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Cruzo la cocina a tropezones, ignorando las preguntas que me hacen al verme pasar. Salgo al pasillo y siento que no puedo respirar, ¿por qué lo que dijo Amadeus me causa esta sensación? Había oído que es vidente, mi madre había acudido a él en varias ocasiones y es una de las razones por las cuales aún vive en este castillo con nosotros; pero nunca creí que presenciaría una de sus profecías, ¿por qué sucedió cuando yo estaba junto a él? ¿Qué querrá decir? ¿Que algo malo me sucederá?

Muchas preguntas invaden mi mente, entonces, cuando choco con alguien no reacciono de inmediato.

-¿Dónde te has metido? -pregunta mi madre enfadada. Como puedo, enfoco mi mirada en ella, quien al verme el rostro, parece espantarse-. ¿Qué te sucedió? Parece que has visto un fantasma. -Instintivamente, miro hacia atrás, para asegurarme de que Amadeus no me sigue-. ¡Zeina! -Giro la cabeza exaltada, mi madre tiene una mirada severa y sé que debo dar una respuesta. Titubeo.

-Eh... No, madre, iba distraída y me asustaste.

-Entonces dile a tu cara que soy tu madre, no un fantasma. -Asiento, como si estuviera de acuerdo. Ella frunce el ceño, parece que está a punto de decir algo hasta que niega con la cabeza y su expresión se vuelve más serena-. Zeina, te pido por favor que te acerques a despedirte de Sans, lo último que quiero es que piense que lo estás evitando. -Vuelvo a asentir.

-¿Dónde está? -Por un segundo, se la ve sorprendida y no la culpo; en otro momento hubiera puesto alguna excusa inútil para no tener que estar cerca de Sans, pero en éste momento tampoco quiero estar junto a mi madre.

-En la puerta principal. -Entonces, camino por el largo pasillo y paso junto a las pinturas que hay colgadas en la pared de piedra. Cuando llego a la puerta principal, que está abierta de par en par, el carruaje de Sans está en la gravilla, esperando para salir y él está de pie junto a éste, esperándome, ya que veo a su padre sentado dentro. Al verme, sonríe y cuando estoy lo cerca de él, lo abrazo. Sans se muestra algo reacio al principio, hasta que sus manos se apoyan suavemente en mi espalda, acariciando mi vestido.

-Ey, volveré para el baile -susurra a mi oído de una forma tan dulce que no parece ser propia de él. Me doy cuenta de que está fuera de lugar lo que acabo de hacer, no porque apenas nos conocemos, sino porque no sabe la razón verdadera por la cual lo abracé. Sans piensa que lo voy a extrañar, mientras que lo que de verdad sucedió fue que oí una profecía que parecía ser de lo más tenebrosa. Me separo.

-Lo sé -digo, tratando de sonreír-. Es solo que... -Busco alguna excusa rápida por mi mente- faltan tres días. -Sans sonríe y toma una de mis manos para acariciarla.

-Se pasarán rápido, ya verás.

-Eso espero. -Dicho esto, Sans besa mi mano y se da la vuelta para subirse al carruaje. Su padre hace una pequeña reverencia y yo se la devuelvo.

Veo al carruaje alejarse por el gran camino de gravilla hasta llegar a las rejas.

Cuando me doy la vuelta para volver al castillo, veo a Amadeus de pie en el marco de la puerta. Me mira con preocupación y yo no sé cómo reaccionar, así que en lugar de ir hasta él, espero que Amadeus venga hasta mí, cuando lo hace, dice:

-¿Podemos caminar? -Asiento. Echo un vistazo a los alrededores, buscando algún indicio de que alguien esté por ahí, ya que no quiero que nos vean hablar ahora que estoy alterada por lo sucedido.

Comenzamos a caminar, al estar lejos, lo miro.

-¿Qué es lo que sucedió allí abajo? -susurro. Él, en lugar de posar sus ojos sobre los míos, mira hacia más allá.

-Fue una profecía. -Involuntariamente, tiemblo-. ¿Puedes repetírmela? -Frunzo el ceño, ¿cómo es posible que hable de manera tan tranquila cuando acaba de decir que fue una profecía lo que sucedió? ¿Cómo puede ser que esté tan calmado cuando la profecía incluye las palabras «manchas rojas» las cuales estoy segura que no puede ser nada bueno?

-«Manchas rojas caerán sobre cinco y sobre todos aquellos que alguna vez quisimos.» -recito. Amadeus asiente y sus ojos se posan en el césped mientras se detiene. Lo miro confundida y me detengo también, frente a él-. ¿Qué sucede? -pregunto, ya un poco nerviosa. Amadeus levanta la mirada.

-Estoy tratando de descifrar lo dicho, pero no encuentro respuestas... Sólo sé que tiene algo que ver con la muerte.

-Eso ya me lo imaginaba -susurro-. ¿Pero tiene algo que ver el hecho de que lo hayas dicho cuando yo estaba contigo? -Espero su respuesta paciente, deseando que diga que no, pero asiente y el alma se me cae a los pies.

-Ruego porque no se asuste...

-¿Qué no me asuste? -susurro con furia-. ¡Estamos hablando de la muerte! ¡La muerte! -Quiero pasarme la mano por el cabello por la frustración, pero recuerdo que tengo una pequeña tiara y un peinado lo bastante elaborado como para llamar la atención en caso de que lo desarme.

-Cálmese, por favor -ruega. Me muevo nerviosa en mi lugar y me muerdo el labio inferior para aguantar la angustia-. Puede ser que la profecía no se cumpla...

-Mi madre no lo mantendría aquí dentro si no se cumplieran -reprocho. Amadeus suspira.

-A veces puede fallar o puede que la estemos malinterpretando. -Lo miro y suspiro. Debo mantener la calma en estos momentos.

-¿Cuándo sabremos por seguro de qué trata la profecía? ¿Existe algún modo por el cual pueda averiguarlo?

-Puedo intentarlo. -Sus palabras me alivian, siento un gran peso disiparse de mis hombros-. No le prometo nada, pero haré lo posible para averiguar de qué habla. -Asiento.

-Gracias. -Amadeus inclina su cabeza, le sonrío y él se da la vuelta para seguir su camino hasta el castillo, esta vez se dirige a la puerta trasera de la cocina.

Yo camino despacio por el jardín, del lado contrario al que Amadeus se fue, tratando de alejarme lo más posible. Aún no me siento preparada para volver, ni mucho menos para encontrarme con mis amigas o mis padres, quienes se darán cuenta de mi extraña actitud, puesto que no podré ocultar mi preocupación.

Para mi mala suerte, veo el cabello rubio de Syra acercarse a mí, me sonríe desde donde está y apresura el paso para llegar a mi lado.

-Zeina -dice al llegar-, no sabía que te encontraría aquí -comenta.

-Yo tampoco -susurro. Syra me mira extrañada-. ¿Qué haces aquí? -pregunto, mientras ambas avanzamos sin rumbo fijo. Syra suspira.

-Tuve que escaparme. Las demás no dejan de hablar sobre cómo irán al baile y ya sabes cuánto odio esas charlas. -Río, me detengo frente a un árbol que refleja una enorme sombra sobre el césped y me coloco bajo él.

-Lo sé, aman los bailes, los vestidos, peinados...

-Aman los hombres irán -repone, ambas volvemos a reír-, sobre todo a Calypso. -Sonrío, pero no digo nada. No tengo ganas de hablar sobre Calypso en estos momentos; al parecer Syra se da cuenta, ya que carraspea-. Oí que Sans acudirá.

-Sí, supongo que a mi madre le resultó el plan.

-Sólo quiere lo mejor para ti. -Otra vez aquellas palabras. Mi cuerpo se tensa.-. Te vi con un hombre caminando, ¿quién era? -pregunta, tal vez se dio cuenta de que no me gustó su comentario.

-Amadeus. Es un empleado de mi madre -digo, tratando de ahorrar el hecho de que también es vidente y hace pociones.

-¿Y de qué hablaban? -Esta vez, mi mente recurre a todo lo que acababa de hablar con él. Un escalofrío recorre mi cuerpo. ¿Podrá encontrar el significado de la profecía?

Miro a Syra y de repente, se me ocurre que la profecía tal vez no hablaba específicamente de mí.

-¿Sucede algo? -pregunta. Sacudo la cabeza. Mi sospecha deberá esperar, puesto que por ahora debo seguir con mi rol.

-No, para nada. ¿Volvemos con las demás? Supongo que tenemos que hacerles creer que estamos interesadas en el baile. -Esto hace que Syra se olvide de todo lo anterior y resople, haciéndome reír.

-Está bien -dice, rindiéndose. Entonces, ambas emprendemos el camino de vuelta al castillo.

ZeinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora