EL señor y la señora John Knightley no se quedaron en Hartfield por mucho
tiempo más. El tiempo no tardó en mejorar lo suficiente para que pudieran irse
los que tenían que hacerlo; y el señor Woodhouse, como de costumbre, después
de haber intentado convencer a su hija para que se quedara con todos los niños,
tuvo que ver partir a toda la familia y volver a sus lamentaciones sobre el destino
de la pobre Isabella... la pobre Isabella que se pasaba la vida rodeada de
personas a quienes adoraba, ensalzando sus virtudes y sin ver ninguno de sus
defectos, y siempre inocentemente atareada, podía considerarse como un
verdadero modelo de felicidad femenina.
Al atardecer del mismo día en que ellos se fueron, llegó una nota del señor
Elton para el señor Woodhouse, una larga, cortés y ceremoniosa nota, en la
cual, en medio de los mayores cumplidos, el señor Elton anunciaba «que al día
siguiente por la mañana se proponía salir de Highbury para dirigirse a Bath, en
donde, correspondiendo a las reiteradas invitaciones de unos amigos, se había
comprometido a pasar unas cuantas semanas, y lamentaba infinitamente que,
debido a una serie de circunstancias derivadas del mal tiempo y de sus ocupaciones,
le fuera imposible despedirse personalmente del señor Woodhouse,
de cuyas amables atenciones guardaría siempre un grato recuerdo... y en caso
de que el señor Woodhouse tuviera algún encargo que darle, lo cumpliría con
mucho gusto...»
Emma tuvo una agradabilísima sorpresa... La ausencia del señor Elton
precisamente en aquellos días era lo mejor que hubiera podido desear. Le
quedó agradecida por habérsele ocurrido la idea de marcharse, pero lo que ya
no le parecía tan bien era el modo en que anunciaba su partida. No podía haber
mostrado su resentimiento de un modo más claro que limitándose a ser cortés
para con su padre, sin citarla a ella para nada. Ni siquiera la mencionaba en los
cumplidos con que empezaba la carta... Su nombre no aparecía por ninguna
parte... Y todo ello implicaba un cambio de actitud tan acusado, y la despedida,
llena de amables frases de gratitud, respiraba tal énfasis que al principio Emma
pensó que no dejaría de despertar sospechas en su padre.
Y sin embargo no fue así... Su padre estaba demasiado absorto por la
sorpresa que le produjo un viaje tan inesperado, y por sus temores de que el
señor Elton no pudiese llegar sano y salvo, y no encontró extraño el tono de la
carta; que por otra parte les fue muy útil, ya que les proporcionó un nuevo tema
de reflexión y conversación durante todo el resto de aquella solitaria velada. El
señor Woodhouse hablaba de sus temores, mientras que Emma, con su habitual
solicitud, hacía todo lo posible por desvanecerlos.
