xi. Quédate

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Nueva Orleans, 1835

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Nueva Orleans, 1835

Evangeline bajó los peldaños de las escaleras con delicadeza. Subiendo ligeramente su vestido de color verde claro para no tropezar. Tenía toda la intención de ir a la sala de música y tocar un poco, porque el ambiente deprimente que acogió a Nueva Orleans desde la mañana le deprimió.

Sin embargo, de igual forma en ella sucumbía cierta alegría. Su progenitor estaba muerto, reposando para esas horas, tres metros bajo tierra. No existían más problemas que pudieran acongojarla.

Cuando por fin llegó a la sala, se sentó frente al gran piano. Sus manos como si tuvieran vida propia se adueñaron de las teclas del musical objeto. Las últimas partituras que yacían sobre el atril eran de la sonata número catorce de Beethoven, Claro de Luna.

Cerró sus ojos y su mente la llevo a los pocos recuerdos —borrosos, cabe destacar— que Eva tenía de su madre. La mayoría de estos eran cuando ya la fiebre amarilla la tumbo en una cama y cómo ella con simple ocho años comenzó a trabajar en la hacienda de su difunto padre biológico.

Eran memorias que ella quería olvidar; no quería recordar a su madre en el estado moribundo que —aunque sea vagamente— recordaba.

El tiempo pasó con lentitud pero Evangeline se detuvo cuando sintió una mano sobre su hombro. Giró levemente su cabeza a la izquierda para ver a Klaus tomar asiento a su lado. Eva bajó las manos de las teclas, entrelazándolas y jugando con ellas. Le dio una sonrisa, que tuvo más apariencia de mueca.

— ¿Estabas pensando en ella?

Klaus sabía, más bien, todos sabían que cuando Evangeline actuaba de una forma tan sutil, tímida o hasta incluso retraída luego de tocar el piano se debía porque pensaba en su madre y el recuerdo le acarraba cierta tristeza.

Evangeline no le concedió una respuesta verbal solo asintió con lentitud. Sin embargo, habló segundos luego.

— ¿Me necesitas para algo? —preguntó, cambiando radicalmente de tema.

—De hecho, sí —afirmó, sin titubeos—. Quiero que sepas que todo lo que hago en esta vida quizá no esté bien o no sea lo correcto —tomó sus manos y Evangeline frunció el ceño ante su rara actitud—. Todo lo que hago y haré será por tu simple protección. Y, porque a pesar del pensamiento popular... Yo amo a mi familia.

Evangeline no respondió, sin embargo, todo lo que podía decirse lo había dicho con los ojos. Ella ama con devoción a su familia, Niklaus tampoco necesitaba una respuesta, solo quería que ella lo supiera. Que, a pesar de todo, de los pros y contra, Niklaus Mikaelson ama a su familia.

Sus ojos no se despegaron del otro en ningún momento. Él, incluso, podría sentir cierta vulnerabilidad pero no le dio importancia. Él necesitaba hacerlo. Así que las próximas palabras que salieron de su boca fueron concisas.

Ties Of Family ━━ The OriginalsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora