9.

152 18 8
                                    

Camino por el pasillo a ciegas, con pasos largos y constantes. Una parte de mí espera por mi padre, a que me detenga y me explique la situación; pero, obviamente, no sucede.

Siempre creí que el matrimonio de mis padres era basado en el amor. Quiero preguntarle a mi madre, quiero contarle, pero esto supondría que la buscara en el baile y, conociéndola, me evadiría y buscaría a Sans para que me haga compañía.

Porque así funcionaba nuestro reino, nuestra realeza: con ambiciones, secretos y evasiones.

Cuando siento que mis piernas me están por fallar, me apoyo contra la pared, junto a la puerta de una habitación. No sé con exactitud dónde estoy; lo único que logro descifrar es al guardia de pie como una estatua al final del pasillo.

Me planteo la idea de salir corriendo, de subirme a un caballo y alejarme lo más posible de todo esto.

—¿Zeina? —preguntan. Levanto la mirada, que no sabía tenía clavada en el suelo, y me encuentro con Kathleen, de la mano con el hermano de Sans. La mirada de mi amiga se cubre de preocupación mientras que su acompañante refleja confusión y curiosidad; entonces, me doy cuenta de que mi postura no es la correcta. Me separo la pared y junto las manos sobre mi estómago; debo ser fuerte, porque eso es lo que hacen las reinas y tarde o temprano, terminaría siendo una.

—¿Qué sucede? —digo; mi voz suena tan apacible que me sorprende el hecho de que hace unos segundos atrás sentía que mis piernas me fallaban y quería huir. Al parecer, Kathleen también está confundida, pero no menciona nada al respecto.

—¿Segura? —vuelve a preguntar. Asiento. Me doy cuenta de que está tomada de la mano del hermano de Sans, cuyo nombre debería averiguar.

—Claro. —Sonrío—. Pueden seguir con su camino —añado, y sonrío a Kathleen para que sepa que todo está bien, ella me la devuelve antes de que vuelva a caminar. Cuando ya estoy unos pasos alejada, miro disimuladamente hacia atrás y veo a Kathleen sonriéndole al muchacho, tanto que sus hoyuelos se marcan; ella estira una de sus manos hasta abrir la puerta que conduce a su habitación.

A pesar de que quiero seguir mi camino, no puedo, porque una conclusión llega a mí: esta es mi vida. Este es mi destino y no puedo cambiarlo; por más que llore detrás de las paredes, por más caprichos o discusiones que tenga con mi madre, nada podrá cambiar el hecho de que me casaré con Sans. De que nuestros reinos se unirán. De que seré reina de Zaqueris. Y, cuando el matrimonio esté asentado, deberemos tener un heredero.

No puedo elegir, porque no existen opciones en la realeza.

La risa estruendosa de Kathleen me devuelve al presente y reanudo el paso.

Debo volver al baile, así que me dirijo hacia allí; pero en el camino, veo a Amadeus apoyado contra la pared, cuando me ve sonríe débilmente, pero por alguna razón, la sonrisa se le borra.

—¿Qué sucede? —pregunta.

—Nada, ¿por qué? —Niega con la cabeza y se queda en silencio, parece estar debatiéndose, pero recobra la compostura con rapidez.

—Creo que llegué a la conclusión de la profecía —comenta, bajando la voz—, es una teoría que tengo, al menos. —Niego con la cabeza y me mira sorprendido.

—No quiero hablar de esto. Lo más seguro es que te hayas equivocado y la profecía era para alguien más—explico; él me mira atónito. Sé que no puede creer el hecho de que lo esté ignorando, pero la realidad es que no tengo tiempo para esto. Debo preocuparme por otras cosas.

»Si me disculpas, volveré al baile —digo, pasando por su lado antes de que pueda detenerme.

Llego al baile sin más interrupciones, en cuanto cruzo la puerta del salón me encuentro con las personas aún bailando con alegría, como si el tiempo jamás hubiera pasado; mi madre me intercepta enseguida.

ZeinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora