Año 1797 después del primer choque.
La brillante hoja del puñal amenaza con hundirse en mi cuello al más mínimo movimiento. La frialdad del metal quema mi cuerpo con su simple roce y deja un rastro rosado por donde pasa. Sé que si grito o intento escapar acabaré muerta y es esa certeza tan terrible la que me impide luchar por mi salvación. Dos hombres agarran mis muñecas, me someten con una facilidad exasperante e impiden que pueda huir.
Veo como sus relucientes ojos brillan con la luz de sus propias lámparas. Sus pupilas dilatadas, por el deseo que llena sus retorcidas mentes completamente ennegrecidas por la corrupción que en ellas habita, observan mi cuerpo expuesto ante sus miradas complacidas.
Otros dos hombres se apresuran a forzar mis piernas para lograr separarlas y dejar un hueco para saciar sus impuros deseos. El quinto hombre, el más despreciable de todos ellos, se mantiene sobre mí. Agarra mis caderas entre sus manos y me enviste con todas sus fuerzas desgarrando mi interior de dentro a afuera.
Cierro los ojos con lágrimas cayendo por mis mejillas y empapando la poca ropa que sigue sobre mi piel. No puedo luchar; no puedo gritar. Estoy atrapada entre esas sucias manos que tocan aquello que no debería ser tocado sin permiso. Aquello que antes me hacía pura, ahora demuestra mi carencia de inocencia.
Desesperada y repugnada intento luchar, pero la hoja de hierro se hunde en mi cuello haciendo que la sangre mane. Es doloroso, terrible, desconsolador; no poder defenderme de algo que está mal. Mi interior es destrozado con cada nueva embestida y ni siquiera la herida que llena mi boca de sangre por la intensidad de mi mordida se deja notar ya. La impotencia me abruma y los sentidos se me adormecen sin hacer caso de mi deseo de seguir luchando. Los brazos y las piernas pierden su fuerza y se adormecen apenas dejándome sentirlos. Agotada dejo de luchar y siento como el filo de la daga se aparta dejando de infundirme ese dolor agudo. Una vez satisfecho, el hombre se separa de mí dando paso a otro y este a otro.
Y así, poco a poco, van pasando los cinco. Mi cuerpo ya no me responde. Mi falda, antes blanca, es la prueba de que ahora estoy sucia. Soy impura. Una vulgar prostituta para los guardias.
Los cinco caballeros me sueltan y yo caigo sobre el duro suelo con la ropa desgarrada. Mis mechones pelirrojos caen sobre mi rostro tapándolo y evitando que me vea más miserable. Aprieto los puños con fuerza y ahogo un quejido lastimero en la garganta. No les daré la satisfacción de humillarme aún más.
— No ha estado nada mal para ser tu primera vez, muchacha --escucho que dice el cabecilla.
Las carcajadas de los hombres resuenan en el lugar llenando el ambiente con sus estúpidas risas estridentes. Muerdo mi labio inferior reprimiendo un sollozo y, poco a poco, siento como mi boca se llena de más sangre que mana de ese lugar perforado por mis dientes. ¿Se creen que les voy a dar el gusto de verme llorar? Antes prefiero morir.
— Creo que otro día repetiré —dice uno de ellos—. Espero que la próxima vez seas más amable.
Una nueva carcajada sale de la boca de los hombres y escucho como se alejan satisfechos. Me acurruco en la oscuridad, rogando para que ésta me proteja de las miradas de todo aquél que pase por la cercanía, y envuelvo mis temblorosos hombros intentando reconfortarme a mi misma. He sido ensuciada, humillada, herida, destruida... Un nuevo sollozo se escapa de mis labios y las lágrimas siguen cayendo como una cascada. No puedo aguantar por mucho que lo intente.
Para acabar de rematar mis miserias, la lluvia comienza a hacer acto de presencia. Las frías gotas de agua caen sobre mí intentando borrar todo rastro de lo sucedido hace unos segundos. Pero es imposible, nadie ni nada conseguirá borrar ese recuerdo de mi alma. La humedad entumece aún más los miembros de mi cuerpo y hacen que el frío cale hasta mis huesos. Parece que este es mi final. Desorientada, perdida, olvidada; como un juguete viejo después de ser muy usado carece de valor así soy yo ahora. Un alma sin valor.
Unos pasos resuenan entre las calles y mi cuerpo se estremece al pensar que vuelven a por más. Me acurruco buscando la protección de la que antes he carecido. La protección de las sombras. Desearía que me hubieran matado antes, quizá así no volvería a ser forzada.
Sin embargo, mis pensamientos no se cumplen y doy gracias al cielo por ello. Una figura encapuchada me observa con atención sorprendida por mi estado. Niega con la cabeza y me cubre con su capa para protegerme de la fría lluvia. Es amable, pero en este mundo la amabilidad siempre está condicionada, demasiado para mi gusto.
— ¿Cuál es tu nombre? —pregunta.
Su voz áspera y clara resuena con autoridad. Un sonido jamás captado por mis privilegiados oídos, y lo son, porque cualquier oído que ha podido captar esa voz alguna vez es privilegiado. Un sonido sin igual.
¿Nombre? ¿Tengo un nombre? No. Yo no tengo nombre. No tengo madre o padre que me den uno o, al menos, no lo recuerdo. Inspiro profundamente y mis ojos analizan la oscuridad tras la capucha. Me es imposible ver sus facciones y eso me aterra. Mi voz no desea ser oída y las lágrimas amenazan con volver a correr. ¿Qué debería hacer? ¿Alzar la voz? ¿Hará como aquellos hombres? ¿Intentará someterme contra mi voluntad después de descubrir que soy una oveja perdida, un barco sin rumbo? Debo jugármela para descubrirlo pero ganas no me sobran. Carraspeo y me decido a hablar, tal vez me ayude, aunque luego quiera algo a cambio.
— No tengo —un murmullo es lo único que sale de mi garganta.
— Mmm Eso es un problema, pequeña —susurra.
Da un paso hacia mí y yo retrocedo hasta pegar mi espalda contra la pared. Alza las manos en señal de paz y baja la capucha mostrando una gran sonrisa. Sus facciones son hermosas, no como esos hombres de antes. Sus ojos muestran gentileza y su sonrisa parece amable.
— No te haré nada. Lo prometo —asegura.
¿Debería creerle? Tal vez no, pero algo en su voz me dice que no miente. Algo en sus ojos es diferente a las personas que he visto hoy. Un conocimiento que desconozco habita dentro de este hombre, lo sé, lo presiento.
Dejo que se acerque a mí y con cuidado pasa su mano bajo mis piernas alzándome sin problema alguno. Apoyo mi cabeza en su hombro y soy capaz de escuchar los latidos pausados de su corazón. Al menos, en eso nos parecemos.
Su cálido pecho me tranquiliza dándome algo de calor en esta noche tan fría. Aunque tal vez no debería confiar en alguien tan rápido, menos cuando me ha pasado lo que me ha pasado, no puedo evitarlo. Algo en él no es normal y eso me atrae casi como una polilla hacia la luz. Aún sabiendo que eso siempre acaba con un trágico final.
El hombre se ha vuelto a poner la capucha y me ha envuelto con una manta cubriendo mi cuerpo desnudo. Debe ser un viajero si lleva tanta ropa consigo en un momento tan repentino.
— Necesitas un nombre bonito. Una chica bonita necesita un nombre a su altura —se instaura el silencio entre nosotros hasta que observo entre la penumbra una sonrisa perlada—. Ávalon. ¿Qué te parece?
Siento como los párpados me pesan, y el mantenerme acunada protegiéndome del frió que mi sueño aumente. Me siento tan cansada, como si un hechizo intentará someterme atacando mi punto débil: el sueño.
— ¿Quién sois? —pregunto con las pocas fuerzas que me quedan.
— Orión.
Y con ese nombre resonando en mi cabeza dejo que la oscuridad me arrastre a un lugar donde puede que nunca vuelva a emerger.
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Susurros del Bosque [#1]
Science Fiction> Una chica que no recuerda su pasado y solo ve un futuro oscuro para ella y para los que la acompañan. Un hombre que nadie sabe de dónde ha salido. Un chico que está empeñado en buscar una vida mejor para él y para su hermano. Una exprostituta busc...