EL señor Knightley podía pelearse con ella, pero Emma no podía pelearse consigo misma. Él estaba tan contrariado que tardó más de lo que tenía por costumbre en volver a Hartfield; y cuando volvieron a verse la seriedad de su rostro demostraba que Emma aún no había sido perdonada. Eso a ella le dolía, pero no se arrepentía de nada. Al contrario, sus planes y sus procedimientos cada vez le parecían más justificados, y el cariz que tomaron las cosas en los días siguientes le hicieron aferrarse aún más a sus ideas. El retrato, elegantemente enmarcado, llegó sano y salvo a la casa poco después del regreso del señor Elton, y una vez estuvo colgado sobre la chimenea de la sala de estar subió a verlo, y ante la pintura balbuceó entre suspiros las frases de admiración que eran de rigor; y en cuanto a los sentimientos de Harriet era evidente que se estaban concretando en una sólida e intensa inclinación hacia él, según su juventud y su mentalidad se lo permitían. Y Emma quedó vivamente satisfecha al ver que ya no se acordaba del señor Martin más que para hacer comparaciones con el señor Elton, siempre extremadamente favorables para este último. Sus proyectos de cultivar el espíritu de su amiguita mediante lecturas copiosas e instructivas y mediante la conversación, no fueron más allá de leer los primeros capítulos de algunos libros y de la intención de proseguir al día siguiente. Charlar era mucho más fácil que estudiar; mucho más agradable dejar volar la imaginación y hacer planes para el futuro de Harriet que esforzarse por aumentar su inteligencia o ejercitarla en materias más áridas; y la única labor literaria que por el momento emprendió Harriet, el único acopio intelectual que hizo con vistas a la madurez de su vida, fue el coleccionar y copiar todos los acertijos de las clases más variadas que pudo encontrar, en un cuadernillo de papel lustroso confeccionado por su amiga y adornado con iniciales pintadas y viñetas. En aquella época eran frecuentes libros de gran extensión con recopilaciones como ésta. La señorita Nash, la directora del pensionado de la señora Goddard, había copiado por lo menos trescientos de esos acertijos; y Harriet, que había tomado la idea de ella, confiaba que con la ayuda de la señorita Woodhouse reuniría muchos más. Emma colaboraba con su inventiva, su memoria y su buen gusto; y como Harriet tenía una letra muy bonita, todo hacía prever que sería una colección de primer orden tanto por el esmero de la presentación como por lo copioso. El señor Woodhouse estaba casi tan interesado en aquel asunto como las muchachas, y muy a menudo intentaba procurarles algo digno de figurar en la colección. -¡Tantos buenos acertijos como había cuando yo era joven! Y se maravillaba de no recordar ninguno. Pero confiaba que con el tiempo se iría acordando. Y siempre terminaba con: «Kitty, una moza linda, pero fría... » Tampoco su gran amigo Perry, a quien había hablado acerca de aquello, pudo por el momento facilitarle ningún acertijo; pero le había pedido a Perry que estuviera alerta, y como él visitaba tantas casas suponía que algo iba a conseguirse por ese lado. Su hija no pretendía que todo Highbury se exprimiese el cerebro. La única da que solicitó fue la del señor Elton. Se le invitó a aportar todos los enigmas, charadas y adivinanzas que pudiese recoger; y Emma tuvo la satisfacción de verle interesarse muy de veras por esta labor; y al mismo tiempo advirtió que ponía el mayor empeño en que no saliese de sus labios nada que no fuese un cumplido, una galantería para el sexo débil. Él fue quien aportó los dos o tres rompecabezas más galantes; y la alegría y el entusiasmo con que finalmente recordó y recitó, en un tono más bien sentimental, aquella charada tan conocida Mi primera denota cierta pena que mi segunda tiene que sentir; para calmar la pena aquélla a mi conjunto habrá de recurrir.3 se convirtió en desilusión al advertir que ya la tenían copiada unas páginas atrás. -Señor Elton, ¿por qué no escribe usted mismo una charada para nosotras? dijo ella-; sólo así podremos estar seguras de que es nueva; y para usted nada más fácil. -¡Oh, no! En toda mi vida no he escrito jamás una cosa de ésas. Para esto soy la más negada de las personas. Incluso temo que ni siquiera la señorita Woodhouse... -hizo una pausa- o la señorita Smith puedan inspirarme. Sin embargo, al día siguiente su inspiración produjo ciertos frutos. Les hizo una rapidísima visita, sólo para dejarles una hoja de papel sobre la mesa que contenía, según dijo, una charada que un amigo suyo había dedicado a una joven de la que estaba enamorado; pero Emma, por su manera de proceder, se convenció inmediatamente de que su autor no era otro que él mismo. -No se la ofrezco para la colección de la señorita Smith -dijo-. Porque, como es de mi amigo, no tengo derecho a hacer que se divulgue ni poco ni mucho, pero he pensado que quizás a ustedes les gustará conocerla. Sus palabras iban dirigidas a Emma más que a Harriet, lo cual Emma comprendía muy bien. Él estaba muy serio y nervioso, y le resultaba más fácil mirarla a ella que a su amiga. Y al momento se fue. Hubo una pequeña pausa, y Emma dijo sonriendo y empujando el papel hacía Harriet: -Toma, es para ti. Pero Harriet estaba trémula y no podía ni alargar la mano; y Emma, a quien nunca importaba ser la primera, se vio obligada a leerlo ella misma. A la señorita...