18.

122 15 7
                                    


Mi estómago sigue rugiendo hasta el momento en que pruebo el último bocado; al parecer, tenía tanto hambre que ni siquiera lo sacié con un plato contundente de comida. El deseo de pedir más se vuelve latente, pero el hecho de no tener dinero logra que me desilusione e imagine que ya estoy repleta; la pelirroja que me atiende, me mira raro cuando ve el plato vacío, ¿será que nadie termina la comida?

—¿Quieres que te lleve a tu habitación? —pregunta mientras limpia la mesa con un trapo. De repente, me siento cansada y asiento—. Espera que dejo esto en la cocina. —Se da la vuelta sin esperar respuesta, yo me quedo en la misma posición; aún oigo risas detrás y voces de mí, de diferentes personas, también la del muchacho que había pagado mi estadía y cena. Me planteo la posibilidad de que se acerque para que le devuelva el favor, ¿qué será capaz de pedirme? Si mis sentidos están en lo correcto y es un pirata, no creo que nada bueno venga de él.

—Vamos. —La mesera pasa por mi lado; me levanto a tropezones para seguirla hasta el fondo del bar, pasando junto a la mesa del chico, quien clava sus ojos en mí. Trato de ignorarlo pero me es imposible cuando sus amigos comienzan a murmurar; sin embargo, sigo caminando.

En el fondo hay una escalera, ambas la subimos y me encuentro con un pasillo deplorable donde hay cuatro puertas en el mismo estado. Parece ser que hace tiempo nadie se digna a limpiar.

La pelirroja me abre una de las puertas que se encuentra a la izquierda; me deja pasar primero y un gran alivio me recorre cuando veo que la habitación se encuentra más limpia que el exterior. Paso la mirada por los rincones, sonrío al notar que no hay ninguna tela de araña; la cama parece contener sábanas limpias y está acomodada. Hay una ventana que se encuentra empañada debido al frío y la lluvia, junto a ésta, se encuentra un ropero, lo bastante grande. La sonrisa se me borra del rostro al darme cuenta que no traje ropa, no tengo qué ponerme y la que llevo ahora está completamente mojada.

—¿No trajiste ropa? —Levanto la cabeza que en aquel momento miraba mi vestido.

—No. —Niego con la cabeza. Ella sonríe de forma amigable.

—Si quieres puedo prestarte uno. Aunque no sé qué clase de persona no trae ropa si piensa irse de aquí. —Por un momento, pienso en rechazar la oferta, ya que lo que menos quiero es usar un vestido como el de ella; pero por otro lado, se está mostrando tan amable conmigo que me da pena. Además, no me vendría mal un vestido seco.

—Claro, gracias.

—Bien, ahora vuelvo —anuncia, antes de darse la vuelta—. Me llamo Farah —añade, mirándome por un momento.

—Qué lindo nombre. —Ella se queda de pie, esperando a que también le diga mi nombre, pero al darse cuenta de que no la haré sonríe de forma un poco melancólica.

—Ya vuelvo. —Esta vez, abandona la habitación, cerrando la puerta.

Camino hacia la ventana, trato de mirar a través de la lluvia y lo único que logro distinguir son copas de árboles. El bosque está frente a mis ojos; parece aún más grande de que lo que jamás había imaginado. No importa hacia dónde mis ojos se dirijan, parece no haber más que árboles.

Cuando pienso en las cosas con las que puedo encontrarme, nada bueno invade mi mente; sin embargo, tan sólo la idea de saber que por primera vez no sé qué pasará, un nudo en el estómago se me forma y mi cuerpo parece no poder esperar hasta que la lluvia se detenga para poder emprender el viaje.

La puerta se abre de repente dejando ver a Farah con un vestido entre sus manos.

—Creo que este te irá. —Lo deja sobre la cama—. Es uno que usé hace años, en general para limpiar. —Asiento.

ZeinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora