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Los humanos siempre cometemos errores.

Y supongo que la mayoría de errores se cometen en la adolescencia y pre adultez (si es que existe alguna).

Algunos errores son amargos y otros dulces. El mío no sé cómo saborearlo.

Literalmente el sabor fue salado por el sudor que emanaba su cuerpo en mis manos y lo dulce venía de sus labios sabor a fresa que gemían y pronunciaban mi nombre como si quisiera que los vecinos supieran que el que la estaba haciendo estremecer era un Julian.

Pensando en mi error, creo que empezó desde el momento en el que guiño su ojo color avellana y el gesto hizo que me tensara por las facciones físicas de ella.
Es como si fuese ella pero versión adolescente de 17.

Recuerdo que cuando pase por los 17 años en ningún momento una jovencita hacía esos gestos eróticos sutiles sin vergüenza alguna mirándote a los ojos.

Ni te seducían con palabras para que las llevaras a su mismo hogar para tener sexo.
No tienen ni perdón de la palabra "sexo" no saben cuánta vergüenza pienso que le debería de dar a una mujercita tan pequeña que diga "vamos a mi casa a tener sexo."

Pero quejándome y todo, lo hice.
Y lo disfruté, de principio a fin.
Sin dejar de mirarla a la cara y a los ojos por qué es el retrato de su madre.

Y aquí viene la confesión de mi error aunque se los he dejado ya muy claro:
Tuve sexo con la hija de mi Martha.

HUMANOS | Julian BrandtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora