Brillante de sangre

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AUTORA: Lali / @ms_hellsing

Por las mañanas, desde la sede del Puerto de Pensilvania se observaba impoluto, poderoso, firme y esbelto el ancestral instituto de los sucesos más conocidos del mundo por sus interminables leyendas suburbanas, por los gritos de dolor y agonía que surcan la noche de los transilvanos, con la congoja que produce el viento rechinante en las bisagras desgastadas y mal trechas; aquellas que susurraban el tiempo y despojo de gloria.

Esa gloria que se aclamaba en sus primaveras, y que sucumbió con los gritos de horror.

Ese día Transilvania estaba de fiesta. El festival de sangre, en homenaje al flujo constante de vacacionistas en la zona por la trascendente historia del respetado Conde Drácula. Las calles se visten de rojo, el espectro ancestral del líquido que corre por las venas del pálido rostro de la inmortalidad, las calles; oscuras por las sombra del tiempo y las lluvias, quedan desnudas para pronunciar el esplendor gótico que se mantiene en la cultura, sus miembros, invadidos de excitación por el festival, visten coloquiales para mantener la respetuosa imagen que al amo le agrada en sus fiestas, para mantener la presencia y perfección de muestra la suntuosidad de la piel demacrada pero jovial. La deliciosa ansia de demostrar que las apariencias lo son todo.

Esa noche, bajo el faro intermitente y las sombras de las ramas secas y rugosas, la doncella del grupo más reciente de turistas vagaba bajo la promesa de un grito de gloria, un eureka que valdría el costoso viaje que había pagado por las promesas de una temporada llena de sangre renovada. Junto a ella, el arrullo del cauce de un riachuelo casi inerte.

Ella pensaba que caminar por zonas solas era un placer, un espacio para la solidaridad del alma en pena, cuando las tristezas flaqueaban y energía renovada se apoderaba de ti, que escuchar las pisadas solitarias era el refugio inconsciente de la noción de lo solo que estás en el mundo y en ciertas ocasiones cuando estás rodeado pero te sientes desolado y ominoso.

Entonces escuchó otra pisada.

Se detuvo, respirando pesadamente, sintiendo el frío calarle los huesos y la bilis subiendo por la garganta, espesa y dolorosa, con el frío susurrando voces y poniéndole la piel de gallina. Cerró los ojos y dejó el susto pasar, sintiéndose patética por dejarse intimidar a luces de un día de leyendas sangrientas.

Soltando el aire rebuscó en sí más cordura, "No seas estúpida, no es más que el viento. Estás siendo paranoica". Tomó fuerza en su paso nuevamente, cruzando por el arrebolado muerto y escaso de vestido, con arbustos espinosos y displicentes hasta llegar al brote del río que corría hacia el sur y llegaba a lo profundo del bosque.

Tomó una respiración más, manejando el último ataque de pánico y tragando el mal sabor de su desmesurada reacción. Se puso de cuclillas, el vaquero rozando la tierra y paja húmeda, para observar su reflejo. El agua, tranquila y transparente era el espejo que necesitaba para ver a su costado el espectro desorbitado de una dama observándola desde la lejanía. Con sus manos a su espalda y un vestido rojo carmesí; la mirada perdida en algún lado de su horrorosamente perfecta sonrisa pero perfecta fijación el cuerpo de la turista.

La joven, asustada y despavorida por sendo susto, calló de rodillas sobre la tierra, humedeciendo sus pantalones y rotando su rostro para encarar el horror que la rondaba, pero no encontró nada. Su espalda estaba desolada; solo se observaba el estrecho camino por donde había venido. Sus pisadas en el fango producido por estragos de la lluvia y polvo.

Cerró los ojos una vez más, sintiéndose abrumada por la sensación de estar acompañada, pero era irrelevante. Estaba sola. Sola, mojada y con un intenso presentimiento de ser observada.

Concurso Halloween 2015Donde viven las historias. Descúbrelo ahora