𝟸𝟼. 𝙴𝚕 𝚛𝚎𝚜𝚞𝚛𝚐𝚒𝚛 𝚍𝚎 𝚞𝚗 𝚊𝚜𝚎𝚜𝚒𝚗𝚘

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Samuel apenas si podía controlar la desesperada agitación de sus pulmones. Casi no sentía las extremidades que se habían entumecido desde hacía unos minutos atrás; faltó poco para que la sensación de hormigueo que le inundó el cuerpo entero terminase por hacerlo salir huyendo del lugar.

Boris encendió el televisor y se dejó caer en el sofá ante las luces provenientes de aquel aparato. Todo a su alrededor se encontraba en penumbra. Un escenario estupendo para el hombre que lo observaba desde la cocina, tembloroso y perturbado por dentro, pero apacible, inquebrantable y cáustico por fuera.

Los ojos del ruso se mantuvieron fijos en el infomercial de cocina, aquellos ojos fríos de un color ceniciento. El rostro, con algunas arrugas por aquí y por allá, no desmerecían el antaño atractivo de hace tantos años, por el contrario, fulguraba con cierto encanto sensual. Sin embargo, el aspecto desaliñado, la delgadez profunda y aquellas manchas de suciedad en su ropa, le otorgaban un aspecto indigente y asqueroso.


Samuel echó una breve ojeada a su alrededor con esa actitud pasiva y automática. Sus pensamientos se agolpaban como un grito aterrador a las imágenes de cuchillos, un martillo, herramientas mecánicas y un sinfín de instrumentos que bien podrían servirle para apagar la vida de aquel hombre descuidado que aún no se percataba de su presencia.

Dio un paso con la diestra al frente, a un palmo del martillo y el cuchillo cubierto de mayonesa rancia. No sabía por cuál de los dos decidirse.


Recordaba bien lo que se sentía utilizar el martillo. Solía conferirle una especie de catarsis y fuerza. Lo había preferido siempre, aunque en lugares concretos, tales como una pierna, un brazo o incluso el torso; sin embargo, usarlo en esos momentos representaba un gran riesgo debido a los gritos de histeria y dolor que este provocaba. Pero, un certero golpe en la sien le parecía demasiado indulgente para un hombre como Tarasov. No, ese hombre merecía más, mucho más. Una muerte digna de su comportamiento atroz y su sangre animal, una muerte digna de su última presa.


Cogió el cuchillo y se aproximó al hombre que no despegaba la vista del aparato. A Samuel comenzaron a punzarle los dedos, se sentía extasiado con la situación. Era el último, el número veinte, la víctima que necesitaba para que él le concediera su más preciado deseo. Desde luego que no lo haría, no perpetraría la bajeza que acostumbraba a hacer una vez muertos, hacerlo significaría que esta nueva víctima le pertenecería solo a ese ser.

Ya no le importaba su deseo, ni el pacto que había hecho. Quería salir de ahí de una buena vez por todas.

Sus pasos se condujeron mudos hacia Boris. Samuel podía percibir desde ahí el asqueroso aroma a alcohol fermentado. Solo un poco más, un paso más y se encontraría más cerca del Infierno.


El hombre abrió los ojos de par en par al sentir la presencia del rubio. Se tornó vertiginoso. La borrachera se había desvanecido abriéndole paso al más espantoso de los terrores. Iba a gritar, a levantarse cual animal para arrojarse en contra de aquel desconocido que cometía la cobardía de entrar de ese modo a su casa. Más, Samuel, acostumbrado al acecho como estaba, lo cogió presuroso de la nuca, aproximándolo a él mientras clavaba con agilidad y fuerza el cuchillo al cuello. La hoja no alcanzó a penetrarlo del todo, pero sí lo suficiente como para dejarlo pétreo, incapaz de gritar o emitir sonido alguno y temeroso de lo que vendría a continuación.

Samuel la dejó unos segundos ahí, al tiempo que acariciaba los grasosos cabellos del hombre. Acunó el rostro con su brazo como si se tratase de un recién nacido, admirándolo con una mordaz sonrisa en los labios. Disfrutaba de aquel encuentro. Cogió con fuerza el mango para hacer pequeños movimientos de adentro afuera, cercenando el esófago con lentitud. Boris intentaba mirarlo, encontrar en sus ojos triunfantes y esa sonrisa pérfida un porqué, sin embargo, aquel rostro le parecía desconocido por entero, y lo cierto era que no podía pensar en nada más que en aquél maldito cuchillo atravesado a su garganta y la sangre que se escurría por la abertura y reptaba hasta su cuello, inundando su boca.

Holly - Diario de una mujer caníbal [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora