Capítulo 3

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Año 1810.

La brisa marina agita sus mechones pelirrojos, antes recogidos cuidadosamente en una larga trenza. El olor a mar siempre le ha proporcionado sentimientos contradictorios, la perturba y, a la vez, la relaja. Despierta el recuerdo de ciertos asuntos que preferiría olvidar y, estar cerca de él, provoca una sensación de nostalgia que es incapaz de entender. Pronto llegarán a Willow Grove y, entonces, el trabajo comenzará.

— Una esplendida mañana. ¿No cree, lady Phoenix?

El hombre que interrumpe sus pensamientos, el amo de ese gran barco, se posiciona a su lado con una taza de café. De reojo, ve como Danyan levanta levemente la mirada hacia ella y luego vuelve su vista a las espadas y cuchillos que está afilando. Todos son conscientes de que, si los reportes que han llegado son ciertos, esas espadas y esos cuchillos deberán estar bien afilados si alguno quiere tener una oportunidad. Las balas no serán suficientes.

— Sin duda es una bonita mañana. Esperemos que siga así —responde la joven volviendo la vista al mar.

— Es usted una doncella interesante Milady —comenta el hombre.

Ávalon escucha como el sonido, que el joven provoca afilando las espadas, se detiene. Solo es un instante, unos segundos, pero no necesita más para advertir al hombre del cuidado que debe tener con sus palabras. Aunque, para torpeza de éste, el Capitán del buque Mileto no entiende esas sutilezas y prosigue.

— No tengo nada de interesante. Soy una dama de lo más común —zanja con rapidez.

— Eso no es lo que el Rey piensa. He oído que nadie sabe muy bien de dónde procedéis. Dicen que Lord Bird os encontró una noche de tormenta y desde entonces le acompañáis a cualquier sitio. Aunque claro, solo son rumores —asegura—. Me sorprende que una dama sea capaz de acompañar a Lord Bird en su trabajo. La guerra no es un lugar para una dama.

La joven no responde de inmediato, traga el insulto que ruega por escapar de su boca y aprieta los puños con fuerza. Por una vez se alegra de llevar guantes, así no se clava las uñas sobre sus palmas. Con más esfuerzo del que podría haber imaginado, logra mostrar una sonrisa tan fría que estremece el cuerpo del hombre.

— Capitán, soy una simple mujer —responde gastando la poca paciencia que le queda—. Y acompaño a mi Señor allá dónde él me necesite. Porque conozco mi deber y me esfuerzo en cumplirlo.

El hombre se queda en silencio un instante que, a vista de Ávalon, es eterno. Después da un largo trago a su jarra de café y sonríe mostrando sus dientes amarillentos.

— Tiene usted mucha razón. Todos en este mundo tenemos responsabilidades —reconoce, y suspira—. Solo espero que, el trabajo que vos y Lord Bird hacen, contribuya a deshacerse de esa escoria, y de los malditos niños fruto de violaciones que procrean.

Avy escucha un gruñido por parte de Danyan y suspira. Es mucha la gente que piensa como el marinero. Y tampoco les falta razón. Aunque solo saben fragmentos de una historia mucho más complicada y posiblemente más tenebrosa. Los niños no tienen culpa de nada. El origen de este mal no es sobrenatural, como muchos creen. Es humano. Pero ya sea por falta de información, por secretismo o por incapacidad para reconocer los propios errores, la verdad parece estar muy lejos de la gente común. Y en su analfabetismo, si se le puede llamar así, culpan a seres que en realidad son solo víctimas.

— Discúlpeme, Capitán. Debo atender unos asuntos —se excusa.

Se acerca al muchacho de ojos azules y cabellera rubia. Parece estar absorto en su trabajo, pero lo cierto es que su atención siempre ha estado sobre la pelirroja. Ávalon sabe bien las razones por las que ese joven parece odiar más a los humanos que a las bestias.

Susurros del Bosque [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora