Sangre de pecador

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AUTORA: Dany / @_BehindTheWords_

Adam recordaba sus días en la tierra, esos días en los que él seguía vivo.

Toda la maldad que había guardado en su corazón dañado la había llevado con él al infierno.

En la tierra él se sentía tan poderoso, lo que no sabía era que en realidad era muy vulnerable, el solía decidir quién moría y quien vivía, el dejaba a familias devastadas, niños huérfanos, madres viudas. Él se sentía aliviado cada vez que la sangre de las personas inocentes recorría por sus manos, lo que no sabía era que la muerte era igual de cruel y amarga que sus mismos asesinatos.

Recordaba a cada una de sus víctimas, recordaba perfectamente sus lamentos, rogándole que los dejara vivir. Añoraba la sensación de ver a las personas a los ojos y que él tuviera el poder de quietarles la vida en cuestión de segundos. Él era un loco, el no sentía pena. Al contrario, incluso sonreía cuando enterraba su cuchillo en aquellos corazones.

Adam estaba seguro de que no le temía a nada. Su alma alimentada de odio no permitía que el miedo entrara, hasta que fue llevado al inframundo.

Fue juzgado por la locura, por la sangre que él había derramado, los demonios que habían vivido en su cabeza tiempo atrás, ahora se lo llevaban con él. Él había nacido para morir en el infierno.

La ciudad de los muertos, bajo tierra para que les fuera imposible salir de ahí.

Los lamentos de las personas que decían ser buenas, el sufrimiento reflejado en cada rincón de aquel lugar, todo estaba repleto de fuego, el fuego no quemaba físicamente, quemaba por dentro, le dolía esa pequeña parte humana que todavía tenía. Adam sufría. Pero que esperaba del infierno, era el eterno castigo por sus actos, el eterno sufrimiento.

Había sangre por doquier, en el suelo y en las paredes, la gente perdía el control ahí dentro, tal vez ellos no querían aceptar que permanecerían allí por siempre. En ese momento Adam fue consciente de lo poco que dura la vida; una promesa rota, y de lo mucho que duraba la muerte; una promesa que se cumpliría hasta el fin de los tiempos -si es que el infierno temía un fin-

Cada día entraban nuevas almas, incluso niños, niños locos que habían asesinado a sus familias para luego suicidarse al no poder cargar con la pena.

Todas las almas de ahí se lamentaban por sus actos, rogándoles a los demonios que los dejaran salir, que les abrieran las puertas del cielo, pero estos se rehusaban.

Adam sentía la carga de la muerte de sus víctimas, cada vez le costaba más caminar, cada vez el fuego le quemaba más. Pero él no sentía pena, no sentía lastima y aunque lo sintiera aquello no sería su pase para salir de aquel castigo eterno.

Un demonio se le acercó y su presencia le causo temor debido al miedo y sufrimiento que aquel ser provocaba con tan solo mirarlo.

-El Amo te espera-le susurró al oído fríamente.

Eso solo podía significar algo malo. El Amo, el diablo, el ser más temido de todo el infierno quería que Adam estuviera en con él.

El Amo reinaba sobre la muerte, él era la muerte, era el miedo, el temor, los pecados. Y él debía de mantener el sufrimiento en el infierno pero había unos cuantos que no se sentían completamente arrepentidos por sus acciones, entre ellos Adam, ellos debían de sufrir y él se encargaría de ello.

Cuando él vio a Adam caminando, mostró una sonrisa torcida dándole la bienvenida al sufrimiento que se aproximaba.

-No estas completamente arrepentido de lo que has hecho, Adam-su gruesa voz resonó en cada rincón del lugar provocándole escalofríos a Adam.

-No me arrepiento de lo que me hizo sentir bien, si este es el precio que tengo que pagar por la locura de sentirme poderoso, lo pagaré-respondió desafiante.

-No eres poderoso, no más que yo-el ser malvado se acercó a Adam-tu dolor será lento.

Adam temblaba, cosa que hacía que el amo se sintiese bien.

Él tenía razón, su sufrimiento iba a ser lento, porque cuando comenzó a coser su boca, Adam sintió un profundo dolor que le recorrió hasta los huesos, la aguja traspasando sus labios, la sangre derramada. Comenzó a suplicarle al amo que parara, pero no lo hizo hasta completar su tarea.

-Ahora no gritarás, tu dolor será silencioso. -una carcajada malvada sonó por la habitación.

Una daga atravesó el estómago de Adam, no podía gritar, las lágrimas recorrieron sus mejillas, la sangre fresca en las manos del Amo le hacía recordar cuando él era un asesino en la tierra. Pero esta vez la historia era al revés, él no era el que asesinaba, él estaba siendo asesinado.

Contó treinta apuñaladas, treinta segundos, los más eternos para él.

El Amo sacó una copa de plata y gota a gota la sangre fresa y pecadora de Adam caía, hasta que se llenó. El Amo la tomó con sus grandes y sangrientas manos y se la llevo a la boca bebiendo poco a poco disfrutando el sabor de la muerte, aquello que le hacía sentir vivo. Sonrío con la boca llena de sangre, veía como lo que quedaba de Adam se iba, veía el arrepentimiento en sus ojos y eso lo hacía sentir fuerte e invencible, continuó bebiendo de la copa como si aquello fuera un gran tesoro, porque lo era, la sangre del pecador bebida por el mal.

Adam aún estaba consiente, le causaba asco el hecho de que el amo bebiera la copa llena de su sangre con aquella maldad mezclada con alegría, aún seguía confundido acerca de cómo era posible sentir esas dos emociones al mismo tiempo, pero al fin y al cabo ellos dos eran unos locos, el poder los había conducido a aquello. El agonizaba debido al dolor, el seguía esperando a que su muerte llegara ¿acaso eso era posible? ¿Que lo mataran por segunda vez en el infierno?

Esa era la pregunta ¿había muerte después de la muerte?

Aquello no fue posible, porque el castigo de Adam era ese, permanecer con la boca cosida y una daga enterrada en su estómago toda una eternidad, mientras veía como el Amo se fortalecía con su sangre.

Adam se arrepintió de las muertes que causó, y se arrepentiría para siempre, porque su castigo no tenía fin.





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