Capítulo VIII

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Hoy no ha sido un día diferente, no he podido ni siquiera salir. Parece que ya a nadie le importa si la reina sale o no, ahora que soy una vieja solo soy una molestia incluso para mí misma. Odio enterarme que hay personas que le han puesto de nombre a sus hijas Elizabeth, en mi honor. Odio mi nombre, porque hay días en los que hasta me odio a mí misma. Mis damas se esfuerzan en divertirme diariamente, vienen animadas a vestirme y llenarme de joyas, como si eso disminuyera mi edad. Antes pensaba que sí, pero solo debo mirarme para darme cuenta que cada día estoy más vieja y llena de arrugas. Nadie puede conservar la belleza ni el buen humor para toda la vida, soy la prueba viviente de eso. Mis cambios de humor y mi depresión se han incrementado, estoy llena de nostalgia y dolor. He sufrido tanto en esta vida, lo que más he amado lo pierdo, lo pierdo sin siquiera conocerle bien, sin siquiera disfrutarlo. Lo único que me queda es la corona, y no por mucho. Pero por lo poco que me quede, seguiré siendo la buena reina Elizabeth, la reina virgen.

Hoy recuerdo que cuando habían pasado mis treinta años de reinado ya me había enfrentado de forma airosa contra España; siempre me he mantenido en el filo de la guerra aunque desde el principio de mi reinado desee no estar en esa situación, jamás imagine que mi negativa al matrimonio me causaría tantos problemas, porque la única razón de las ofensas y los ataques hacia mí son por mi negativa a casarme y por mi condición de mujer y protestante. ¿Por qué es pecado no casarse?, ¿Por qué es pecado ser mujer?

Los años han deteriorado mi cuerpo y mi semblante pero, hasta hace unos pocos años atrás aún seguía siendo deseable para los hombres, quizás no sea belleza, quizás nunca fue belleza. Pero mi energía, poder y mi voluntad siempre les ha fascinado a todos.

Quizás si desde el principio me hubiera mostrado severa con los protestantes, condescendiente con los católicos y admiradora del papa me habría ahorrado muchas dificultades, hubiera sido fácil fingir ser como las demás, pues en mis años de juventud había fingido todo aquello para evitar ser juzgada. Pero decidí no mentir, ser quien realmente soy y por eso se ha generado tanto odio hacia mí. El hecho de haber nacido mujer ya me pone en desventaja, por eso siempre he tenido que ser precavida, porque el sexo siempre será un instrumento que dependiendo de su uso, puede ser un enemigo o un aleado. ¿Me comprenden?

Esa desventaja la he sabido sobrellevar con la cabeza, siempre con cabeza fría y pensando en cada detalle. En una época reine con el corazón y eso fue fatal, después de tener conciencia de aquello comencé a reinar con la cabeza, porque aunque nací mujer, tengo un corazón y una mente de hombre. O mejor aún, tengo el corazón de mi padre y la cabeza de mi madre. Vaya combinación. Una Bolena y un Tudor.

A las mujeres les cuesta entender mis decisiones y mi posición, aun más a los hombres... Mi prima solía bromear con mis supuestos amantes. Debo admitir que era algo relajante, divertirme con sus ocurrencias, a veces me hacían gracia los rumores pero otras veces me hacían hervir la sangre. Ella tenía el poder de saber cuándo podía bromear con aquello sin que yo me enojara, aunque cuando se excedía con las bromas

la miraba con severidad o le daba un golpecito para que me dejara en paz. Esta mañana una de mis damas entro a ayudarme a vestir como siempre, le pedí apretar tanto mi corsé que me costó respirar, pero es que me he hecho gorda con los años.

―Cada día me hago más gorda y vieja.

―Su Majestad no debe sentirme mal, siempre fue muy hermosa.

―No lo sé, quizás nunca lo he sido realmente.

―Su Majestad ha tenido una gran lista de amantes que lo aprueban―dijo una de mis damas soltando una risita.

―Habladurías―solté.

―Ha sido deseaba por muchos hombres.

―No tanto como los que hubiera deseado―bromeé.

―Desde joven fue irresistible para los hombres.

―No lo creo, a veces pienso que es solo mi posición lo que los atrae.

―Podríamos comenzar la larga lista con sir Thomas Seymour...

―Por Dios, jamás habría tenía un romance con aquel idiota―interrumpí, y le di un buen pellizco.

―Puedo seguir por el conde de Leicester, Essex, Walter Raleigh... ―continuó la otra.

―Puede que los haya metido en mis aposentos o incluso en mi cama pero, eso no significa que me hayan sometido por su posesión.

―Pasaréis a la fama como casta, mi reina, incluso virgen.

―Eso deseo, deseo ser conocida como: La reina virgen, la reina que se casó con Inglaterra.

―Mi reina no parece preocuparse por Inglaterra, no como sir Cecil, que paso su vida buscándole marido.

―Pobre sir Cecil, nunca entendió que el único hijo que deseo es mi pueblo.

―Sois vanidosa y arrogante, no pensáis en lo que viene después. Porque no será eterna, Majestad―soltó la muchacha con los ojos llorosos.

― ¡Calla! Eres una grosera, Dios perdone―le dije, en forma de regaño.

―Es cierto, Majestad, nos someterá a un Estuardo. Porque es un Estuardo el que se sentara en su trono después de que muera. Porque se negó a casarse, porque se negó a tener hijos como todo el mundo―dijo, llorando.

―Yo no soy todo el mundo y jamás lo seré... Además ¿Un Estuardo? Jamás, antes prefiero la muerte de mi propia mano.

―Es eso lo que ocurrirá mi señora, cuando la muerte la aceche usted tendrá que ceder y Robert Cecil lo sabe.

―Me has cansado, dejadme sola ―dije dándole un golpecito en su hombro. Siempre estoy rodeada de gente indiscreta, de viejas cotorras que buscan encontrarme en mi habitación con algunos de los que ellos dicen que son mis amantes, desde que tengo uso de razón lo han hecho, Espiarme discretamente.

Pero esa vez, las palabras de la joven me llegaron al corazón. Ella tenía razón, someteré a mi pueblo a la nada, soy la peor reina que puede existir.

YO, ELIZABETHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora