10.

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Sans me deja sola y pienso en volver al baile, pero ¿qué haría allí? A pesar de que estoy convencida en lo que debo hacer, ahora estoy cansada para fingir. Así que me doy la vuelta para volver por el pasillo en el que vinimos e ir mi habitación.

Seguramente me buscará, pero me tiene sin cuidado. Necesito apoyar mi cabeza en la almohada y cerrar los ojos; olvidarme de todo por un momento y despertar, cuando el sol esté en lo más alto y los pájaros canten.

Al llegar a mi habitación, me quito el vestido para ponerme el que uso para dormir; paso mis manos por mi cabello, desenredándolo un poco y me quito el color rosado que usé para los labios. No pasa ni un segundo antes de que mi mente comience a preguntarse quién es la persona que se refleja en el espejo, quién fue y quién será.

¿Cómo habrá sido mi madre antes de que se casara con el rey? ¿Se habrá planteado las mismas cosas que yo ahora? ¿Se habrá mirado en el espejo y preguntado qué podría haber sido de su destino?

Suspiro. No sirve nada que ande lloriqueando. Me pongo de pie y me dirijo a la cama.

Despierto y de forma instantánea deseo poder volver a dormir; todo lo que sucedió la noche anterior se repite en mi mente como si no quisiera dejarme ir. Me levanto a duras penas, me visto con un vestido rosado, simple y suelto; ideal para el día tan lindo que puedo ver a través de la ventana. El cielo está azul, despejado, sin una sola nube. Puedo oír a los pájaros cantar a través del vidrio, que me alegra un poco.

Al estar lista, salgo de la habitación y camino por el pasillo rumbo al comedor donde estaré tranquila, debido a que lo más seguro es que el baile haya terminado tarde y todavía estén todos durmiendo. Bajo las escaleras y camino por el salón, el cual aún conserva las evidencias de anoche; miro a mí alrededor, noto que en una esquina hay una tela colgando del techo, como si estuviera dividiendo una habitación de otra. Curiosa, me acerco a ella, y sin vacilar, la corro. Me sorprendo cuando me encuentro con Syra acostada en una cama improvisada; su cabello rubio está revoltoso y su rostro apacible. Está tapada hasta el pecho, su vestido se encuentra en el suelo, dejándome saber que está desnuda. A su lado, se encuentra otra mujer de cabello rojizo; las sábanas la cubren hasta la cintura, quien se encuentra en la misma situación que mi dama.

Carraspeo y ambas se despiertan al instante; la muchacha de cabello rojizo y pecas en el rostro se sienta, tapándose con la sábana. Sus ojos celestes y redondos están sorprendidos. Syra me mira de la misma forma.

—Z-Zeina... —comienza, pero yo la corto.

—Será mejor que se vayan a una habitación, así como yo las encontré podría haberlo hecho cualquiera —digo; Syra parece aún más sorprendida, demostrándome que no se esperaba este trato. Miro a su compañía y su rostro se me hace familiar—. Yo te conozco... —Su rostro se tiñe de un color rojo, tanto como su cabello.

—S-si... Señorita.. Su Alteza... Trabajo en la cocina. —Mis ojos se desvían al otro vestido que decora el suelo: uno de marrón y blanco; como el de todas las personas que trabajan en el castillo.

—Cierto... Bueno, las dejaré —añado; antes de darme la vuelta noto que ambas hacen una pequeña reverencia.

A pesar de no haber demostrado sorpresa, sí me deja un poco atónita el hecho de que Syra no me haya contado, pero, a decir verdad, no estaba en su obligación.

Dejo aquel tema de lado y cambio de opinión sobre ir a la cocina, ahora me parece mejor idea pasar tiempo en el jardín. Camino por la hilera de árboles adentrándome hasta encontrarme con el principio del laberinto de rosas. Mi madre había pedido que crearan uno tan grande como para que ocupara la mayoría de la superficie del jardín; con sus arbustos altos y cortados de forma prolija. De pequeña me encantaba perderme dentro de él, pero con el tiempo siempre debía pedir ayuda a gritos para que fueran a buscarme; además, solía salir con algún que otro rasguño debido a las espinas de las rosas rojas.

ZeinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora