Cada día que despierto el otro lado de la cama esta frío. A veces más, o menos, pero, siempre frío. Es normal si en ese lado no habita nadie, solo mi cuerpo se encuentra cada noche allí, por la mañana apoyo mis codos a la cama y me quedo quieta tan quieta pensando en todo lo que pasa allá fuera. Al menos ya no debo despertar con ese molesto dolor de muelas, ya no tengo dientes.
Recuerdo que aquel dolor era insoportable. Solo basto que el recién obispo de Londres me animara con hechos para que accediera a sacarme la primera muela.
―Se sentirá mejor después de hacerlo Su Majestad―insistía él.
―Si esta tan seguro, quizás sería prudente que tome la iniciativa de hacerlo
primero―grite, y él tuvo que dejarse sacarla una muela. Grito bastante, luego, nunca más me sugirió cosas.
Tenía unos 45 años, era joven. Pero eso da igual ahora, ya no tengo que preocuparme por sentir ese dolor de nuevo aunque a veces aborrezco lo mal que se ve mi cara desde que comencé a perder dientes. Me veo en la obligación de rellenar los huecos con cualquier cosa porque no puedo salir al mundo de esa forma, no con la boca deforme por la ausencia de varias piezas. He dejado de sonreír, aunque mis dientes negros en su momento se convirtieron en una moda por todo el reino ahora incluso a mí me da escalofrió.
En un principio no me molesto que algunos se tiñeran los dientes de negro para simular mi aspecto, no lo vi como un insulto. Ellos solo quieren ser como su reina. Pero, ahora me molesta porque me recuerda lo vieja que estoy, siempre he sido vanidosa y este no es el momento de dejar de serlo, sino todo lo contrario.
Desde 1562 cuando sufrí de viruela he tenido que esforzarme más por verme bien en público, me quedaron algunas marcas en las mejillas, pero marcas fáciles de cubrir. Así que tuve que tomar medidas para darle a mi pueblo la reina que merecen. Fue un cambio drástico, todos estaban acostumbrados a ver a la elegante y natural Elizabeth de 20 años pasear con su cabello rojo y sus mejillas sonrojadas, pero tendrían que conocer a la nueva Elizabeth de casi 30 años... Una que emblanquecía su rostro y pechos, que usaba peluca con rizos y vestidos cada vez más espectaculares, aún tengo algunos nuevos que me fueron regalados hace años.
Los años no pasan en vano, y cada día debo esforzarme más para verme bien. Pero aquí estoy orgullosa y airosa, no sé si eso lo he heredado de los Tudor o de los Bolena, aunque me inclino por los Bolena.
Recuerdo cuando le ofrecía a mi primo el hijo de María Bolena, en su lecho de muerte darle el título de conde de Ormonde, título que pertenece a la familia Bolena pero, él se rehusó, aunque alegando que no lo merecía, quizás lo haya hecho más por orgullo que por modestia.
Orgullosos y vanidosos somos.
La gente comúnmente no habla sobre los Bolena después de lo que sucedió con Ana, yo tampoco lo hago. Jamás menciono palabra alguna sobre ese tema; primero porque era un bebé cuando ocurrió todo aquello, y en segundo lugar porque hablar del tema seria hablar mal de mi padre, y no puedo hacer eso. Aunque desde que entre en la corte comencé a investigar discretamente, hasta que fui coronada y entonces pude concluir con muchas cosas.
Curiosamente me interese de todo aquello cuando era una niña, después de que decapitaran a Jane Parker junto con la esposa de mi padre. Jane había sido la esposa de mi tío George y su testimonio fue clave para que Ana y George fueran ejecutados por incesto y traición.
A sí, no recuerdo si les conté eso, pero, mi madre fue acusada de incesto con su hermano. George y el testimonio de Jane Parker les dio la muerte a los hermanos Bolena, y su amistad con la quinta esposa de mi padre le dio la de ella. Tuvo lo suyo.
Se dice que ella siempre odio a mi madre, incluso cuando ambas participaron en la obra "Château Vert" a ella se le notaba el odio hacia Ana, quien para la época ya era considerada la perfecta.
Ser la reina tiene muchos privilegios, como el privilegio de descubrir que a Jane la consideraban una trastornada. Un joven también llamado George sostuvo por muchos años que ella era «Un esposa embrujada, acusadora de su marido, incluso a la busca de su propia sangre».
Su eventual muerte fue un triunfo de la justicia moral por ser la infame lady Rochford. Solo por celos y envidia, acuso a su esposo y a mi madre de aquel pecado.
Siempre soy prudente con las cosas hago y con algunas que digo, jamás hablo de mi madre con nadie, y vaya que me hubiera gustado conocerla, muchos me acusan de ser igual a ella, pero no sé si eso sea algo positivo o no. Prefiero guardar silencio, porque para muchos después de su muerte se convirtió en una heroína y una mártir, pero para otros sigue siendo una ramera.
Pero, en una corte de tan baja moral, llamar ramera a una mujer es irrelevante.
Al menos a esta edad puedo hacer lo que desee, ya muchos están esperando mi muerte así que les parece irrelevante mis actos, ya no hay más exigencias por parte del parlamento, ya nadie se atreve a exigirme que me case.
―Su Majestad debería considerar casarse― sugirió el parlamento en mis primeros años de reinado―. Su Majestad se encuentra en peligro, no está a salvo hasta que se case y tenga un heredero.
― ¿Con quién me sugieren, Su Alteza? ―pregunté risueña―. ¿Con un español?,
No mejor con un ¿francés? O también podría ser con un miembro de la corte―dije mientras ellos comenzaron al soltar distintos nombres―. Ya que hay muchos candidatos, podría entonces casarme con varios para complacer a todos― solté riendo.
―Su Majestad está hablando de adulterio y de...
―No me casare con ninguno, con ningún candidato. Soy la reina de Inglaterra, nadie me da órdenes ni sugerencias si no he dado el permiso― dije levantándome de mi trono.
Ninguno de ellos era digno de criticarme, menos cuando eran unos pervertidos libertinos. Así que siempre hice mi brío.
Al principio exprese mi voluntad de contraer matrimonio y durante buena parte de jugué hábilmente con las numerosas propuestas que llegaron de las principales potencias europeas. Desde mis 16 años comenzaron a llover las propuestas, he incluso no hace más de unos 10 años atrás tenía aún múltiples proyectos matrimoniales. Eric de Suecia, Enrique III y Enrique IV de Francia, el archiduque Carlos de Austria y el duque de Alençon fueron algunos de mis pretendientes pero ninguna propuesta paso de allí.
Muchos se preguntan el porqué, debo aceptar que me vi tentada en hacerlo, pero todo estaba en contra... Desde niña había asegurado que jamás lo haría. Mi padre se casó seis veces, y aunque no conocí a la mayoría de sus esposas aprendí un par de cosas de sus uniones:
Una mujer puede llegar a ser repudiada durante un matrimonio, el cuello de una reina también puede conocer la espada y las promesas de amor se desvanecen, porque incluso yo prometí cosas que sabía que jamás cumpliría.
Después de aquello, condené el matrimonio porque yo tengo una visión sobria del amor, y pensar que puedo perder la corona a causa de un hombre me produce nauseas.
El parlamento llego a tanto desespero por mi falta de interés que incluso me dieron la oportunidad de casarme con quien deseara, pero ese ofrecimiento había llegado tarde a mi vida, ya mi corazón comenzaba a decepcionarse de todos, era tarde... Muy tarde.
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YO, ELIZABETH
Ficción históricaFui el bebé más deseado por el rey. No era para menos, se suponía que fuese varón, hasta el último momento se suponía que fuese varón. Su majestad solo deseaba tener un hijo porque ya Catalina de Aragón le había dado una niña llamada María, no desea...