LA primera vez que vieron a la señora Elton fue en la iglesia. Pero aunque se turbara la
devoción, la curiosidad no podía quedar satisfecha con el espectáculo de una novia en su
reclinatorio, y era forzoso esperar a las visitas en toda regla que entonces tenían que
hacerse, para decidir si era muy guapa, si sólo lo era un poco o si no lo era en absoluto.
Emma, menos por curiosidad que por orgullo y por sentido de la dignidad, decidió no
ser la última en hacerles la visita de rigor; y se empeñó en que Harriet la acompañara, a
fin de que lo más embarazoso de aquella situación se resolviera lo antes posible.
Pero no pudo volver a entrar en la casa, ni permanecer en aquella misma estancia a la
que, valiéndose de un artificio que luego había resultado tan inútil, se había retirado tres
meses atrás, con la excusa de abrocharse la bota, sin recordar. A su mente volvieron
innumerables recuerdos poco gratos. Cumplidos, charadas, terribles equivocaciones; y era
imposible no suponer que la pobre Harriet tenía también sus recuerdos; pero se comportó
muy dignamente, y sólo estuvo un poco pálida y silenciosa. La visita fue breve; y hubo
tanto nerviosismo y tanto interés en acortarla que Emma casi no pudo formarse una
opinión de la nueva dueña de la casa, y desde luego más tarde fue incapaz de poder dar su
opinión sobre ella, aparte de las frases convencionales como que «vestía con elegancia y
era muy agradable».
En realidad no le gustó. No es que se empeñara en buscarle defectos, pero sospechaba
que aquello no era verdadera elegancia; soltura, pero no elegancia... Estaba casi segura de
que para una joven, para una forastera, para una novia, era demasiada soltura. Física-
mente era más bien atractiva; las facciones eran correctas; pero ni su figura, ni su porte,
ni su voz, ni sus modales, eran elegantes. Emma estaba casi convencida de que en esto no
le faltaba razón.
En cuanto al señor Elton, su actitud no parecía... Pero no, Emma no quería permitirse ni
una palabra ligera o punzante respecto a su actitud. Recibir estas primeras visitas después
de la boda siempre era una ceremonia embarazosa, y un hombre necesita poseer una gran
personalidad para salir airoso de la prueba. Para una mujer es más fácil; puede ayudarse
de unos vestidos bonitos, y disfruta del privilegio de la modestia, pero el hombre sólo
puede contar con su buen sentido; y cuando Emma pensaba en lo extraordinariamente
violento que debía de sentirse el pobre señor Elton al encontrarse con que se habían
reunido en la misma habitación la mujer con la que se acababa de casar, la mujer con la
que él había querido casarse, y la mujer con la que habían querido casarle, debía