Capítulo IX

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«Hay un vidrio que me separa de todos, ellos pueden verme pero no tocarme»―pienso cada vez que estoy en público para poder sentirme segura, serena y proyectar confianza y seguridad. Aquel día no era una experta en esto, así que decidí decir las palabras que me salían del corazón. Y todos se conmovieron al oírme hablar antes de entrar a la Torre:

―Algunos han caído―dije―. De ser príncipes de esta tierra a ser prisioneros. Yo me elevo de ser prisionera de este sitio a ser princesa de esta tierra. Porque lo primero fue por justicia de Dios y este adelanto es obra de su misericordia. Entonces debo yo mostrarme misericordiosa con el hombre y agradecida con Dios―dije para finalizar. Fue un discurso modesto pero sumamente aplaudido por todos los que me oyeron.

Me he puesto a pensar en mi comentario sobre el encarcelamiento que sufrí, y claro sobre la misericordia de Dios que me ha conducido desde las penurias hasta la grandeza. Recuerdo cuando entre prisionera en la Torre a través de la puerta de los Traidores, preguntándome cuándo sería llevada a la Torre Verde, como antes le había pasado a Bolena, seria obligada a poner la cabeza en el tajo al igual que ella. Estaba yo ahí tan joven esperando esa muerte inminente. Pero supere todo aquello con la ayuda de Dios; salí de la sombra para volver como señora de todos y de cuanto existía en este país.

―De modo que al fin llegó al trono sana y salva―murmuraba la gente.

― ¡La hija de Ana Bolena!―murmuraban aún más bajo.

Era algo sorprendente para muchos, pero sin duda la mayoría estaba feliz por mi coronación y entusiasmado de ver que su reina se casara con algún hombre y así le diera hijos a Inglaterra. Pero no fue de ese modo, y lord Burghley me presiono para que lo hiciera muchas veces.

―Quizá desee que mi cabeza y mis hombros se mantengan unidos―le dije.

―Quizás Su Majestad prefiera mantener la nación segura―me espetó lord Burghley de la forma más sutil que alcanzo—. Desean verla caer, Su Majestad.

―Sabes que si yo caigo, tú caerás conmigo―le respondí a Cecil con seriedad. Él bajo la mirada de forma obediente, era un hombre muy decidido pero sabía que yo era peor, no era necesario recordarle que era la hija del rey Enrique... Enrique y Ana Bolena, ¡Vaya combinación! Él siempre me respeto, decía lo que pensaba pero siempre de la forma correcta. Cuando murió sentí que el corazón se me rompía, nunca encontrare a un hombre que sea mi amigo y que haga tan buen trabajo como él.

Claro que, su hijo es un hombre muy eficiente y no tengo queja alguna de él pero, Cecil era especial para mí. Cecil sabía que no lograría convencerme de casarme, él pensaba que el matrimonio es igual que la guerra, por eso podemos equivocarnos solo una vez. Podría darle mi corazón a Robert Dudley(mi amigo de la juventud), pero jamás me casaría con él, quizás fue él quien más se acercó a sembrar la duda en mí, ya que fue mi favorito por mucho tiempo. Era tentador casarse como un hombre como él. Siempre le mostré mi afecto, le otorgue el título de Conde de Leicester, pese a algunas divergencias lo nombre comandante de una expedición. Aunque esta fue desastrosa le

perdone y le nombre en su lugar Teniente General de las Fuerzas enviadas para resistir a la Armada española. Siempre le perdone todo y le mostré mi afecto, lamento no poder corresponderle de la forma que él deseaba, murió el 4 de septiembre de 1588 y aun siento mi corazón latir al recordarle, al recordar bailar junto a él. Recuerdo su humor, su gran humor. Ese hombre ha sido el único que me ha hecho reír hasta sentir un profundo dolor. Lo recuerdo diciendo: «Es difícil decir esto con dentadura postiza». Yo reía como una tonta, como una mujer más que se dejaba llevar por sus encantos pero, solo él sabe que jamás fui una más, porque pudo convertir a mis damas en unas rameras, pero no a mí.

YO, ELIZABETHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora