LA naturaleza humana está tan predispuesta en favor de los que se encuentran en una situación excepcional, que la joven que se casa o se muere puede tener la seguridad de que la gente habla bien de ella. Aún no había pasado una semana desde que en Highbury se mencionó por vez primera el nombre de la señorita Hawkins, cuando de un modo u otro se le descubrían toda la clase de excelencias físicas e intelectuales; era hermosa, elegante, muy bien educada y de trato muy agradable. Y cuando el propio señor Elton llegó para gozar del triunfo de tan fausta nueva y para difundir la fama de sus méritos, apenas tuvo otra cosa que hacer que decir cuál era su nombre de pila y explicar por qué clase de música tenía preferencia. El señor Elton regresó rebosando felicidad. Se había ido rechazado y herido en su amor propio... viendo frustradas sus mayores esperanzas, después de una serie de hechos que él había interpretado como favorables síntomas de aliento; y no sólo no había conseguido el partido que le interesaba, sino que se había visto rebajado al mismo nivel de otro por el que no sentía el menor interés. Se había ido profundamente ofendido... regresó prometido con otra joven... y con otra que era, por supuesto, tan superior a la primera como en esas circunstancias suele serlo siempre cuando se compara lo que se ha conseguido con lo que se acaba de perder. Regresó contento y satisfecho de sí mismo, activo y lleno de proyectos, sin preocuparse lo más mínimo por la señorita Woodhouse y desafiando a la señorita Smith. La encantadora Augusta Hawkins añadía a todas las ventajas inherentes a una perfecta belleza y a sus grandes méritos, la del hecho de estar en posesión de una fortuna personal de unos millares de libras que siempre se cifraban en diez mil; cuestión que afectaba tanto a su dignidad como a sus intereses; los hechos demostraban perfectamente que no había malogrado sus posibilidades... había conseguido una esposa de diez mil libras, poco más o menos... y la había conseguido con una rapidez tan asombrosa... la primera hora que siguió a su primer encuentro había sido tan pródiga en grandes acontecimientos; el relato que había hecho a la señora Cole acerca del origen y del desarrollo del idilio le presentaba bajo un aspecto tan favorable... todo había ido tan aprisa, desde su encuentro casual hasta la cena en casa del señor Green y la fiesta en casa de la señora Brown... sonrisas y rubores creciendo en importancia... cavilaciones e inquietudes floreciendo profusamente por doquier... ella había quedado impresionada en seguida... se había mostrado tan favorablemente dispuesta para con él... en resumen, y para decirlo con pa labras más claras, demostró tan buenas disposiciones para aceptarle que la vanidad y la prudencia quedaron satisfechas por igual. Lo había conseguido todo, fortuna y afecto, y era exactamente el hombre feliz que siempre había soñado ser; hablando tan sólo de sí mismo y de sus cosas... esperando ser felicitado... dispuesto en todo momento a reír... y ahora, con amables sonrisas libres de todo temor, dirigiendo la palabra a las jóvenes del lugar, a quienes tan sólo unas pocas semanas antes hubiera hablado de un modo mucho más circunspecto y cauteloso. La boda era un acontecimiento que no podía estar muy lejos, ya que ambos no habían tenido otro trabajo que el de gustarse, y sólo tenían que esperar los preparativos necesarios; y cuando él volvió de nuevo a Bath, todo el mundo supuso, y el aire que adoptó la señora Cole no parecía contradecir esas suposiciones, que cuando regresara a Highbury sería ya acompañado de su esposa. Durante esta breve estancia suya, Emma apenas le había visto; lo justo para tener la sensación de que se había roto el hielo, y para que ella pensara que la presuntuosa jactancia de que ahora hacía gala el señor Elton no le favorecía en nada; lo cierto es que Emma empezaba a preguntarse cómo había sido posible que hubiera llegado a considerarle como un hombre atractivo; y su persona iba tan indisolublemente unida a recuerdos tan desagradables, que, excepto con un fin moral, como penitencia, como lección, como fuente de una provechosa humillación para su espíritu, hubiera sentido un gran alivio de tener la seguridad de no volverle a ver nunca más. Le deseaba todas las venturas; pero su presencia la turbaba, y hubiese quedado mucho más satisfecha de saberle feliz a veinte millas de distancia. Sin embargo, la turbación que le proporcionaba el hecho de que siguiera residiendo en Highbury, sin duda iba a aminorarse con su boda. Iban a evitarse muchos cumplidos inútiles y muchas situaciones embarazosas se suavizarían. La existencia de una señora Elton sería un buen pretexto para todos los cambios que hubieran en sus relaciones; su intimidad de antes podía desaparecer sin que a nadie le pareciera extraño. Ambos podrían casi reemprender de nuevo su vida social. Sobre ella personalmente Emma no hubiera sabido qué decir. Sin duda era digna del señor Elton; con una educación suficiente para Highbury... lo suficientemente atractiva también... aunque lo más probable es que desmereciera al lado de Harriet. En cuanto a posición social, Emma sabía muy bien a qué atenerse; estaba convencida de que a pesar de todos sus presuntuosos alardes y de su desdén por Harriet, la realidad había sido muy distinta. Sobre esta cuestión la verdad parecía estar muy clara. No se sabía exactamente qué era; pero quién era fácil saberlo; y dejando aparte las diez mil libras, en nada parecía ser superior a Harriet. No aportaba ni un apellido ilustre, ni sangre noble, ni siquiera relaciones distinguidas. La señorita Hawkins era la menor de las dos hijas de un... comerciante -desde luego, hay que llamarle así- de Bristol; pero como, a fin de cuentas, los beneficios de su comercio no parecían haber sido muy elevados, era lógico suponer que los negocios a que se había dedicado no habían sido tampoco de mucha importancia. Cada invierno solía pasar una temporada en Bath; pero su casa estaba en Bristol, en el mismo centro de Bristol; pues aunque sus padres habían muerto hacía ya varios años, le quedaba un tío... que trabajaba con un abogado... todo lo que se atrevieron a decir de él fue que «trabajaba con un abogado»...; y la joven vivía en su casa. Emma suponía que se trataba del empleadillo de algún procurador y que era demasiado obtuso para subir de categoría. Y todo el lustre de la familia parecía depender de la hermana mayor, que estaba «muy bien casada» con un caballero que vivía «a lo grande» cerca de Bristol, y que tenía ¡nada menos que dos coches! Éste era el punto culminante de toda la historia; éste era el máximo motivo de orgullo de la señorita Hawkins. ¡Ah, si Emma pudiese lograr que Harriet pensara como ella acerca de todo aquel asunto! Ella había introducido a Harriet en el amor; pero ¡ay!, ahora no era tan fácil arrancarlo de su corazón. No era posible desvanecer el hechizo de algo que ocupaba tantas horas vacías como tenía Harriet. Sólo podía ser desvirtuado por otro; y sin duda llegaría este momento; nada podía estar más claro; pero Emma temía que esto era lo único que podía curarla. Harriet era una de esas personas que una vez han conocido el amor, durante todo el resto de su vida tienen que estar enamoradas. Y ahora, ¡pobre muchacha!, lo pasaba mucho peor desde que el señor Elton había regresado. En todas partes creía descubrir su silueta. Emma sólo le había visto una vez; pero Harriet dos o tres veces cada día estaba segura de estar a punto de encontrarse con él, o a punto de oír su voz, o a punto de divisar sus hombros, a punto de que ocurriera algo que mantuviera vivo el recuerdo de él en su imaginación, con toda la favorable calidez de la sorpresa y de la conjetura. Además, continuamente estaba oyendo hablar de él; pues, excepto cuando estaba en Hartfield, se hallaba siempre entre personas que no veían ningún defecto en el señor Elton, y que consideraban que no había nada tan interesante como discutir acerca de sus asuntos; y por lo tanto todas las noticias, todas las suposiciones... todo lo que ya había ocurrido, todo lo que podía llegarle a ocurrir en el desarrollo de sus asuntos, incluyendo su renta anual, sus criados y sus muebles, eran temas que se debatían sin cesar en torno a ella. Sus sentimientos se robustecían al no oír más que elogios del señor Elton, su pesar se avivaba, y se sentía herida ante las incesantes ponderaciones de la felicidad de la señorita Hawkins y por los continuos comentarios acerca de la intensidad del afecto que el vicario le profesaba... el aire que tenía cuando andaba por la casa... incluso el modo en que se ponía el sombrero... todo eran pruebas de lo enamorado que llegaba a estar... De haber sido posible tomarlo a broma, de no ser algo tan penoso para su amiga y que implicaba tantos reproches para sí misma, todas aquellas desazones del estado de ánimo de Harriet hubieran constituido un motivo de diversión para Emma. A veces era el señor Elton quien predominaba, otras los Martin; y el uno servía para contrarrestar los efectos del otro. La noticia del próximo matrimonio del señor Elton había sido el mejor remedio para la desazón que le produjo el encuentro con el señor Martin. La tristeza que le produjo esta noticia había sido superada en gran parte por la visita que pocos días después Elizabeth Martin efectuó a la señora Goddard. Harriet no estaba en casa; pero le había escrito y dejado una nota redactada de un modo que no pudo por menos de conmoverla; una mezcla de un poco de reproche y un mucho de afectuosidad; y hasta que reapareció el señor Elton estuvo muy ocupada reflexionando sobre aquello, cavilando acerca de lo que debía hacer para corresponder, y deseando hacer más de lo que se atrevía a confesarse. Pero el señor Elton en persona había alejado todas aquellas preocupaciones. Mientras él estuvo en Highbury los Martin fueron olvidados; y en la misma mañana en que salió de nuevo para Bath, Emma, para disipar la penosa impresión que aquello producía en su amiga, opinó que lo mejor que podía hacer era devolver la visita a Elizabeth Martin. Qué debía pensarse de aquella visita... qué es lo que era necesario hacer... y qué era lo más seguro, habían sido cuestiones sobre las que era muy difícil tomar una determinación. No hacer ningún caso de la madre y de las hermanas, cuando se la invitaba, hubiera sido una ingratitud. No era posible; y sin embargo ¿y el peligro de que se reanudase aquella amistad? Después de mucho pensar decidió, a falta de una idea mejor, que Harriet devolviese la visita; pero de un modo que, si ellos eran un poco despiertos se convencieran de que aquello no aspiraba a ser más que una relación formularia. Emma decidió que acompañaría a Harriet en su coche, que la dejaría en Abbey Hill, y que ella seguiría adelante durante un corto trecho, y que volvería a recogerla al cabo de poco rato, para evitar ocasión de que hubiesen demasiadas evocaciones intencionadas y peligrosas del pasado, dando también así la prueba más concluyente de qué grado de intimidad tenía que haber entre ellos en el futuro. No se le ocurrió nada mejor; y aunque había algo en todo aquel plan que en el fondo no podía aprobar... como una sombra de ingratitud apenas disimulada... debía hacerse así, de lo contrario, ¿qué iba a ser de Harriet?