?! Dónde vives...

—Cállate, me confundes. No estoy perdido ni nada. Por qué tiene que pasar esto cuando al fin se decide, maldita sea.

—No maldigas, los niños no deberían maldecir.

—No soy un niño, no me trates como si fuera uno, y puedo hablar como yo quiera.

—Está bien, pero dime dónde vives para llevarte a tu casa.

— ¡Te dije que no me trates como si fuera un niño!

­—Está bien, pero dime, ¿necesitas algo?, no sé, como ¿ayuda?

Él empezó a dar vueltas mirándome fijo. Estaba impaciente. Su mirada me examinaba con atención. Se detuvo un momento, suspiró y continuó examinándome.

UNA ESTRELLA ENAMORADA |1ra parte|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora