EMMA no podía perdonarle... Pero como el señor Knightley, que había estado también
en la reunión, no había advertido ningún motivo de provocación ni ningún resentimiento,
y sólo había visto las mayores amabilidades y cortesías por ambas partes, al día siguiente
por la mañana, cuando volvió a Hartfield para tratar de unos asuntos con el señor
Woodhouse, expresó su satisfacción por la velada de la noche anterior; no de un modo
tan claro como lo hubiera hecho de no encontrarse presente el padre de Emma, pero
siendo lo suficientemente explícito para que ésta le comprendiera a la perfección. Había
solido reprochar a Emma el ser injusta para con Jane, y ahora se alegraba muchísimo de
ver que la situación había mejorado.
-Una velada agradabilísima empezó diciendo, después de haber hablado de todo lo
necesario con el señor Woodhouse, de que éste le hubiera dicho que había comprendido y
de que guardaran los papeles-; muy agradable. Usted y la señorita Fairfax nos obsequia-
ron con una música deliciosa. Señor Woodhouse, no conozco mayor placer que estar
cómodamente instalado en un sillón mientras dos jóvenes como éstas nos regalan los
oídos durante toda una velada; a veces con música, a veces con su conversación. Estoy
seguro, Emma, de que a la señorita Fairfax tiene que haberle parecido agradable la
velada. En cualquier caso, por usted no quedaría. Me alegré de ver que le dejaba tocar
tanto, porque como en casa de su abuela no tienen ningún instrumento, ella debe de
haberlo agradecido mucho.
-Me alegra saber que le pareció acertado -dijo Emma sonriendo-; pero no creo que
acostumbre a ser descortés con las personas que invitamos a Hartfield.
-¡Oh, no, querida! -dijo su padre al momento-, de eso sí que no tengo la menor duda.
No hay nadie que sea ni la mitad de atenta y de cortés que tú. Si acaso eres demasiado atenta. Ayer noche los panecillos... creo que con que hubieses ofrecido una sola vez
hubiese bastado.
-No -dijo el señor John Knightley casi al mismo tiempo-; no suele ser usted descortés;
ni en modales ni en comprensión; en fin, creo que usted ya me entiende.
La maliciosa mirada de Emma significaba: «Le entiendo perfectamente»; pero sólo
dijo:
-La señorita Fairfax es muy reservada.
-Siempre le he dicho que lo era... un poco; pero no tardará usted en disculpar la parte de
su reserva que debe ser disculpada, la que tiene su origen en la timidez. Lo que es
discreción ha de respetarse.
-¿Le parece tímida? A mí no.
-Mi querida Emma -dijo trasladándose a una silla que estaba más cerca de ella-,
