𝟻𝟸. 𝙴𝚕 𝚏𝚒𝚗𝚊𝚕

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Un par de tacones rojos se deslizaron desde auto hasta el pavimento. La mujer salió del Ferrari negro cargando con un maletín en la mano derecha y un periódico debajo del brazo izquierdo. Sus caderas se contoneaban con sensualidad incluso a pesar de que ella no pretendiera hacerlo.

Antes de decidirse a entrar en el viejo complejo, se detuvo un segundo para admirar con aflicción la enorme cerca eléctrica. Nunca le habían gustado los reclusorios. Le parecían trasmitir una fuerte sensación de abandono, soledad y desesperanza, aunque buena parte de su carrera la había pasado visitando esos turbios lugares.


Nunca comprendió por qué le atraía tanto la criminología, antes creía que bien podría tratarse solamente de una simple afición, ahora se daba cuenta de que en realidad era un gusto heredado por parte de su padre.

Suspiró hondo y, con una mirada, pidió acceso al lugar. El policía que la había estado observando desde que llegó, le abrió la reja con lentitud.

—¿Viene a visitarlo? —preguntó, no obstante. Nona asintió con cierto recato. Estaba nerviosa. Durante esas últimas semanas había hecho de todo para liberarlo, sin conseguirlo. Y esa iba a ser la primera vez que lo viera después de que él fuese aprehendido, así como la última.


Se sentó frente a la mesa del cuarto de interrogatorios; si bien no estaba ahí para interrogarlo, prefería la privacidad del cuarto exclusivo para los abogados y fiscales. De repente, la puerta desgastada se abrió con lentitud, y unos pasos lentos se hicieron presentes en la estancia. Nona quiso ponerse en pie al verlo transitando aquel lugar, pero no pudo. La visión de aquellos ojos repletos de cansancio y resignación, las esposas apretando sus muñecas y el uniforme naranja, la descolocaron por completo.


El hombre frente a ella no pudo mirarla, ni siquiera cuando los guardias lo llevaron hasta la silla frontal y sus rostros quedaron encontrados.

La mujer tragó saliva y se acomodó en su sitio. Una vez que los policías salieron del lugar, exhaló un breve suspiro y comenzó:

—Comprendo bien que eres mi padre. —Hagler frunció el ceño con dolor, mas no dijo nada—. Pero lo cierto es que no puedo dejar de mirarte como hombre. Así que he decidido volver a Nueva York. Solo así podré olvidarme de ti y de todo lo ocurrido entre nosotros. —Hizo una pausa—. Intenté sacarte de aquí, el caso fue cerrado. Barker se encargó de ello y fue condecorado por descifrarlo. Al parecer estuvo siguiéndote esa noche y llegó en el momento preciso.


El antaño detective asintió con pesadumbre. Sus ojos intentaban contener el llanto que, a pesar de todo, no se animaba a brotar por entero. Quizá por las horas enteras de lágrimas y arrepentimientos que había pasado en esos últimos días.

—¿Puedes entregarle el diario de Holly al juez? Samuel lo conserva. Estoy seguro de que eso podrá esclarecer un poco mi caso.

Nona movió la cabeza en negativa.

—Ese diario desapareció sin dejar rastro alguno.

—¿Y qué ha sucedido con Samuel?

—Los periódicos no mencionan a nadie con sus características en la escena del crimen. El detective Barker comentó a la prensa que había un hombre muerto muy similar a él en la estancia, pero cuando los oficiales penetraron en la casa de Holly, no lo hallaron por ningún sitio.

—Pero ¿cómo fue que Barker llegó a la conclusión de que yo asesiné a Holly? ¿Acaso no ven que quedó hecha polvo? ¿Cómo pude haberlo hecho?

Nona entornó los ojos, confundida.

—¿Hecha polvo? ¿De qué hablas?

—ÉL —repuso con seriedad al tiempo que se acercaba a la mujer—. ÉL la asesinó. Lo hizo en nuestras propias narices y nosotros no pudimos hacer nada por ayudarla. Su cuerpo se despedazó con lentitud.

—Brent, Holly murió de un disparo en la cabeza. Tu arma fue hallada en la escena del crimen, junto a ti.

El detective sintió que todo le estaba dando vueltas y más vueltas. No lograba comprenderlo, pero sabía bien que aquello era una artimaña de él.

—Juro que así fueron las cosas. ¡Yo no asesiné a Holly!

—Lo siento. Yo sé que fue él, pero no puedo hacer nada al respecto. Ryan será tu abogado ahora, estoy segura de que logrará sacarte de aquí, o al menos hacer que tu sentencia sea lo más mínima posible. Todos odiaban a esa mujer así que no creo que sea difícil lograr algo como eso.

—En pocas palabras, estoy solo en esto.

Nona suspiró por lo bajo.

—¿Es verdad lo que mi madre siempre dijo?

—¿Sobre qué? —Brent sintió un aguijón en su pecho al escuchar sobre Michelle.

—Sobre el por qué te dejó.

El detective quiso negarlo, pero no tenía las fuerzas ni para eso; de modo que, resignado, se descubrió los brazos. Ahí, ante el asombro de Nona, se encontraban los cientos de cicatrices que él mismo se había ocasionado en su juventud. Anteriormente la chica había notado que Brent se cubría los brazos, pero nunca imaginó a qué se debía en verdad.

—No la culpo —susurró él—. Nadie querría a un enfermo como yo.

Nona lo tomó de la mano y acarició las heridas con suavidad y ternura.

—Si yo hubiese sido ella, me habría quedado contigo hasta el final...


Hagler fue llevado nuevamente hasta su celda en la que, estaba seguro, terminaría el resto de sus días. Pero en su mente no dejaba de remembrar una y otra vez aquel beso póstumo que le diera la abogada. Un beso casto, puro y apasionado a la vez.

Jamás la olvidaría.

Su hija, su amada... su amante.

 su amante

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Holly - Diario de una mujer caníbal [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora