Llegaron las diez de la mañana y no hizo falta planear nada, ya que desde que las ocho de la mañana estuve preparándome; me duché, me puse un vestido rosa viejo con una abertura atrás y no pude resistirme a hacerme un rodete, en el cual acomodé un moño del mismo color que el vestido. Me maquillé levemente, no quería verme más superficial y reproducida de lo que ya me veía.
A las nueve desayuné unos panqueques con chocolate (y no está de más decir lo mucho que me encantaban). Desayuné sola, pues Yuri y Hano probablemente estaban en el quinto sueño y papá regresaba del trabajo a las 1:00 PM (del cual no salió en toda la semana).
Cumplidas las nueve y media tomé mi bolso, las llaves, mi teléfono y esperé pacientemente frente al ventanal iluminado por el radiante sol del exterior. El cielo se veía despejado y la ciudad parecía más tranquila, aunque de todos modos sabía que al adentrarme en las calles de la ciudad se notaría mucho más alboroto de las personas, digo, es fin de semana, muchas aprovechan para ir al centro comercial y esas cosas.
Acaricié el vidrio como la primera vez que vine aquí, y entonces pensé en cuándo me volví tan entusiasta. Tan entusiasta en tener fe de que Tyler estará en el campo de su abuelo esperándome. Entusiasta en creer que todo saldría perfecto y nos comportaríamos como aquella primera vez. Entusiasta en tener la esperanza de que esta inquietud en mi pecho se disolvería al verlo.
Entusiasta en que mi vida se recompondría.
Dios, cada vez estoy más chiflada, ¿en qué rayos estoy pensando? El lunes a primera hora iré a un psicólogo, definitivamente.
—¿Qué haces así? — Indagó detrás de mí la voz ronca de Hano, razón por la cual me volteé un poco nerviosa.
Me reí levemente porque tenía puesto el pijama de ositos azules que Megumi le había regalado.
—No opines, sólo contesta.— Farfulló luego de echarle una rápida mirada a mi ropa.
—Iré a encontrarme con alguien.— Respondí cruzando por su lado a lo que comenzó a seguirme.
—¿Se puede saber con quién?— Preguntó molesto, él era muy celoso y al verme tan arreglada probablemente pensaba que iría a encontrarme con un muchacho. Y no se equivocaba.
—Ponpón Grace.— Dije sin pensar llegando a la puerta de entrada.
—¿Ponpón Grace?— Repitió confundido, y fue allí cuando me reparé de mi error y me abofeteé mentalmente.
—Así... Así le digo, es su apodo, ella me dice Hide Mimi, así nos entendemos, bien adiós.— me excusé saliendo lo más rápido posible por la puerta y dejándolo con la palabra en la boca pues antes de que mencionara siquiera una sílaba yo ya le había cerrado la puerta en el rostro.
Al subir en el ascensor solté un sonoro suspiro en el que descargaba toda la tensión.
Al estar en la recepción, no me percaté de la presencia de Joun Piere tras el mostrador.
—¡Señorita Hidemi!— Saludó entusiasmado, a lo que le sonreí y lo saludé con la mano para seguidamente traspasar la puerta de vidrio.
Caminé cuatro cuadras hasta la parada en la que me había llevado Tyler ese día, lo qué me aterraba era pensar en que tal vez hoy el autobús estuviera más poblado que aquél día y no tengo idea de a dónde es que debo bajarme, es decir, sí, sé que en el campo del abuelo de Tyler pero no puedo indicárselo así al chofer, ¿o sí?
Llegué a la parada y me senté en el banco esperando por el autobús, siendo consciente de que no tenía idea a qué hora pasaba por allí, a pesar de eso, necesitaba ver a Tyler.
—Hey.— Oí una voz familiar, volteé hacia mi izquierda y vi a Tyler con una chaqueta de cuero marrón y una chalina verde oscuro, con su cabello castaño despeinado y las manos en los bolsillos de su pantalón.
Se veía un poco más que aceptable...
—¿Qué haces aquí?— indagó sentándose a mi lado, por lo que me sentí extraña.
—Quería pensar.— Contesté mirando algún punto en el suelo.
—¿Y esa pinta? Yo creo que tienes una cita. — Argumentó risueño.
—¿Una cita?— Repetí, la verdad EA que era una forma de ver la situación en la que había pensado, es decir, solos, en un lugar, solos, suena mucho a una cita pero eso se oía muy comprometedor, como si me gustara, prefería el término "encuentro", es más apto para dos personas que no se odian tanto.
—Exacto. Estás muy producida como para que solo esperaras el autobús casualmente.— Contestó con una media sonrisa autosuficiente.
—Linda forma de alagarme sutilmente, Niño Porrista, tú tampoco te ves tan horrible como de costumbre.— Me burlé orgullosa.
—Woah, gracias, que tierna eres, Chica Gokú.— Me contestó de la misma manera burlona.
Sentados ambos, con una sonrisa algo tonta y la vista perdida en direcciones opuestas, por alguna razón me sentía bien.
—¿A dónde vas?— Indagó luego de unos cortos segundos en silencio.
—A un lugar muy especial.— Contesté volteando mi cabeza y mirándolo a los ojos con satisfacción y seguridad, no me avergonzaba decir cuan especial era aquel campo.
—Acompáñame.— se levantó de golpe, casi que reaccioné tardíamente.
—¿A dónde?— Pregunté un poco confundida mientras trataba de seguirle el paso en cuanto caminaba con tal rapidez, ¿A dónde quería llegar?
—A un lugar muy especial.— Me miró de reojo con diversión, lo cual entendí que había tratado de imitar mi respuesta anterior.
Luego de unos pocos minutos caminando (casi trotando) llegamos a un auto bastante moderno color negro brillante, por lo que lo miré interrogante.
—Sube.— ordenó con una sonrisa sospechosa.
—¿Acaso piensas secuestrarme?— Indagué lo que hace tiempo quise preguntar, ya me urgía la respuesta a pesar de que sabía que este Niño Porrista me contestaría con cualquier cosa menos con alguna respuesta seria.
—Como si fuera a querer secuestrarte a ti, es decir, mírate.— Me señaló de pies a cabeza— eres horrenda.
Sabía que lo dijo en broma, sabía que solo estábamos jugando pero... Un dolor en el pecho se me encendió al oír sus palabras, no podría explicar el porqué, pero sé que el dolor estaba allí.
Bajé la vista algo cohibida y noté como él trató de mirarme a los ojos agachándose tantitos, pero de igual forma no podía, ya bastante era con la gran diferencia de altura y ahora más que tenía la cabeza abajo.
Me sentí tonta por sentirme triste.
Sin decir nada rodeé la parte delantera del auto hasta llegar a la puerta del copiloto e intenté abrirla, pero esta comenzó a emitir un ruido ensordecedor a lo que me tapé los oídos y cerré fuertemente los ojos.
—La alarma.— informé un poco incómoda.
— Sí, lo siento.— dijo para finalmente presionar el pequeño botón de las llaves que imagino eran del auto. Abrí la puerta del copiloto y me adentre en el vehículo; era igual (quizá más) de lindo que afuera.
—Me lo regalaron hace poco, ¿Quieres dar una vuelta?— Interrogó meneando las llaves en su mano frente a mis ojos.
—Sólo...— solté un suspiro un poco cansado— Nada.
—No, anda, dime.— Insistió.
—¿Desde cuándo te importa a donde quiero ir?— Indagué un poco rabiosa por la tristeza que comenzaba a transformarse.
—Desde que te ofendiste por llamarte horrenda.— Contestó con una sonrisa sincera, por lo cual sentí que aquella molestia que sentía anoche se desvanecía, y un cosquilleo en mi estómago aún más molesto iba tomando el lugar.
—Entiendo. Bien, pues, tu pinta es como para ir a un restaurante caro o ir, no lo sé, a una fiesta de gala...— argumentó, y de alguna forma me decepcione porque no adivinó a dónde quería ir realmente— pero sé que quieres volver a ir a ver las estrellas.— prosiguió, a lo que mi vista (que hace segundos estaba baja) se enalteció rápidamente para encontrarse con la de él. Sus ojos azules eran... Un poco (mucho) más que aceptables... ¡Aght! A quién quiero engañar... Es lindo, ¿¡Okay!? ¡Ya lo dije! ¡Tyler es lindo!
—Hidemi...— canturreó meciendo su mano delante de mis ojos como si eso fuera a despertarme de mi trance psicópata de crisis y tormenta alta y completamente peligrosa de grande complejidad humana.
Pensamientos adolescentes.
—Es lindo...— murmuré perdida en mis voces internas hasta que la voz curiosa de Tyler me sacó de mis aposentos mentales.
—¿Qué?— indagó divertido, con una de esas sonrisas juguetonas que le quedaban tan bien.
—¿Ah? No... Es que... ¡El clima! El clima está muy lindo hoy...— Mentí con tal de tapar mi involuntaria frase alagadora.
—Sí, eso creo. ¡Lo tengo!— Exclamó emocionado, a lo que me exasperó un poco.
—¿Qué tienes?— Pregunté extrañada por su comportamiento.
—Ya sé a dónde podemos ir.— Explicó con una sonrisa enorme, a lo que yo lo miré confundida.
—No te preocupes, debes confiar en mí.—
—Confiar en ti me aterra...—
—Pues entonces confía en mi idea.— Respondió con una sonrisa autosuficiente mientras encendía el auto, lo que él no sabía es que en este momento me preguntaba si fue buena idea entrar a su auto.
