Capítulo VI

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Una mujer puede ser tan caprichosa como sabía, pero los caprichos duran poco mientras que la sabiduría perdura con los años... Ahora que ya soy vieja tomo con más cuidado las decisiones, nunca he puesto el corazón antes que la razón y es por ello por lo que me encuentro aquí, sin ningún descendiente. Siendo la reina virgen, porque no deseo otra cosa que no sea ser la madre de mi pueblo, tampoco deseo vivir más días que aquellos en los que pueda ver vuestra prosperidad y este es mi único deseo. Pues esto hace que yo me alegre tanto de que Dios me haya hecho el medio por el cual él se vale para velar por vuestra seguridad.

Muchas cosas se comentan sobre mi negación al matrimonio y a no tener descendiente, la verdad es que no hay nada que me impida la unión sexual, y puedo decirlo con toda sinceridad. ¡Vaya que no hay nada que me lo impida!

Hay rumores que se han extendido, porque incluso lord Burghley se vio en la necesidad de escribir al duque de Alençon: «Su Majestad no sufre enfermedad alguna, ni falla de sus facultades físicas en aquellas partes que sirven propiamente a la procreación de los hijos». Dijo él en aquella carta para aclarar las dudas que habían surgido de los rumores que viajan por el mundo.

Nunca me han molestado estos rumores, al menos no demasiado. Jamás les doy importancia ni siquiera me tomo el tiempo de desacreditarlos... Puedo cumplir con la unión sexual como cualquier otra mujer, y solo Dios sabe si tengo el don de dar vida a otro ser. Pues algo que si me ha preocupado durante años, es mi capacidad para procrear, puesto que a mi padre se le dificulto, y más hijos sanos. La única fui yo.

Porque aunque María vivió largo tiempo siempre fue débil y enfermiza. Y ella tampoco logro tener descendiente y, vaya que lo intento... Así que no es que asuma el hecho de que soy estéril pero, podría perder poder en manos de un marido si resulta que no lo puedo compensar con un heredero. Podría incluso perder la cabeza, acusada de adulterio o cualquier otra cosa.

¡Dios me libro de eso!

Ahora todos esperan que nombre a un heredero y muera. Todos tienen claro que moriré siendo la reina virgen, la única Tudor que no se enloqueció con la idea de procrear, la única que ha sido reina y rey a la vez.

Me presionan, pero no sé qué hacer, quizás en mi lecho de muerte tome la decisión. Solo sé que por ahora no quiero al escocés (el hijo de María Estuardo) sentado en mi trono.

Seguiré el resto de los días que me queden haciendo lo que mejor sé hacer, llevando a Inglaterra por el camino correcto. Dándole a mi pueblo la reina que merecen.

A veces es difícil, estoy rodeada de bailarines todo el día, siempre se me oculta información, así que debo estar atenta de lo que ocurre ahí fuera, porque acá dentro

solo hay aduladores mentirosos. Pero no me quejo pues esto es la corte, la verdad no tiene lugar aquí...

Desde hace unos días Robert Cecil me ha estado presionando con la idea de nombrar a mi sucesor, parece que él ya se adelanta a mi muerte. Lleva un tiempo aquí, y jamás será como su padre, pero es eficiente así que tiene mi favor.

―Su Majestad debe ser consciente de las condiciones en las que nos

encontramos―dijo Robert hace unos años atrás―. No es la política correcta― murmuró aquella vez cuando mande a encarcelar a Raleigh.

―Yo adopto las políticas porque es mi reino, yo y nadie más que yo tomo decisiones aquí―le grité, y todo el parlamento quedó en silencio. Soy lo peor que pueden ver cuando me hacen enojar.

Desde hace unos años me he convertido en una mujer muy gritona y orgullosa, no es que no lo fuera antes pero ahora lo soy con más fuerza, años atrás no me molestaba que rieran de mis bromas pero ahora, ya no bromeo. Lo que digo es ley y debe cumplirse, porque soy la reina. Por eso hoy me han traído vino y fruta fresca de Portugal.

Robert es un hombre obediente y eso a mi edad lo aprecio, ya que todos los hombres a los cuales le he concedido el favor me han decepcionado, unos más que otros... Robert Cecil se ha ganado mi confianza, como su padre.

Por lo contrario de otros que se habían ganado mi corazón y aun así no duraron en desobedecerme. Como el conde Essex, aun siento pena por todo lo que paso, pero ningún hombre traiciona a la reina y sale victorioso.

Me resultó penoso darme cuenta que Devereux era un insolente traidor. Le concedí mi favor sin pensarlo dos veces pues era el hijo de conde de Leicester, y solo Dios sabe cuándo significo para mi Rot Dudley. Quizás sea él el único hombre que mereció mi corazón y mi favor, siempre estaba allí para mí, o al menos cuando éramos jóvenes.

Él era guapo, atlético, galante y divertido... Pocas mujeres se resistían a sus encantos varoniles y yo de cierta forma no fui la excepción. De nuestra amistad adolescente surgió un profundo afecto, pero era aquello algo imposible. He cometido los mayores sacrificios jamás hechos, he sacrificado mi vida de mujer por mi reino. Y el gran amor de Dudley, porque si ha existido un hombre que me haya amado de forma desinteresada, ese era él.

Recuerdo su muerte y siento la necesidad de encerrarme en mis aposentos a llorar como lo hice en aquellos días, quizás pronto le vea.

Discutíamos muchas veces, pero él siempre sabía cómo ganarse mi favor de nuevo, sabía exactamente qué decir para hacerme feliz.

―Eres la más bella, Elizabeth― decía cuando éramos jóvenes y jugábamos en el campo.

―Serás la mejor reina que haya tenido Inglaterra―dijo el día de mi coronación.

―Aun sigues siendo la más hermosa, Elizabeth―me dijo una noche, meses después de que sobreviviera a la viruela. Solo él sabía cómo hacerme feliz, solo él preparó su jardín para mí. Y las fiestas de máscaras con actores...

Pero, cumplí mi propósito, permanecer soltera y casada con Inglaterra. No me gusta oír mencionar a mis padres ni hablar de sucesores, y ya todos deberían saberlo. Pero, Robert parece no entenderlo y me presiona cada día más.

Para mí solo existe mi presente, que está constituido por mi poder, gobierno y mi nación.

Por mis pecados secretos límpiame. Por los pecados de los demás, pusiste a tu sierva. Muchos pecados le han sido perdonados porque ella amó demasiado.

YO, ELIZABETHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora