21.

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—¿Cuánto nos falta para llegar? —pregunto, mientras coloco la cajita que se convierte en casa dentro del bolsillo interior del abrigo rojo. Nos despertamos temprano, comimos algo y en cuanto salimos de la casa, con un leve «puf» volvió a convertirse en la caja con forma de carroza que Amadeus me entregó.

—Bastante. —Me doy la vuelta para mirar a Aiden, que está delante de mí, noto que su mano está sobre el mango de la espada, la cual acabo de notar—. Pero por favor, trata de no meterte en líos —añade de forma severa. Lo miro con el ceño fruncido, abro la boca para replicar pero me interrumpe. Al parecer, es su especialidad—. Sé que no sabías lo que estabas haciendo ayer —dice con un tono más suave. Comienza a caminar, le hago una seña a Angus para que nos siga y debo apretar el paso para alcanzarlo—, pero podrías haberlo evitado. —Por un momento creí que diría que no fue mi culpa, aunque para ser honesta, tiene razón.

—Ya pedí perdón. —Lo miro con la barbilla en alto, él sonríe. Cruzamos el puente que separa un extremo del lago con el otro, una sensación extraña recorre mi cuerpo y de reojo miro el agua, casi preparándome por si una sirena se asoma a la superficie.

—No creo que sean disculpas sinceras. —Frunzo el ceño, ¿a dónde quiere llegar ahora? —. Admitámoslo, la sirena era hermosa. —Una risa se escapa de mis labios frente a su tono burlón y a sus cejas elevadas. Lo golpeo en el hombro ligeramente, empujándolo hacia un lado.

Ambos nos quedamos en silencio mientras avanzamos con el caballo detrás de nosotros. Miro a mí alrededor, tratando se atisbar algo diferente en la distancia pero encuentro la misma escenografía una y otra vez, como antes de llegar al lago: todo era árboles y césped hasta aquel pequeño cambio.

—¿Hay más criaturas además de las sirenas? —pregunto. Aiden, que va unos pasos delante de mí, se detiene para que pueda alcanzarlo.

—Más de las que crees. —Un escalofrío recorre mi espalda—. Pero no hay por qué temerles —añade, restándole importancia—. Mientras que sepas dónde meter las narices. —Sé que aún se refiere a mí, así que replico en tono despectivo:

—Se dice «la nariz» no «las narices». —Aiden ríe mientras se muerde el labio inferior. Me mira un segundo y noto un brillo de diversión en sus ojos.

—En realidad, es «las narices» ya que se hace alusión a las fosas nasales; y hasta donde yo puedo observar —dice, mirándome con los ojos entrecerrados, como si estuviera examinando mi nariz—, tienes dos —sentencia—. Al menos que solamente sea una ilusión. —Me hubiera gustado replicar de tal forma que lo dejase callado, pero no sé qué más decir, entonces decido que me quedaré en silencio por un buen rato.

El sol está en su punto más alto, dándonos calidez a través de los árboles. Angus se recuesta bajo uno.

—Creo que debemos descansar —anuncio a Aiden. Mientras que él parece estar sobrecargado de energía, el caballo y yo nos estamos agotando; le doy las gracias con la mirada por haber decidido dejarse caer. Al parecer, él capta mi mensaje, ya que bufa y cierra los ojos.

—¡No hemos caminado nada! —exclama, acercándose.

—¿Qué? —chillo—. ¡Mis piernas duelen! —Aiden niega con la cabeza como si no pudiera creer lo que estuviera diciendo—. No estoy acostumbrada a caminar tanto. ¡En el castillo apenas salía al jardín! —Esto último parece aflojar a Aiden, ya que ríe y se desliza por el tronco de un árbol hasta llegar al césped.

—Descansaremos un rato. —Apoya la cabeza hacia atrás mientras cierra sus ojos como si fuera el momento perfecto para tomar una siesta. Yo, en su lugar, si bien me siento en el césped, no puedo aliviarme como él.

ZeinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora