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Nueva Orleans, 1920
Evangeline miró su plato una vez más antes de apartarlo de ella. No quería comer porque simplemente no le apetecía, el recinto se encontraba sumido en un silencio casi desgarrador y, sentía que tarde o temprano eso la iba a volver loca.
—¿Cómo están ellos?—preguntó, mirando a su hermano.
Dos meses habían pasado desde el incidente del teatro, un golpe duro no solo a ellos sino también a la ciudad como fuente de cultura y población; muchas personas habían muerto y el local quedo irreconocible.
Evangeline pudo salir con Marcellus a tiempo; antes que las llamas pudieran consumir todo a su paso. Justo al salir pudieron ver al trio de hermanos caminar sin mirar atrás y cuando Eva tenía toda la intención de llamarlos, Marcellus la detuvo.
Ellos tenían que seguir su camino, todo lo que habían vivido aquel día era prueba de ello. Su fecha de caducidad para quedarse en la ciudad se agotó. Tomarían caminos lejos de la ciudad de Louisiana con la aparente idea de que todo iría mejor.
Pero no parecía, luego de salir de la ciudad, los Originales llegaron a Chicago, una ciudad mágica... Al igual que Nueva Orleans, Elijah luego de muchos años sin ver su ataúd se encontraba dormido. Y, sólo quedaron Rebekah y Niklaus; los dos juntos en aquella inmensa ciudad.
Evangeline y Marcellus por su parte, sobrellevaban como podían las cosas en la ciudad. Pese a todo, ellos querían a su familia devuelta pero ninguno se atrevía a decirlo porque les dolió; que no mirarán atrás.
—Creo que bien—se limitó a decir el moreno—. Eva... Quiero estudiar leyes.
Su hermana subió la vista, regalándole una cálida sonrisa.
—Hazlo, estoy segura que te irá de maravilla.
El moreno tomó las manos de su hermana y la acunó en las suyas, depositando un leve beso en el dorso de estas.
—Sabes que te amo, ¿No?—la pelinegra asintió—. Debes dejarlos ir, Evangeline. Que ellos se fueran con el pensar que estamos muertos es lo mejor. Así podrán vencer a todos sin importarle nosotros.
—Pero de eso se trata la familia, Marcel. Yo solo quiero—se cortó, no sabía cómo continuar porqué Evangeline sabía que era, exactamente, lo que quería; a su familia.
—¿Qué quieres?—sus ojos marrones se veían cristalizados. La escena rompió el corazón de Marcel, le dolía ver a su hermana en ese estado.
—No quiero quedarme sola. No quiero volver a cuando éramos niños. Quiero la familia que teníamos—su hermano la abrazó fuerte, mientras Eva sollozó en su hombro.
—La verdadera familia siempre está en nuestros corazones y ellos lo están. Nos salvaron, Eva. Jamás volveremos a ser como cuando niños. Estamos libres...Y ve esto de la siguiente manera; ellos a cambio nos dieron esta ciudad, por ellos reconstruyámoslas.
El abrazo se rompió y Eva limpió alguna de sus lágrimas.
—Además, jamás estaremos solos porque nos tenemos el uno al otro—afirmó con seguridad—. Así que... ¿Qué dices?
—Reconstruyamos esta ciudad—habló con decisión.
Sus ojos permanecieron firmes pero con cierto brillo en ellos, Marcel la volvió a abrazar y luego salió del comedor del recinto. Evangeline lo siguió afuera pero se detuvo en el patio y entro en una de las salas; específicamente en donde se encontraban los cuadros del trio.
—Vamos a reconstruir esta ciudad... Para que así cuando vuelvan puedan quedarse y ser una familia otra vez.
Tomó un pedazo de un filo de madera que se encontraba en el piso y se dirigió a la pared, se agachó y comenzó a tallar en ella; las iniciales de un nombre seguido de una frase.
Familia Mikaelson-Gerard. Es algo pequeña pero es la mejor, por y para siempre.
Sonrió cuando su obra terminó, dejó el objeto con que hizo el tallo a un lado y se levantó; observó los cuadros una vez más y salió de la habitación. Ellos siempre serían su familia y está podía alejarse o pelearse pero jamás podían romper los lazos que con recuerdos y amor los unían.
