17.

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El trote del caballo es constante, los árboles a mi lado pasan de forma rápida y borrosa, el viento golpea mi rostro logrando que entrecierre los ojos y me cueste ver con facilidad; además, las lágrimas aún siguen cayendo.

El caballo se detiene de forma brusca, empujándome hacia delante, debo luchar para volver a mi posición inicial y en cuanto lo logro, noto que estamos frente a una leve empinada; debajo se encuentra el pueblo con pequeñas casas iluminadas. El corazón parece que está a punto de saltarse de mi pecho, he imaginado por tanto tiempo este momento que ahora que lo tengo ante mí se me hace irreal.

Vuelvo la vista hacia atrás, el castillo ya no se ve, en su lugar el camino de tierra parece dirigirse a un túnel oscuro y sin salida.

Inhalo. Miro hacia el cielo, el cual está aún más negro.

«Debo seguir, no hay vuelta atrás.»

El corazón sigue bombeando con fuerza mientras muevo las riendas del caballo para que comience a descender, lo hace con cuidado de no tropezarse. Mientras más avanzamos, siento las finas gotas de lluvia caer de una forma casi imperceptible; quiero hacer que el animal acelere pero sé que tiene miedo y no debo presionarlo. Aunque la empinada es corta, tardamos bastante; en cuanto tocamos el suelo, la lluvia comienza a caer con fuerza, distorsionándome la visión. Me pongo la capucha de la capa como si fuera de ayuda mientras comenzamos a avanzar hacia el pueblo.

No hay nadie en la calle aunque las casas están todas iluminadas. Miro hacia mi alrededor buscando alguna señal sobre qué debo hacer, en efecto, no puedo seguir avanzando hacia el bosque con esta lluvia, así que no me queda otra opción que buscar un lugar donde el caballo pueda quedarse y yo donde pasar el tiempo que dura la tormenta.

Entrecierro los ojos para leer los carteles con más nitidez, todas las pequeñas casas parecen iguales, por ende, se me es difícil distinguirlas. Son bajas y marrones.

Avanzamos con cautela; comienzo a temblar debido al frío.

La alegría me llena el cuerpo cuando atisbo a mi izquierda un cartel donde se lee «Establo»; por un momento creí que las pocas cosas que sé sobre los pueblos eran mentira. Muevo las riendas de forma que el caballo se dirija hacia aquel lugar, noto que tiene una puerta baja, como la de la cocina del castillo y dentro no hay señal de que haya alguien. Me bajo del caballo decidida a entrar; al abrir la puerta, ésta chirría, encamino con el animal hacia dentro.

—¿Qué se le ofrece? —Pego un salto al oír una voz masculina. Me doy la vuelta asustada para encontrarme con un señor de mediana edad de pie detrás de mí.

—Lo siento... Yo... —El hombre, de rostro amigable, me mira expectante—. Creí que no había nadie.

—¡Oh, no! —exclama, sonriendo. No tiene cabello y sus ojos marrones están levemente cerrados—. Yo estoy siempre. ¿Busca una estadía para su caballo? —Asiento, clavando los ojos en el animal, el cual me mira expectante.

—Sí.

—Muy bien, muy bien —dice alegre. Se da la vuelta para dirigirse a un escritorio donde hay una pequeña lámpara con una vela dentro, papeles y un tintero—. Dígame el nombre del caballo, por favor. —Me es imposible no abrir los ojos como naranjas; miro a mi alrededor y noto que no hay ningún animal.

—¿Es necesario? —Trato de disimular mi nerviosismo.

—Oh, sí, claro. Para no confundirlo con otro. —Frunzo el ceño, ¿confundirlo con otro? No veo que haya otro animal por aquí. En lugar de expresar lo que pienso, decido que no es el momento.

ZeinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora